Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Carta a Aitana Sánchez Gijón


Para mí, simple creyente de fe católica, leer estas palabras de parte de una persona que se declara agnóstica también me produce fascinación, no envidia, pero sí me conmueve, maravilla e ilusiona.

por Paloma Girona Hernández

Opinión

Quizá usted no sepa la repercusión en ciertos ambientes, como esta misma web de Religión en Libertad, de su entrevista publicada en el ABC, con motivo del estreno de la obra de teatro “Santo” en el Teatro Español. Le deseo suerte, sin duda, el tema es atrayente. En la entrevista dice: “Siempre he mirado el hecho religioso con fascinación y una cierta envidia”.
Para mí, simple creyente de fe católica, leer estas palabras de parte de una persona que se declara agnóstica también me produce fascinación, no envidia, pero sí me conmueve, maravilla e ilusiona.
 
Sería un gran error por mi parte intentar convencerla de ese “algo” llamado Fe. Ese “algo” que para nosotros es un “Alguien”, que parece pudiera estar interpelándola desde pequeña. Confieso que no tengo reparo en admitir mi creencia y adoración en un único Dios, espero que no le provoque rechazo, pero así es, aunque haya personas que rechacen algo tan “aparentemente categórico y radical”.
 
El otro día leía de San Agustín: “Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, más por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha, y por eso ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones”. – Añado – y así hace Dios santos.
 
El mismo San Agustín, que conmovió y revolvió a Gerard Depardieu, el gran actor francés se dedicó durante un año a recorrer pueblos y lugares de Francia, con las “Confesiones” de Agustín bajo el brazo, un atril, alguna vela y poco más. Por plazas e iglesias el actor leyó la historia de aquel inquieto Agustín, convertido en santo.
Hace unos años un periodista (Peter Sweevald – La Sal de la Tierra) le preguntaba al hoy Benedicto XVI, entonces Card. Joseph Ratzinger –“Cuántos caminos puede haber para llegar a Dios. Yo ignoraba cuál podría ser su respuesta. Podía contestar que pocos o muchos. El Cardenal no necesitó mucho tiempo para responderme: “tantos como hombres”-.

Consciente al empezar esta ‘carta’ de evitar tratar de darle alguna definición de las miles que hay sobre la fe, usted en su entrevista ofrece una excelente, lo que podría ser el camino de la fe; Refiriéndose al trabajo previo a la obra teatral que estrena, dice: “Es la primera vez en mi vida que empiezo un proceso de ensayos sin haberme aprendido el texto previamente. Ha sido un trabajo sobre la marcha en el que no ha habido tiempo ni posibilidad de documentación”. Pues algo así es el camino de la fe para los creyentes, contamos con un gran guión: el Credo y tenemos un maravilloso Guionista: Dios que en la Persona de Jesús nos lo contó y enseñó.

La vida del creyente es sencilla, fascinante y apasionada, se nutre de lo pequeño, de lo trascendente: creer en una Divinidad de Amor; de la continua búsqueda de una Persona que no ves pero que sabes que vive y sobre todo que te ama e interpela continuamente. Un Dios celoso y exigente que busca siempre lograr lo mejor de nosotros mismos, al final, todo se reduce a la donación personal y al olvido de uno mismo por amor al “otro”, al prójimo, como usted comprenderá tarea de toda una vida, y difícil de conseguir. Tarea, por otro lado, en la que estamos inmersos creyentes y no creyentes, tarea tan humana como nuestra misma humanidad insaciable.

Una vida creyente se nutre de la capacidad que a cada uno Dios libremente concede, de trascendencia, de contemplación de la belleza, de fascinación por el “hecho humano”, de fuerza  y sabiduría para luchar contra el mal, como usted menciona tanto en la entrevista,  “a fuerza de bondad”. Una vida luminosa donde a medida que la fe ocupa más espacio, la razón se oscurece (como decía San Juan de la Cruz), porque aparece un lenguaje nuevo, distinto, sólo apto para el corazón y el espíritu, el lenguaje del amor, que todo lo trastoca y descoloca.

En realidad a medida que el propio creyente se libera de “estereotipos”, aprende a amar a Dios “como Dios le da a entender”. Una vida hecha de oraciones interiores que se elevan a Dios a lo largo del día: “Jesús mío, tu vista y amor deseo, ante ti me arrepiento y lloro, a Ti mi Dios, me ofrezco y adoro”, o ésta tan prodigada entre los cristianos de oriente y de Rusia, llamada la oración del corazón: “Señor Mío Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, ten piedad de mí que soy pecador”. Una vida comunitaria que le trasciende.

Qué le cantaría San Francisco de Asís a Dios y a La Virgen que aún perduran en nosotros sus cánticos sobre la creación. O Hildegarda de Bingen, asombrosa mujer del Medievo alemán, entregada por su familia como “dote” a un convento a la edad de 8 años, prolífica autora teatral, profeta, compositora de música, recibió un don especial para penetrar la sabiduría en las obras de la creación, cuyos escritos sustentan aún hoy a biólogos, por sus hallazgos de los efectos curativos de las plantas. Tantos y tantos tan fascinantes, como tantos y tantos tan fascinantes como desconocidos.

Como dije al principio deseo que le vaya muy bien con esta obra de teatro, si me es posible me acercaré a verla, leí no hace mucho un libro que pueda interesarle “El existencialista hastiado” diálogos de Albert Camus con un pastor protestante americano, muy interesante. 
 
Concluyo, reiterándole mi fascinación por su fascinación, me despido con este texto de Benedicto XVI en su alocución a los artistas:
 
“… este mundo, en el cual vivimos, necesita belleza para no precipitar en la desesperación. La belleza, como la verdad, es lo que infunde alegría en el corazón de los hombres, es el fruto precioso que resiste a la degradación del tiempo, que une a las generaciones y las hace comulgar en la admiración. Recordad que sois custodios de la belleza del mundo. Una función esencial de la verdadera belleza, de hecho, ya expuesta por Platón, consiste en provocar en el hombre una saludable "sacudida", que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que lo hiere pero que le "despierta", abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo alto. La expresión de Dostoievski que voy a citar es sin duda audaz y paradójica, pero invita a reflexionar: "La humanidad puede vivir --decía-- sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí". Se hizo eco de sus palabras el pintor Georges Braque: "El arte está hecho para turbar, mientras que la ciencia tranquiliza".
La belleza golpea, pero por ello mueve al hombre hacia su destino último, lo pone en marcha, lo llena de nueva esperanza, le dona la valentía de vivir hasta el final el don único de la existencia. La búsqueda de la belleza de la que hablo, evidentemente, no consiste en una fuga irracional o en un mero esteticismo. 
Queridos artistas, al concluir, quisiera dirigir también yo, un cordial, amigable y apasionado llamamiento. Sois los custodios de la belleza, tenéis, gracias a vuestro talento, la posibilidad de hablar al corazón de la humanidad, de tocar la sensibilidad individual y colectiva, de suscitar sueños y esperanzas, de ampliar los horizontes del conocimiento y del compromiso humano. ¡Agradeced los dones recibidos y sed plenamente conscientes de la gran responsabilidad de comunicar la belleza, de comunicar la belleza a través de la belleza! ¡Sed también, a través de vuestro arte, anunciadores y testigos de esperanza para la humanidad¡ ¡Y no tengáis miedo de relacionaros con la fuente primera y última de la belleza, de dialogar con los creyentes, con quien, como vosotros, se siente peregrino en el mundo y en la historia hacia la Belleza infinita!
La fe no quita nada a vuestro genio, a vuestra arte, es más, los exalta y los nutre, los anima a atravesar el umbral y a contemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y definitiva, el sol sin crepúsculo que ilumina y hace bello el presente.”
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