Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Pedagogía en la predicación (III)


Predicar no es agradar al que escucha, sino agradar a Dios y Dios que es sumamente rico y original no se mide en Su inspiración para llegar a todo tipo de fieles, desde todo tipo de sacerdotes

por Paloma Girona Hernández

Opinión

Al hilo del artículo pasado, recurro a mi espacio de memoria litúrgica de los últimos diez días y trataré de exponer algunos “cómos” que quedaron pendientes.

He tenido la suerte de poder escuchar en Misa a varios sacerdotes y orar a Dios gracias a ellos. Deseo aclarar que cuando acudo a vivir la Misa no me dedico a escrutar al sacerdote, sino a vivir la Misa como una mujer necesitada de Dios. Vuelco las reflexiones que brotan de mi memoria litúrgica reciente para dar un paso más en esta serie de artículos sobre la predicación católica desde el punto de vista de los fieles.

Domingo del Corpus Christi, un sacerdote joven, sus homilías no exceden de 8 minutos. Siempre capta nuestra atención, su discurso es claro, ordenado, persigue una única idea que recapitula al final con una pregunta directa. Las personas le escuchan con agrado e interés.

Enuncia perfectamente de qué nos quiere hablar, siempre acierta poniendo un único ejemplo, o analogía con imágenes o, alguna frase contundente dicha por alguien conocido que automáticamente se te queda grabado y por ende, enriquece su discurso, logra dar un punto de amenidad y que no desconectes, efectúa un cambio de ritmo acertadísimo. En esta ocasión, narró una anécdota jugosa del obispo Fulton Sheen. Enlaza perfectamente con la Palabra del día. En aquella homilía, me pareció entender que quiso aprovechar la Fiesta que celebrábamos para dejarnos una clara pregunta: “¿Cómo es mi amor a la Eucaristía y si soy consecuente con ello?”.

Probablemente, al ser tan joven y práctico resulte cercano pero poco afectuoso con el oyente, y demasiado rápido, tanto en la celebración de la Misa como al predicar. Un cómo: faltó que diera rienda suelta a su corazón y hablara con pasión, admiración, ¡asombro! de la Eucaristía. Algo así como lograr lo que Jesús produjo en los discípulos de Emaús: “¿No es cierto que nuestro corazón ardía?”.

Viernes del Sagrado Corazón, un sacerdote ni joven, ni mayor, ya curtido, no llega a los 50. Misa de viernes por la tarde, pocos fieles, pues a esa misma hora tenía lugar la gran Misa solemne del Sagrado Corazón, gracias a Dios en mi ciudad aún los creyentes responden y estuvo a rebosar. Para mi felicidad nos habló del Sagrado Corazón, este sacerdote en misas de diario suele ser breve, muy afectivo, de grandísima profundidad espiritual y su tono es muy llano y afectivo. Se detuvo mucho en la Cruz del Señor, en el Costado y las llagas de Jesús y en su misericordia. Probablemente el efecto en todos los allí presentes fue de mucha paz, conforto y gratitud. Una misa bien orada. Un cómo: podría haberse detenido un poco más en refrescar cómo es la devoción al Sagrado Corazón y cómo practicarla, las promesas de Jesús, los nueve primeros viernes de mes, etc. y haber citado a algunos de los santos elegidos por el Señor de forma especial para dar a conocer al mundo esta verdad de Jesús: Sta. Margarita Mª de Alacoque, Claudio de la Colombiere, María Droste (La emisaria de Cristo Rey), Santa Lutgarda, Santa Faustina Kowalska, entre otros.

No me refiero a contar una hagiografía de cada uno, sino a haber podido emplear unos minutos más en enriquecer al fiel, invitarnos a conocer a estos santos, etc. Porque estas cosas, a la mayoría de los fieles nos encantan y ayudan muchísimo. ¿A quién no le gusta aprender algo nuevo cada día?

Entre semana, este sacerdote podríamos imaginar una especie de San Jerónimo a lo siglo XXI, por lo visto San Jerónimo tenía mucho carácter y personalidad, pues algo similar este buen cura. Ajeno al cuidado de las formas, él es así, y así le aceptamos. Exigente, tremendamente veraz, sólido y de una riqueza espiritual inimaginable.

Nunca te deja indiferente, incluso incomoda porque toca las teclas que repelen al amor propio y, siempre va a las raíces de la verdad exigente del Evangelio. Nunca suele poner ejemplos, directamente fluye de él su oración profunda hecha una amalgama de su vida interior radicalmente enraizada en la Liturgia del día. Bien mirado, si uno trata de estructurar su discurso observa que no hay orden, ideas van e ideas vienen, pero el mensaje que logra dejar siempre es único, claro y nítido. Enamorado de Dios, alegre y con un deje de “preocupón, cascarrabias” que precisamente le hace amable y cercano al fiel, porque sea como sea, siempre te conecta con Dios. Un cómo: Mira con cariño a los fieles y siempre se halla un sano humor en su predicación.

Misa de domingo, los avatares de la vida me condujeron a una misa a la que nunca suelo acudir. Me encontré con un sacerdote tremendamente cercano, desde el primer minuto te mete en la oración de toda la Misa, invita, se suma, nos une a él, no sé cómo describirlo pero es el sacerdote que crea de forma automática el saber que formas parte de una comunidad en la Iglesia. Una homilía de contenido rico, no repitió la Palabra de Dios escuchada, pero sí que partió de ella con sabiduría. Supo hacer lo que el Evangelio nos dijo: “Jesús se acomodaba a su entender”, con la parábola del sembrador y el grano de mostaza. Dos temas concretos: primero la humildad y nos supo poner en cómo practicarla, no lo enunció, lo desarrolló. Y segundo: la maravilla de la vida de Gracia en el cristiano. Un discurso claro, ordenado, cercano. Problema, demasiado expresivo, con grititos que digo yo usará para llamar nuestra atención, pero que en realidad provocaban molestia y pérdida de atención. Demasiado gesticulante, exceso de movimientos. Delante de mí estaba un matrimonio que mostraba por sus gestos contrariedad, se miraban entre sí, etc. que no les gustaba la forma de expresarse del sacerdote. Una lástima, éstos se quedaron en las formas, que ciertamente no ayudaron a la homilía, se perdieron el grandísimo contenido, lleno de alegría, verdad, catequesis y pasión.

De todos los cómos y de estos ejemplos de buenos sacerdotes ¿con cuál me quedo? Con todos. Pero lo ideal sería encontrar la síntesis y la oportunidad según sea el día, ahí está el reto. Me quedo con el orden, claridad, agilidad del primero, con sus ejemplos magistrales y pregunta final clave para responder en nuestro interior al volver a casa para amar más a Dios. Con el afecto y profundidad espiritual y hacernos degustar las cosas de la fe y de la vida espiritual del segundo; con la invitación concreta y llamada al compromiso del tercero; con la naturalidad, compartir la fe y exigencia del cuarto y con su riqueza litúrgica; con el ser comunidad, alegría y catequesis del quinto. Concluimos ¿Hay alguna fórmula? No, ni imaginamos que el Señor quiera fórmulas. ¿Posibilidades de mejora? Sin duda, sí, muchísimas.
Predicar no es agradar al que escucha, sino agradar a Dios y, Dios que es sumamente rico y original no se mide en Su inspiración para llegar a todo tipo de fieles, desde todo tipo de sacerdotes.

La pedagogía es necesaria en cualquier relación humana, en realidad, la pedagogía leída en clave cristiana posee un hilo conductor de fondo muy claro llamado amor.
Mi interés es plantear la pedagogía al ámbito de la predicación como un abanico de expresiones y recursos que logren despertarnos el interés por la acción actual, progresiva y transformadora de la Gracia de Dios en nuestras almas. De ahí su importancia, porque requiere oración, tacto, caridad, claridad, delicadeza, libertad de espíritu, observación, escucha, mucha escucha, docilidad interior, búsqueda de recursos, autocrítica, deseo de mejora, en definitiva dejarse de lado para facilitar el mayor bien posible al otro. Y sobre todo: contrastar con personas de confianza para el sacerdote, para crecer y mejorar. Las personas que te quieren y siempre te dirán la verdad sin remilgos.

www.cursospredicacion.es
 
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