Enemigos amados
La enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.
Jesús nos está explicando las Bienaventuranzas en los Evangelios de estos domingos. Lo que esta vez escucharemos se hace especialmente sorprendente, inesperado y hasta duro de seguir. Sin duda que así se quedarían aquellos primeros oyentes de estas palabras del Maestro. Entonces, como también ahora, los hombres tenían sus subterfugios para dar salida a su "honrilla". No se trataba de ser violento o agresivo, pero tampoco bobo, y entonces acuñaron aquel célebre "ojo por ojo y diente por diente", de la vieja ley del Talión. Es decir, no tiraremos la primera piedra, pero quien nos busque nos encontrará y su provocación no quedará sin responder. Luego vendrá nuestro dicho: "yo perdono pero no olvido", que es un modo imposible y sutil de conciliar algo tan opuesto y dispar como el perdón y el rencor.
Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, confundid a los que os piden algo. Otros dirán cosas distintas, otros tendrán solapadamente sus mezquinos ajustes de cuentas, con sus dientes y sus ojos... medidos y pesados en la balanza de su talión particular. No se trataba de un oportunismo sino de devolver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y se mejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.
Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer. El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones... éste no le interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo. Acaso podemos pensar que no tenemos enemigos de solemnidad. Enemigos de ésos a los que se responde con mísiles modernos o con duelos románticos. Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.
El amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes... Pero todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos (Mt 5,46-47): el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.
Comentario al Evangelio del domingo séptimo del tiempo ordinario (Mateo 5,38-48).
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