La sal luminosa
No pretendemos decir a la gente insípida y apagada: miradnos a los cristianos. Sería arrogante e incluso hipócrita. Nuestra indicación es otra: miradle a Él, mirad a la Luz, acoged la Sal.
En los evangelios de los próximos domingos vamos a ir escuchando el comentario que Jesús mismo hará al sermón de las Bienaventuranzas que escuchábamos el domingo pasado. Será Él quien vaya desarrollando lo que significa una vida dichosa, feliz, bienaventurada, según la lógica de su Buena Noticia.
La felicidad cristiana, quiere el Señor que se parezca a la sal: para dar sabor, para evitar la corrupción. La bienaventuranza de los cristianos, su dicha, quiere Jesús que se parezca a la luz: para disipar toda oscuridad y tenebrismo. Y esta es la relación que hay entre el evangelio de este domingo y el del domingo pasado. Ciertamente, que hay muchas cosas desabridas en nuestro mundo que dejan un pésimo sabor, o se corrompen. E igualmente constatamos que en la historia humana, la remota y la actual, hay demasiadas cosas oscuras, apagadas, opacas. No es un drama de éste o aquél país, de ésta o aquélla época, sino un poco el fatal estribillo de todo empeño humano cuando está viciado de egoísmo, de insolidaridad, de aprovechamiento, de cinismo, de injusticia, de mentira, de inhumanidad...
La presencia cristiana en un mundo con tantos rincones desaboridos y oscurecidos, no es un alarde sabihondo. Los cristianos en tantas ocasiones hemos sido protagonistas o al menos cómplices de un mundo tan poco bienaventurado e infeliz. Por eso no es lo que pide el Señor en este evangelio una posición presuntuosa. No pretendemos decir a la gente insípida y apagada: miradnos a los cristianos. Sería arrogante e incluso hipócrita. Nuestra indicación es otra: miradle a Él, mirad a la Luz, acoged la Sal. Es lo que dice Pablo en la 2ª lectura: he venido a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no el mío, y lo he hecho no con ardid humano sino en la debilidad y el temor en los que se ha manifestado el poder del Espíritu (cfr. 2Cor 2,1-4).
Pero esa Luz y esa Sal que constituyen la Buena Noticia de Jesús, son visibles y audibles cuando se pueden reconocer en la vida de una comunidad cristiana, en la vida de todo cristiano. Ya lo decía Isaías: en ti romperá la luz como aurora, y se volverá mediodía la oscuridad cuando partas tu pan con el hambriento y sacies al indigente (cfr. Is 58,810). Jesús nos quiere felices, dichosos, bienaventurados, nos quiere con una vida llega de sabor y plena de luminosidad. Una luz que ilumina toda zona oscura, y una sal que produce un gusto de vida nueva. Es decir, una "luz salada" que puesta en el candelero de una ciudad elevada hace que el testimonio de Dios sea visible y audible, para que quien nos vea y escuche pueda dar gloria a nuestro Padre del cielo (cfr. Mt 5,16).
Comentario al Evangelio del domingo quinto del tiempo ordinario (Mateo 5,1316).
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