La Navidad y la felicidad
La felicidad no es una cosa, es un camino. No se compra en ningún supermercado, en las grandes superficies; sino caminando de un determinado modo.
por José F. Vaquero
Estamos en unas fechas en las que abundamos en deseos de la felicidad. Todo se centra en esta palabra. Feliz Navidad, se oye, se dice, se escribe en correos electrónicos, cartas, SMS… O en su versión descafeinada, neutra según algunos (incompleta, momentánea y anecdótica) felices días o felices fiestas. La felicidad, o al menos la palabra, es la reina de estos días, entre amigos, compañeros de trabajo, campañas publicitarias, propaganda. Feliz, feliz, feliz… pero ¿qué es eso de la felicidad? ¿No será una utopía, el ideal con el que todos soñamos, algo así como el horizonte donde se junta el mar y el cielo cuando contemplamos el paisaje, sentados en el paseo marítimo?
Una conversación cualquiera de un café cualquiera, un día cualquiera, nos puede confirmar esa utopía. Salen a colación la subida de precios, por más que nos vendan lo contrario, la bajada de sueldos, la corrupción de los políticos, a nivel nacional, autonómico o local. Las grandes empresas recortan gastos al pequeño trabajador, o directamente recortan al trabajador. Se habla de procesos económicos para justificar bajos sueldos y un camino de ajuste presupuestario. Los políticos piden un esfuerzo extra de recortes y ajustes de pensiones para el ciudadano de a pie mientras se blindan su cómoda pensión. Y ahí dentro, una luz que puede parecernos utópica, casi irónica: “Feliz Navidad”, “Felices días”.
¿Qué es la felicidad? ¿Mera utopía? ¿Ilusión y deseo de consuelo? ¿”Opio del pueblo”, como Marx calificaba a la religión? En el análisis anterior faltan algunos datos importantes para encuadrar este fenómeno, este deseo que todos tenemos en el corazón. El primero de ellos: la felicidad no es una cosa, es un camino. Estamos acostumbrados a tener cosas, y cada vez más. A nuestro alrededor se amontonan cosas, aparatos para todo lo que hacemos (escribir, hablar, trabajar, comunicarnos, compartir fotos o vídeos). Y aparatos también para solucionar cualquier circunstancia, una enfermedad, una depresión, la soledad, el aburrimiento. Las cosas abundan y se reproducen, y entre todo ello, la felicidad será “una cosa más”. Sabemos que es distinta, que tiene un efecto peculiar en nosotros; pero a fin de cuentas, una cosa más.
La felicidad no es una cosa, es un camino. No existe la felicidad desencarnada, sino personas felices que caminan, que viven, que actúan. No se compra en ningún supermercado, en las grandes superficies; se adquiere caminando de un determinado modo, viviendo con un determinado estilo.
Dando un paso más, la felicidad es un camino con alguien. Cada vez hay más corrientes de pensamiento que definen al hombre como un ser relacional. Siempre vive en sociedad, interactuando con su entorno, y no se le puede concebir aislado de los demás. Por eso el bebé busca a su madre, a su padre, a cualquiera que le mira con cariño. La felicidad está, o mejor la percibimos, en la medida que caminamos con alguien. Y mirando a ese compañero de camino, caminando con él y él conmigo, vamos percibiendo y adquiriendo ese sueño dorado.
Uno de los datos de 2010 que está resonando bastante es el de las fallecidas por violencia doméstica. Las y los, todo hay que decirlo. Un común denominador de estos casos está en que no caminaban juntos. El matrimonio, la unión estable entre un hombre y una mujer, es un “caminar con”, y cuando olvidamos cualquiera de las dos palabras se rompe el equilibrio humano, buscamos la felicidad – cosa en el supermercado, y de ahí a la frustración y a una reacción desmedida hay un pequeño paso.
Nos impresionan las personas felices, que caminan casi volando por cualquier dificultad, adversidad o contratiempo. Han dado, casi siempre, el tercer paso en la felicidad: caminan con Alguien, además de caminar con las personas que le rodean, su marido o mujer, sus hijos, sus amigos. Están convencidas de que Alguien les acompaña, y por eso siempre tienen fuerzas para “caminar con”. Para llegar a ese tercer grado celebramos, año tras año, la Navidad. El más grande, el más poderoso, el que más ama, quiere caminar a nuestro lado, y por eso se hace niño, sencillo, frágil. Caminando con nosotros nos quiere transmitir su felicidad, la felicidad de saber que alguien camina a nuestro lado.
Así será Navidad, y así será feliz, y así los cristianos contagiaremos de felicidad a este mundo, que parece encerrar este deseo en la vitrina de lo inalcanzable.
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