Las monjas de Lerma
Como España es un país en donde la envidia está a la orden del día, ya han salido los agoreros de turno y los profetas de desventuras, viendo problemas por todas partes
por Álex Rosal
Cuando Nietzche escribió aquello de que «los cristianos no tenéis cara de resucitados» debió ser porque no tuvo la ocurrencia de acudir en su época a algún monasterio de clausura cerca de su casa, parecido al de Lerma, por ejemplo, y contemplar, sin más, como esas monjas no necesitan casi ni hablar para irradiar una alegría y una paz que es propia, justamente, de un resucitado.
Recuerdo que hace un par de años acudí con mi mujer para saludar a dos monjas amigas, sor Paula y sor Paloma, que llevan unos cuantos años en Lerma. Creo que estuvimos unos quince minutos que supieron a dos horas, y sus palabras sobre cómo hacían para llevarse bien tantas monjas y tan diferentes –entonces no llegaban a 150 y hoy son 181–, durmiendo muchas de ellas en literas, con poco espacio para moverse, fue propio de una catequesis de Teresita de Lisieux. «Cuando entre nosotras hay una distancia difícil de acortar, que provoca alguna distorsión, pedimos al Señor que nos dé su Gracia para llenar esas lagunas que hay entre nosotras; ese es el secreto para llevarnos tan bien», comentó sor Paloma. Y eso que esas dos religiosas no tienen estudios eclesiásticos, ni teología, ni ningún diploma que les acredite una sabiduría especial sobre las cosas de Dios, tampoco cargos muy poderosos en la Iglesia… pero me temo que no lo necesitan ya que construyen un Cielo en la tierra todos los días, y los privilegiados, que de vez en cuando nos dejamos caer por Lerma, o por otros monasterio de clausura, recibimos un regalo que no se puede comprar con todo el dinero del mundo.
Cuando algún insensato tienen la tentación de criticar a las monjas de clausura preguntando al viento, ¿para qué sirve una monja encerrada detrás de una reja?, o, ¿qué servicio hace al mundo los rezos de esas religiosas?, habría que mandarle una invitación para que acudiera unos minutos al locutorio de un convento. Nada más. Con un ratito de conversación con una monja basta. No hay terapia, spa o plan más reconstituyente que charlar con una mujer que vive a Dios en serio, y cuya alegría y serenidad desarman al «más comprometido con las cosas del mundo».
Y ahora que las monjas de Lerma están en el candelero, señaladas como referencia mundial por sus 181 vocaciones, la mayoría de ellas jóvenes, con mucho mundo a sus espaldas, con posibilidades de «realizarse», como dicen las feministas, en este mundo nuestro que cada vez está más loco, pero que han elegido entregarse a Dios, no puedo más que alegrarme por el paso que van a dar al iniciar, con las bendiciones de la Santa Sede, un nuevo carisma que, visto lo visto, estoy seguro que está inspirado por el Espíritu Santo.
Como España es un país en donde la envidia está a la orden del día, ya han salido los agoreros de turno y los profetas de desventuras, viendo problemas por todas partes. Unos dicen que si son clarisas, deben seguir siéndolo. Por la misma regla de tres, la hoy santa Madre Teresa de Calcuta, con más de veinte años de monja en el instituto de las Irlandesas, fundado por Mary Ward, si hubiera seguido los consejos de los parlanchines de turno, rechazando la petición de Dios que le empujaba fundar una nueva congregación, hoy el mundo estaría un poco más huérfano sin la entrega de las Misioneras de la Caridad.
Otros ponen el grito en el cielo porque el nuevo carisma, Iesus Comunio, pueda variar la forma de vida que tienen las actuales monjas, adaptándolo a las necesidades de evangelización, sin dejar de ser contemplativas. En fin, da igual las objeciones y críticas; a veces pienso que este país no tiene solución. Si Lerma hubiera nacido en Francia o Italia, católicos y agnósticos se sentirían orgullosos de tener en su nación un pulmón de espíritu que transforma todo lo que hay a su alrededor. Pero el monasterio de Lerma es de nuestra querida Hispania, capaz de lo mejor y de lo peor.
Si alguno tiene la tentación, como Nietzche, de señalar que «los cristianos no tenéis cara de resucitados», vayan a Lerma y ya verán que el filósofo estaba equivocado. Las monjas de Lerma han constuído un pequeño Paraíso en plena tierra.
Recuerdo que hace un par de años acudí con mi mujer para saludar a dos monjas amigas, sor Paula y sor Paloma, que llevan unos cuantos años en Lerma. Creo que estuvimos unos quince minutos que supieron a dos horas, y sus palabras sobre cómo hacían para llevarse bien tantas monjas y tan diferentes –entonces no llegaban a 150 y hoy son 181–, durmiendo muchas de ellas en literas, con poco espacio para moverse, fue propio de una catequesis de Teresita de Lisieux. «Cuando entre nosotras hay una distancia difícil de acortar, que provoca alguna distorsión, pedimos al Señor que nos dé su Gracia para llenar esas lagunas que hay entre nosotras; ese es el secreto para llevarnos tan bien», comentó sor Paloma. Y eso que esas dos religiosas no tienen estudios eclesiásticos, ni teología, ni ningún diploma que les acredite una sabiduría especial sobre las cosas de Dios, tampoco cargos muy poderosos en la Iglesia… pero me temo que no lo necesitan ya que construyen un Cielo en la tierra todos los días, y los privilegiados, que de vez en cuando nos dejamos caer por Lerma, o por otros monasterio de clausura, recibimos un regalo que no se puede comprar con todo el dinero del mundo.
Cuando algún insensato tienen la tentación de criticar a las monjas de clausura preguntando al viento, ¿para qué sirve una monja encerrada detrás de una reja?, o, ¿qué servicio hace al mundo los rezos de esas religiosas?, habría que mandarle una invitación para que acudiera unos minutos al locutorio de un convento. Nada más. Con un ratito de conversación con una monja basta. No hay terapia, spa o plan más reconstituyente que charlar con una mujer que vive a Dios en serio, y cuya alegría y serenidad desarman al «más comprometido con las cosas del mundo».
Y ahora que las monjas de Lerma están en el candelero, señaladas como referencia mundial por sus 181 vocaciones, la mayoría de ellas jóvenes, con mucho mundo a sus espaldas, con posibilidades de «realizarse», como dicen las feministas, en este mundo nuestro que cada vez está más loco, pero que han elegido entregarse a Dios, no puedo más que alegrarme por el paso que van a dar al iniciar, con las bendiciones de la Santa Sede, un nuevo carisma que, visto lo visto, estoy seguro que está inspirado por el Espíritu Santo.
Como España es un país en donde la envidia está a la orden del día, ya han salido los agoreros de turno y los profetas de desventuras, viendo problemas por todas partes. Unos dicen que si son clarisas, deben seguir siéndolo. Por la misma regla de tres, la hoy santa Madre Teresa de Calcuta, con más de veinte años de monja en el instituto de las Irlandesas, fundado por Mary Ward, si hubiera seguido los consejos de los parlanchines de turno, rechazando la petición de Dios que le empujaba fundar una nueva congregación, hoy el mundo estaría un poco más huérfano sin la entrega de las Misioneras de la Caridad.
Otros ponen el grito en el cielo porque el nuevo carisma, Iesus Comunio, pueda variar la forma de vida que tienen las actuales monjas, adaptándolo a las necesidades de evangelización, sin dejar de ser contemplativas. En fin, da igual las objeciones y críticas; a veces pienso que este país no tiene solución. Si Lerma hubiera nacido en Francia o Italia, católicos y agnósticos se sentirían orgullosos de tener en su nación un pulmón de espíritu que transforma todo lo que hay a su alrededor. Pero el monasterio de Lerma es de nuestra querida Hispania, capaz de lo mejor y de lo peor.
Si alguno tiene la tentación, como Nietzche, de señalar que «los cristianos no tenéis cara de resucitados», vayan a Lerma y ya verán que el filósofo estaba equivocado. Las monjas de Lerma han constuído un pequeño Paraíso en plena tierra.
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