En la muerte de un hombre valiente e inactual
por Álex Rosal
En España vamos escasos de quijotes que estén dispuestos a luchar por aquello en lo que creen sin importarles los resultados. Son pocos los valientes capaces de enfrentarse al Poder sin calcular sus consecuencias. Uno de ellos, Pedro Trevijano, nos acaba de dejar a los 85 años después de haber vivido una existencia plena. Pedro era de los que consideraba que las batallas que se pierden son las que no se dan, y por eso tenía varios frentes abiertos, siempre buscando combatir por la justicia y la verdad. En un momento en el que casi nadie quiere problemas y nos ponemos de perfil ante cualquier polémica en la que nos puedan señalar, hay pocas personas que estén dispuestas a asumir que las cancelen por proclamar la verdad, y una de ellas era Pedro Trevijano.
Pedro encarnaba la figura de ese alemán anónimo retratado por la cámara en un campo de fútbol, en plena Alemania nazi, en un acto de afirmación del nazismo, con miles de hombres uniformados gritando consignas de exaltación a Hitler con el brazo en alto, y entre esa masa fanatizada se puede ver un hombre, un solo hombre, que está con los brazos cruzados, inmutable, pasivo, como desafiándoles descaradamente, atreviéndose a decir no a esa locura, a pesar de estar completamente rodeado por esa tribu nacional-socialista. Esa era la valentía de Pedro. No le importaba el tamaño y la dificultad de la batalla, si estaba sólo o acompañado, los numerosos o escasos apoyos... tan solo le interesaba si la causa era justa.
Dicen que en el ADN de los Trevijano debe haber algún gen que les impulse a embarcarse en cruzadas titánicas, con enemigos poderosos, sin importarles si están en el equipo ganador. Es posible, y las biografías de sus hermanos Manolo y José María así lo atestiguan. Al primero lo expulsaron de seis universidades de Argentina por no ajustarse al consenso de la época, y José María era el enemigo a batir por los ejecutivos de las grandes corporaciones y bancos en su papel de defensor de los intereses de los pequeños accionistas. Pedro era el tercero en discordia en esa actitud de combate, y un verdadero quebradero de cabeza para los impulsores de la llamada ideología de género. Ejerció su papel de profeta y alertó en un libro, hace ya dos décadas, sobre las consecuencias nefastas de abrazar estas teorías. Su título era una declaración de principios: Relativismo e ideología de género (VozdePapel). Unos años más tarde publicaría ¡Que no te engañen! Hombre o Mujer. Todo sobre la ideología de género, como formato electrónico en Religión en Libertad y, por último Lo que un católico debe saber sobre la ideología de género (Buenasletras).
Pedro ya dejó escrito que esta nueva religión moriría al toparse con la realidad del deporte femenino. Y acertó de pleno. Hoy cada vez son más las mujeres deportistas que alzan su voz ante esos hombres que no destacan en las competiciones de su sexo, pero arrasan en las femeninas gracias a su fuerza física y constitución masculina haciéndose pasar por féminas de nuevo cuño gracias a las leyes trans. Algunas federaciones internacionales, como la de natación, ya han creado una nueva competición exclusiva para los hombres que se hormonan para pasar como mujeres, lo que anticipa la muerte de lo trans en el deporte.
Decía George Orwell, el novelista inglés autor de 1984, que "en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario". A Pedro se le puede considerar un revolucionario con todas sus letras. No rehuía el combate, y si tenía que acudir a debates de televisión sin rastros de neutralidad, y en minoría, para defender la verdad de la biología, o sobre cuestiones más espinosas relacionadas con la atracción al mismo sexo, ahí iba, sin importarle las encerronas o el qué dirán.
Ángel, un gran amigo suyo de la hora undécima, lo ha definido como "león y niño; fuerte y humilde". Así era Pedro. Además de bondad y generosidad, abrazadas siempre de humor y alegría en medio de un gran despiste que lo hacía más humano.
Pero, sobre todo, Pedro era un gran sacerdote. Con motivo del sexagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal escribió: "Si pudiese echar marcha atrás y volver a plantearme del todo mi vida, sería de las cosas que tengo más claras: volvería a ser sacerdote, pues estoy encantado de haberlo sido y continuar siéndolo. Sin duda alguna, creo que ha merecido la pena apostar la vida por Cristo".
Yo lo llamaría el apóstol del confesionario. Eran muchas las horas que pasaba perdonando los pecados en la Redonda de Logroño o durante el mes de agosto a los peregrinos que hacían el Camino de Santiago, primero, y en Medjugorje, después, con jornadas maratonianas de diez y doce horas de confesionario con penitentes hispanos, ingleses, alemanes o italianos. Y todo ello con un corazón grande que acogía las heridas y pobrezas de quienes se le acercaban con misericordia y amor. Lo dicho: un gran sacerdote.
G.K. Chesterton señalaba en sus artículos, con cierta dosis de esperanza, que "a cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales". Pedro Trevijano forma parte de ese puñado de hombres que ayudan a salvar la humanidad desde una vida entregada a Cristo a través del sacerdocio, y con su coraje vital por ser inactual.
Gracias, Pedro, por tu vida y amistad. E intercede por nosotros desde el cielo, y por tu querida España, con la misma decisión y empuje que lo hiciste aquí en la tierra...
Álex Rosal es director de Religión en Libertad.
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