El compromiso en libertad
Es evidente que el valor más apreciado por los jóvenes de hoy es la libertad. Pero, ¿a qué libertad se refieren? O ¿cuál es su concepto de libertad? Responder a esta pregunta implica conocer en profundidad al sujeto de la misma: la persona.
El concepto de persona ha variado a lo largo de la historia, pero independientemente de la misma hay un hecho que marca un antes y un después. En tiempos de Jesucristo los griegos proponen la ética como la mejor forma de convivir, los romanos las leyes que dotan de derechos también a los nacidos y los judíos aportan la religión, pero sólo los cristianos tienen un concepto de libertad tan alto como para abolir la esclavitud y es el cuidado del “otro”.
Es en los primeros siglos del cristianismo cuando surgen las herejías, que necesitan una respuesta y una de las primeras cuestiones que se plantean es que Jesucristo es sólo un hombre muy especial, pero no es Dios. Para ello en el Concilio de Nicea (año 325) se proclama que Jesucristo es una persona divina con dos naturalezas, una divina y otra humana.
Sin embargo, en los siglos posteriores este concepto de persona se pierde y se generaliza con la definición de Boecio: “Sustancia individual de naturaleza racional”, que ayudó en los siglos XVII y XVIII a superar la polémica contra Lutero, con la definición de “transustanciación” para entender el milagro de la Eucaristía.
Durante esos años y hasta nuestros días se ha mantenido que existen dos tipos de libertad: una libertad práctica, que es la que nos permite tomar decisiones sobre el “vivir”: qué comer, qué ropa ponernos etc.; y otra libertad superior a esta, que reside en la voluntad, a la que los clásicos llamaron “libre albedrío” y que nos permite tomar decisiones sobre la ética de los actos. La voluntad nos dice qué aceptar como virtud o qué debemos rechazar.
Surge un problema cuando en los últimos siglos la sociedad occidental se paganiza y las filosofías inciden en sustituir a Dios por el hombre. Se ha excluido al hombre como criatura de Dios y se proclama al mismo como ser autónomo, considerándolo como el único artífice de su destino y el propietario absoluto del mundo, como dice Benedicto XVI en su homilía del 8 de diciembre de 2005. Entonces, la verdad ya no es la adecuación de nuestro conocer a la realidad, sino que nuestro conocer se torna en fuente de la verdad.
Al aceptar como origen primario de la libertad la voluntad, la ética está por encima de la persona, como afirma Kant; por lo tanto, tendríamos que concluir que todos hemos de comportarnos según indica la ética; pero entonces, ¿dónde está la libertad?
Por otro lado, si se admite que hemos sido creados a imagen y semejanza del Creador, surge la pregunta: ¿en qué somos semejantes a Dios? Sin duda, en que ambos somos seres libres.
¿Qué es entonces la libertad y donde reside? Aquí es donde difiere la respuesta, porque según el concepto de persona de Boecio el hombre es una sustancia con cuerpo y alma, y lo más alto del hombre es el alma inmaterial. El alma, especialmente para los filósofos modernos, es la autopercepción que denominan 'Yo' y es la potencia que coordina la inteligencia y la voluntad. Entonces la libertad, al residir en la voluntad, se entiende como libre albedrío y el ser libres consiste en decidir lo que quiero ser, o hacer las cosas porque me da la gana.
Pero para los que defienden que la persona es un acto de ser y que por lo tanto la naturaleza del hombre es pura potencia, la inteligencia y la voluntad pertenecen a la naturaleza y la libertad no podría residir en la naturaleza humana. ¿Dónde reside?
Leonardo Polo contempla al hombre como un ser trascendente. Para Polo la persona no es un “qué” (sustancia) sino un “quién”. Un ser que recibe la naturaleza de sus padres y que en ese instante recibe su acto de ser, su existencia, del Creador. Por eso, la persona humana al no tener su existencia como propia, ni haberla recibido de sus padres, es un ser-con, un ser que necesita al otro, a un semejante que le acepte como tal y que primariamente es un ser-con Dios. Aquí sí que está la semejanza con Dios: somos personas libres.
Cada criatura humana es irrepetible en su relación personal con Dios. Relación que se establece entre personas libres, entre actos de ser, como Benedicto XVI recuerda al definir a la persona: relación.
La juventud entiende, por ejemplo, que el compromiso matrimonial, mantenido por la voluntad de los contrayentes, no se puede sostener de por vida, porque restringe su libertad y en cierto sentido llevan razón. Si les mostramos que su crecimiento como personas se restringe al Yo (autorrealización, autoestima, etc.), la libertad se restringe al 'yo decido'.
Pero desde la persona sí que es posible mantener una promesa de por vida, como apunta Benedicto XVI: “La libertad del 'sí' es libertad capaz de asumir algo definitivo… La auténtica expresión de la libertad es la capacidad de optar por un don definitivo, en el que la libertad, dándose, se vuelve a encontrar plenamente a sí misma” (discurso en la apertura de la Asamblea Eclesial en Roma, 6 de junio de 2005).
Esta libertad de la que habla Benedicto XVI no puede ser el libre albedrío, no puede proceder de la voluntad que es variable como toda nuestra naturaleza.
El propio Polo regresa a los Padres de la Iglesia cuando propone que lo más alto del ser humano es su propia intimidad personal y que es en esa intimidad personal donde el hombre puede ser trascendentalmente libre, conocer personalmente a su “réplica” y tener un amor personal que consiste en aceptar y donar.
Así sí que podemos ser libres y conocer y amar al Creador. Conocerle como hijos, aceptarle como Padre y amarle porque se nos da como un don, en libertad trascendental. No porque nosotros decidimos llegar o conseguir, sino porque Él nos ha dado la existencia y quiere que estemos con Él, ya sin la limitación del tiempo, creciendo irrestrictamente cara a cara con Él. El cielo es un continuo crecer en conocimiento y amor.
Por lo tanto, la verdadera libertad es donación, no crecimiento de autoafirmación. Así se entiende que la Virgen María fue la persona humana más libre de toda la historia, al aceptar la vocación a la maternidad, cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”; o el acto de suprema libertad de Jesucristo en la cruz al decir: “Todo está consumado”.
Si basamos nuestros compromisos en la sola voluntad, es probable que algunos de ellos no los podamos cumplir, especialmente los compromisos “de por vida”, dado que nuestra naturaleza cambia constantemente y nuestra voluntad es frágil. Pero la persona, por ser trascendente, “a imagen de Dios” o relación, sí puede mantener sus compromisos cuando son verdaderas relaciones en libertad trascendental.
La persona no es un ser libre, es libertad. Sólo crece como persona si crece en libertad: en la libertad trascendental que le es propia y que será elevada por la gracia a la libertad de los hijos de Dios.
Otros artículos del autor
- Recibir, aceptar y aceptarse
- El Mito y el Misterio
- Otra vida es posible
- La alegría es divina
- El gran timo de la ideología de género: la soledad
- El matrimonio y la esencia del ser humano
- Belén y los parientes de José
- La Inmaculada Concepción de María Corredentora
- Ahora quieren controlar la Inteligencia Artificial
- El conocimiento sapiencial de Dios