Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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De cuando en cuando es muy provechoso un ejercicio de reducción a lo sencillo: el ser humano, en la sociedad actual, se puede convertir con demasiada facilidad en un animal de costumbres que hace lo que le enseñan.

por José F. Vaquero

Opinión

En las tertulias y comentarios políticos de los últimos días parece que nos han cambiado la preocupación número uno de los españoles. Y ésta gira en torno a las declaraciones del alcalde de Valladolid, a la alusión al “plumero” de Rajoy y a la rememoración de las frases menos afortunadas y más ofensivas sobre personalidades políticas. Como creo que eso no refleja la preocupación número uno de la mayoría de los ciudadanos, lo guardo en el almacén para hablar de un niño peligroso que está naciendo en la costa caribeña.
 
Hace nueve meses, y algunas semanas más, un terrible terremoto asoló el país de Haití. Miles y miles de muertos y desaparecidos, cientos de miles perdieron su hogar, y gran parte de la infraestructura del país, viviendas, carreteras, servicios públicos, se vinieron abajo en apenas dos minutos. Una corriente de humanismo internacional recorrió nuestras ciudades, y se enviaron grandes cantidades de ayuda a este país de la costa del Caribe. La opinión pública, que a veces juega así con ciertos países, le colocó en los primeros puestos de sus noticias durante finales de enero y principios de febrero.
 
¿Qué ha sucedido nueve meses después? Que vuelven a saltar las alarmas, un niño llamado “cólera” se está convirtiendo en terrible epidemia, con peligro próximo para el millón de haitianos que sigue viviendo sin hogar y en campos de damnificados. Ante esta situación la opinión pública vuelve a fijarse en este país. Y es bueno que nos acordemos de los necesitados cuando les vemos a pocos pies del cataclismo. ¿Pero por qué se ha producido esta situación?
 
No descarto la buena gestión de las ayudas (aunque probablemente haya muchas cosas que mejorar). Pero me hace pensar una de las principales ayudas que necesitaron, y necesitan, para luchar contra este “niño malo”: agua, potabilizadoras, y un poco de higiene. Cuando hay enfermos que mueren por falta de un equipo técnico altamente cualificado nos da rabia. Pero ¿qué pensar cuando el origen del problema es algo tan sencillo como agua e higiene? ¿Qué está fallando, nos deberíamos preguntar, para que la falta de algo tan sencillo desemboque en una grave epidemia de cólera?
 
La realidad no es tan sencilla como lo descrito aquí arriba. Y no pretendo simplificar los problemas complejos de Haití. Pero de cuando en cuando es muy provechoso un ejercicio de “reductio ad simplex”, reducción a lo sencillo: el ser humano, en la sociedad actual, se puede convertir con demasiada facilidad en un animal de costumbres que hace lo que le enseñan, un perro cualquiera que come lo que le echen. Si me echan el dolor de Haití, el avance a pasos agigantados del cólera, me lo como y digo “Pobrecitos”. Si me echan las comidillas de ciertos personajes del corazón, me lo como y digo: “Pobrecita”, o ¡qué injusticia! Si me echan los comentarios de “los morritos”, “el plumero”, el “perfecto mierda”, me lo como y digo ¡qué injustita, qué mal estamos! Un perrito de costumbres, dominado por esa mano invisible de los medios de comunicación.
 
No toda la sociedad es así, afortunadamente, y nos encontramos con perros rebeldes, perros que no se conforman con lo que les echen, en la tele, en los periódicos, en Internet. Creo que éstos son más humanos, más profundos. Cuando ven un iceberg no se limitan a dar un juicio por ese diez por ciento que ven flotar sobre el mar, sino que bucean para contemplar el fenómeno completo. Cuando tienen noticias del cólera en Haití se preocupan por arreglar el problema no llevando peces a este pueblo sino enseñándoles a pescar. Cuando oyen expresiones de mal gusto en boca de nuestros políticos no se reducen a constatar lo desafortunado de una frase, sino que evalúan la riqueza o pobreza, humana y de pensamiento, de la que salen tales juicios. Y en esta situación, que a veces nos empuja a llorar ante lo mal que está el mundo, prefieren crear, buscar soluciones, construir, e ir construyendo, ladrillo a ladrillo, nuestra civilización del amor.
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