Severidad y suavidad del juicio ético
El hombre no es una máquina que emite juicios; esto sí, esto no. Es sobre todo un corazón que aúna los juicios de la inteligencia y los entresijos, a veces muy complicados, de la voluntad.
por José F. Vaquero
Durante estos días han estado llegando a la superficie los 33 mineros chilenos que quedaron atrapados el pasado 5 de agosto en la mina de san José. Después de 17 días incomunicados, el mundo entero supo que habían quedado atrapados, aunque sanos y salvos, a unos 700 metros de profundidad. Operación San Lorenzo, decretó el gobierno chileno, y se puso manos a la obra para conseguir salvarlos cuanto antes. La inversión en esta operación ha sido grande, en recursos económicos, en trabajo humano, en seguimiento pormenorizado. Nadie discute que ha sido una inversión bien empleada, y ahora disfrutamos contemplando la alegría de estos hombres encontrándose de nuevo con su familia, sus seres queridos, su vida.
En medio de tantas malas y aburridas noticias (crónica de sucesos, corrupción política, crisis económica, acuerdos políticos con tintes totalitarios…), los medios nos cuentan algo de lo que alegrarnos y enorgullecernos de ser humanos. ¿Por qué no habrá más noticias de este tipo?, me pregunto con frecuencia. ¿O será que en este siglo hacemos muy pocas cosas dignas de satisfacción y alegría?
Creo que entre los avances de este siglo hay grandes alegrías junto a nefastos “progresos” (que deberíamos calificar de “regresos”, retrocesos y no avances). La diferencia principal entre unos y otros radica en el fin que se busca, y en el respeto a ciertos medios, tan importantes que son inviolables por sí mismos. En el rescate de estos mineros el fin está claro: el bien de estos seres humanos, su salvación de la prisión subterránea, en la que no podrían resistir mucho tiempo. Un fin sublime, podríamos decir. Y los medios, además, no comprometen la vida o el bien de otras personas: muchos de ellos son el resultado de grandes estudios e investigaciones, realizados por ejemplo por la NASA, y aplicados ahora al bien de las personas.
Si aplicamos estos mismos criterios a un tema que ha vuelto a saltar a la actualidad en España, el aborto, vemos que los resultados son distintos. El pasado viernes llegó a nuestras pantallas un documental estadounidense, “Blood Money”, Dinero manchado de sangre. La cinta, no aconsejada para menores según el Ministerio de Cultura (ciertamente, no por sus imágenes), nos puede ayudar a realizar este análisis. El fin que buscan estos abortorios es principalmente económico: son una empresa de tele-venta, con un guión preparado para que la mujer “compre” el aborto. Manipulan la realidad, la maldad de un embarazo “no calculado”, la desesperación ante la presión social y familiar por ese embarazo, y consiguen “vender” su producto. Y si la venta se consigue esa misma noche, te hacemos descuento.
Se presenta el hecho bajo capa de un fin humanitario (pobre mujer, se va a meter en muchos líos si da a luz a su hijo). Y hasta los defensores de estas prácticas admiten, de palabra, que es un fracaso, que no se debería dar. Pero el fin oculto que nos destapa esta producción cinematográfica es el dinero y el control, el poder. A tal grado se llega que incluso “venden abortos” , y los realizan, a mujeres que no están embarazadas. Nada que ver con el fin tan elevado, y tan enorgullecedor, que encontramos en el rescate de estos 33 mineros.
A esto se añade un problema ulterior, y no menos grave: los medios que se usan para llegar a este fin. Todas las legislaciones actuales, empezando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ponen como piedra base el derecho a la vida. En estas acciones, el derecho a la vida es secundario, o terciario. Incluso en el supuesto de que el fin fuera bueno (solucionar un problema a una mujer), este medio no puede ser utilizado. La acción cae por su propio peso, más aún si escuchamos un poco a los expertos, que constatan día tras día que ni siquiera se ayuda a la mujer, que la mujer seguirá siendo madre, de un niño vivo o de un niño muerto.
El hecho ha sido juzgado. Pero el hombre no es una máquina que emite juicios; esto sí, esto no. Es sobre todo un corazón que aúna los juicios de la inteligencia y los entresijos, a veces muy complicados, de la voluntad. Y no olvidemos que es una voluntad herida por el egoísmo, el pecado. Por eso, junto a la claridad para discernir qué está bien y qué está mal, hemos de tener un corazón que comprende al otro, su difícil situación, sus miedos y temores. Un corazón que sabe llevar suavemente hacia el bien, hacia el amor, hacia la felicidad, aportando soluciones concretas a sus problemas.
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