Los objetivos de desarrollo del milenio
¿Quieres abortar, matar a una persona? No te preocupes, te pagamos lo que haga falta. ¿Quieres paliar el sufrimiento atroz de tu familiar enfermo? Dentro de ocho, diez o quince meses empezaremos a ver tu caso.
por José F. Vaquero
Se está celebrando estos días en Nueva York una de esas cumbres que prometen mucho, venden abundantes “fotos de humanidad”, y muchos dudamos de su utilidad práctica. Centro de atención de esta Cumbre de la ONU: la revisión de los objetivos de desarrollo del milenio: la reducción significativa del hambre y la pobreza en el mundo. Parece que ta hemos superado las ideologías maltusianas del progreso (“en la tierra no hay recursos para tanta gente”), y la línea de actuación se dirige a que los países ricos, o un poco más desarrollados, ayuden a los pobres.
Según los últimos datos, en 2009 ha disminuido el número de personas que sufren hambre y pobreza extremas. Los datos y las estadísticas nos dan una buena noticia, o una noticia menos mala. En medio de la crisis económica mundial, paradójicamente, los que están debajo de la pirámide han subido un poco. Un dato para alegrarnos, pero no demasiado. Queda mucho, muchísimo por hacer. Un campo de mejora que todavía está muy en sus inicios es el campo sanitario. Enfermedades superadas o de poca importancia en los países desarrollados constituyen, todavía en el siglo XXI, una de las principales causas de mortalidad infantil en países subdesarrollados. Baste pensar en la diarrea o una leve neumonía.
Hemos progresado, a nivel mundial, nos dicen los datos. Pero, ¿realmente hemos progresado, o es sólo un espejismo? Disminuye la pobreza material, el hambre, según los últimos datos. Y sin embargo, aumenta la rivalidad entre personas y países, se multiplica la violencia, crecen injusticias cercanas y lejanas en nuestra sociedad. Acabamos de celebrar el día internacional de una de esas enfermedades que echan por tierra cualquier presunción del progreso humano: el Día Internacional del Alzheimer. Ante esta enfermedad, y otras enfermedades degenerativas de este tipo, nos da la impresión de que el hombre no progresa sino que retrocede.
En este campo, por ejemplo, la medicina progresa muy poco a poco, aunque los medios de comunicación vendan algunos descubrimientos como revolucionarios. Los mismos médicos reconocen que el camino es muy lento. Y si este progreso es lento, el desarrollo de las ayudas a quienes padecen esta enfermedad, más dura para el entorno cercano del enfermo que para el enfermo mismo, camina todavía más a paso de tortuga. Es un drama que un simple carne joven, unido al desenfreno de una noche apasionada, obtenga ayudas mejores y más rápidas que las concedidas a este sector de la sociedad.
¿Quieres abortar, matar a una persona? No te preocupes, te pagamos lo que haga falta. ¿Quieres paliar el sufrimiento atroz de tu familiar enfermo? Dentro de ocho, diez o quince meses empezaremos a ver tu caso. Y al drama de la atención diaria al familiar enfermo, le suman la lentitud de una burocracia producida, en gran medida, por la escasa gestión de los recursos. Haciendo honor a la verdad, hay personas y personas, instituciones e instituciones. Y es justo reconocer el buen servicio, terapeutico o gestor, que se realiza en muchos centros y asociaciones, una labor realizada desde la calidad de un profesional o desde la generosidad de un voluntario.
Y llegamos a un punto en el que la sociedad creo que sí ha progresado, y casi es hasta más importante que los datos positivos que se están publicando: es la conciencia de que puedo, y me atrevería a decir debo, ayudar al que me rodea. El fenómeno del voluntariado va calando en algunos sectores de la sociedad. En ocasiones nace de la búsqueda de algo diferente, de una experiencia distinta, lejos de la artificialidad de la “sociedad del bienestar”; en otras ocasiones nace de un deseo más profundo de ayudar al que me rodea, de dar un poco de cariño y ayuda a quien lo necesita. En unos casos y en otros, la experiencia final suele ser la misma: “Hay más alegría en dar que en recibir”, y no hay nada que satisface tanto como ver la sonrisa de una persona a quien has ayudado desinteresadamente.
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