En el cielo y en la tierra
“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6, 10-12).
A estos bebés abortados no se les dio oportunidad para entrar en el Programa de Salud Sexual y Reproductiva de la OMS, dirigido, cito palabras textuales, a "las mujeres cisgénero, los hombres transgénero, las personas no binarias, de género fluido e intersexuales con un sistema reproductor femenino y capaces de quedarse embarazadas”, “programa de salud” que la Organización Mundial de la Salud diseña con un fin específico: “Atención para el aborto” (Directrices sobre la atención para el aborto, 2022: hay un “resumen ejecutivo”).
Objetivo: denigrar al ser humano
La corrección política que dicta el wokismo exige evitar el término “mujer”. No hay hombres y mujeres para la OMS, este organismo supranacional que se ha erigido en gobierno del sistema de salud de todos los países sin que nadie haya votado su existencia, ni tampoco sus dirigentes, pero que actúa cada vez más como brazo decisor de una misma élite oligarca que ejerce el gobierno plutocrático mundial a todos los niveles, igualmente, sin haber sido votado por nadie… Tampoco hay padres ni madres, hay progenitor A y progenitor B.
Todas estas iniciativas, y otras muchas, que simplemente con mentarlas habría que hacerlo por fascículos, apuntan a una misma dirección: denigrar al ser humano. Porque como especie se busca su control, tratando de reducir la población a nivel global (Dios nos coja confesados con los métodos e instrumentos que no son tan evidentes como el que ilustra la imagen de arriba).
Conocemos de sobra los más visibles de ese iceberg de medidas más o menos encubiertas de control poblacional como son el aborto, la anticoncepción, y la eutanasia. Son 'vías muertas' con las que se alienta a la población para que entre en ellas, y acabe autoliquidándose como telón final después de haber hecho lo mismo con ¡sus propios hijos!
Entre medias, desde muy jóvenes, incluso en la más tierna infancia, se les hipersexualiza en la misma escuela (¡perversión en las aulas!) y en el tiempo que están fuera: ya se encargan internet a través de las redes sociales, la televisión y el cine, de bombardearles con el sexo, y a deformarles sus mentes con la ideología de género, a lo que tienen acceso cada vez antes, incluyendo contenido directamente pornográfico. Niños y jóvenes cada vez más aislados de sus padres y entre ellos, cortesía de las dichosas pantallitas, que muchos padres ni pueden ni quieren controlar, porque no dan abasto, trabajando hasta las tantas. ¡Vaya sociedad de progreso y bienestar hemos creado! El acoso y derribo a la familia, en aras de lograr ese objetivo de denigración del ser humano, ocupa un lugar estelar. Nos quieren individuos aislados, fácilmente manipulables.
La anestesia colectiva de las conciencias
Decía el filósofo Julián Marías allá por los años 90 que la aceptación social del aborto era el hecho más grave acontecido en el siglo XX; no el aborto en sí, sino su aceptación social, porque jamás en la historia de la humanidad se había llegado a ese hecho insólito de comulgar con ruedas de molino frente al acto más atroz que pueda cometerse contra un ser humano. En esa anestesia colectiva de las conciencias, mucha responsabilidad han tenido quienes nos gobiernan, por su propia decisión y/o inducida por quienes desde fuera dictan órdenes y ellos ejecutan.
Ninguna ley del aborto, y pongo el caso de España, ha sido previamente incluida en un programa electoral previas unas elecciones. Ni lo fue la de 1985, ni lo fue la de 2010. Que se haya azuzado desde los medios, o a través de plataformas subvencionadas con tal fin, por supuesto. Pero al fin y al cabo la iniciativa siempre ha venido de arriba sin demanda popular.
Toda ley da apariencia de legitimidad al objeto de lo que se regula. No es garantía de legitimidad, porque lo lícito no siempre es legítimo, pero esa apariencia de refrendo institucional es un veneno muy poderoso que va calando poco a poco en las conciencias, las va trabajando sin que siquiera uno sea consciente de ello, poco a poco uno va acostumbrándose hasta el punto de que lo que antes le causaba escándalo acaba por no inmutarle. Y puede seguir no estando de acuerdo con el aborto, pero si no pone el grito en el cielo movilizándose activamente en contra, y ni siquiera en las siguientes elecciones condiciona su voto de acuerdo a no consentir lo más grave objetivamente que se ha impuesto a la sociedad, entonces, es que ya ha tragado, y bien tragado.
Evidentemente el derecho a la vida, el principal derecho humano, es un derecho natural, que no debería estar al arbitrio de nadie concederlo o no por ninguna ley positiva, ni ser votado en referéndum, ni tampoco depender de la subjetividad de la madre, porque no es su cuerpo, es un quién que está alojado en su cuerpo. Pero mientras, la maquinaria de la cultura de la muerte avanza inexorablemente siguiendo minuciosamente los pasos que marca la ingeniería social manipuladora de conciencias que describe tan acertadamente la “ventana de Overton”. Y consigue su propósito de ir deformando las mentes, especialmente de las nuevas generaciones, cegando sus almas a la luz de la verdad y de la razón…
Decía la Madre Teresa de Calcuta, en su discurso del Premio Nobel de la Paz que recibió en 1979, que “el gran destructor de la paz hoy es el crimen del niño inocente no nacido. Si una madre puede asesinar a su propio hijo en su seno, ¿qué impedirá que nos matemos unos a otros?”. Esto deberíamos recordarlo en estos tiempos tan convulsos, con conflictos y guerras que amenazan con extenderse…
¿Conocen algún delito que en unos años haya pasado a ser derecho? Primero se despenalizan algunos supuestos, uno de ellos un coladero, como lo fue “en caso de riesgo psíquico para la salud de la madre”, pero despenalizar supuestos no evita que sea catalogado como un mal. Después se declara libre y ya deja de ser un mal, mientras se ajuste a unos plazos, y se habla ya de derecho… ha pasado a ser un bien. La eutanasia es otro ejemplo.
Hoy en Europa, Francia incluye el aborto como derecho fundamental en su Constitución, y la mayoría del Parlamento Europeo acaba de abogar por su inclusión también en la Carta Europea de Derechos Fundamentales. Decía Juan Pablo II, en una nota doctrinal sobre La conducta de los católicos en la vida pública, que “en caso en que no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que un parlamentario cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo en propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública”.
Cuando hace un año hubo una iniciativa política de ofrecer (no imponer) a las madres una ecografía en 4D y escuchar el latido fetal, en la línea de lo pedido por Juan Pablo II, ¿cuál fue la respuesta de los parlamentarios españoles? La iniciativa fue rechazada, porque sólo hubo un partido que la propuso y la defendió hasta el final.
Desconectados de la Ley de Dios
El derecho positivo ha acabado por convertirse en una máquina de elaborar leyes y normativas de toda índole que como denominador común parecen compartir un solo principio: desconectarse de la Ley de Dios. A pesar de que la Ley de Dios tiene un solo propósito: el Bien del ser humano, de todos y de cada uno de los seres humanos que fueron pensados y amados por Dios hasta el punto de enviar a su único Hijo a redimir a toda la Humanidad, haciéndose hombre y muriendo por muchos, pues sabía que todos no querrían salvarse… Otra cosa es que ese divino ofrecimiento no se haya recibido, o no se haya creído, o directamente se haya pisoteado con crímenes de tanta gravedad como el genocidio de los inocentes. “Aunque olvide ella [la madre], yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo grabado” (Is 49, 15-16). 73 millones de seres humanos son abortados cada año.
Con el conocimiento actual en genética por tantos adelantos científicos y tecnológicos, resulta que se llega a la miserable desfachatez de ignorar como nunca se ha hecho en la historia de la Humanidad a una víctima (estando en una época en la que todo se victimiza como paso previo a exigir un derecho); cuando además de ser la principal víctima en el crimen del aborto, es la más injusta, por encontrarse en el mayor estado de indefensión posible.
No se ha tenido nunca más conocimiento ni más certeza como el que se tiene actualmente con la acumulación de evidencias científicas que demuestran un continuo que define a un individuo desde la concepción hasta la muerte natural, sin experimentar un solo salto cualitativo en su naturaleza. Y ante este hecho irrebatible, la anulación de todos sus derechos como ser humano: el principal y evidente, el derecho a vivir, y todos los demás, que obviamente jamás podrá disfrutar.
Si nadie puede rebatir hoy en día con argumentos científicos que el bebé abortado es un ser humano, como tampoco el hecho de que es un ser humano en su estado más indefenso, ¿quién puede rebatir que es la principal e injusta víctima, porque directamente se le provoca la muerte?
Vítores y aplausos
En la imagen a continuación vemos el resultado de uno de los métodos 'sumarios”'aplicados: la inyección salina.
Fetos abortados mediante una inyección salina que les abrasa.
¿Hay alguien que me pueda argumentar que esa terrible muerte infligida a esos niños indefensos merezca celebrarlo con enfervorecidos vítores y aplausos? Porque eso hubo, precisamente, ante una festiva e iluminada Torre Eiffel, cuando se incluyó el aborto como derecho fundamental en la Constitución de Francia, y estallaron de júbilo los que allí se congregaron a ver en una pantalla la cuenta atrás del acontecimiento, como si fueran las campanadas de fin de año.
¡No!, algún puritano dirá, no estaban celebrando eso. En efecto, me he quedado excesivamente corta. Estaban celebrando el asesinato de millones y millones como esos niños todos los años. De las mismas semanas, de menos semanas, de más semanas… con la misma arma, o con otra, con la que descuartizan sus cuerpecitos, y si fuera por gusto de la OMS, hasta de nueve meses de gestación justo antes del acto de nacer.
Pero, claro, shhh, no hablemos del tema, porque ojos que no ven… Que se mire para otro lado evitando la reflexión responsable, con toda la información que hay disponible, para no asumir lo que materialmente implica un aborto, que probablemente será la postura de esa mayoría exultante de gozo al declararse el aborto derecho fundamental, no quita ni un ápice el gravísimo pecado que implica cometer un acto objetivamente inmoral.
Otro asunto será el juicio de Dios a cada uno, según sus circunstancias, que sólo las conoce Dios. La hipocresía y el cinismo se erigen en otro tipo de armas, las más valiosas y efectivas en esta decadente sociedad de los Últimos Tiempos, en que lo único importante parece ser que es lo concerniente exclusivamente a la propia vida, en un entorno cada vez más asfixiante de precariedad laboral, ahogados con impuestos, con menos libertad, pero más seguridad (nos dicen nuestros dirigentes). ¡Menudo cinismo! ¡Que se atrevan a justificar más protección y seguridad como compensación a la pérdida de libertad mirando a esos niños que representan a millones a quienes les tienen preparado el mismo destino!
Porque víctima, siguiendo la Real Academia Española, en sus diferentes acepciones, es:
-La persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio.
-La persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra.
-La persona que muere o sufre daño por culpa ajena o por accidente fortuito.
-La persona que padece las consecuencias dañosas de un delito.
De todas esas acepciones de “víctima”, la única que no encaja en el aborto es la segunda, porque no tiene capacidad para poder ofrecerse… Precisamente de tan indefensa que es, está expuesta completamente al cuidado de los demás, empezando por el que le brinde su propia madre. No hay ejemplo más certero ni más magnánimo de esta segunda acepción, que Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Ni nadie como Él ha elevado con su ofrecimiento como víctima a un nivel tan excelso la categoría del ser humano. ¡Qué paradoja! ¡Qué paradoja que los vítores y aplausos no los recibiera Jesucristo unos días después, el Día de Su Resurrección, por Bien nuestro, en la misma plaza de la Torre Eiffel!
Un triunfo de Satanás
¿Quién puede estar más interesado en “denigrar” que el envidioso? El envidioso no soporta el éxito que le es ajeno y le ha sido dado a otro. Y como no soporta su bien, busca infligir el mayor daño posible a quien ha contribuido a ese bien. Y no hay sentimiento más destructivo que el motivado por envidia, cuando además, invadido de orgullo, se cree superior… Y no soporta que a criaturas inferiores se les haya dado ese destino querido por Dios, el más privilegiado de todas sus criaturas, de compartir su vida divina en Su Gloria, por toda la Eternidad, si creemos en Jesucristo, el único Salvador.
Dar Gloria a Dios es empeñarnos en nuestra salvación, el éxito de Su proyecto para con nosotros es Su Gloria. El éxito de Satanás y demás espíritus inmundos es nuestra condenación. Pero Dios, que me creó sin mí, no puede salvarme sin mí. El inicio de esa batalla espiritual fue el relato de referencias bíblicas de “los ángeles caídos”, y desde el comienzo de la Humanidad, en ese combate espiritual seguimos inmersos… conscientes o no de la batalla que se libra en el cielo y en la tierra. Batalla en la que cada persona se juega su salvación para toda la eternidad.
Desde Adán y Eva, la serpiente antigua, el príncipe de la mentira, ha tratado de engañarnos para que nos alejemos de Dios, para que le veamos con desconfianza. Desde ese “seréis como dioses”... si le desobedecéis, claro. Se les dio el Paraíso, pero tan solo bastó una prohibición (a pesar de estar advertidos: “Porque si no, moriréis sin remedio”) para que Satanás trabajase en ellos la duda y la desconfianza, y acabaron transgrediendo la ley de Dios…
La mentira de Satanás fue tan retorcida que les hizo olvidar que ya vivían como dioses, inmortales, al cuidado del Amor de Dios. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y en estos Últimos Tiempos la desobediencia a Dios es descomunal, y la apostasía en la sociedad no para de crecer. Eso ha buscado Satanás, borrar a Dios y borrarse él mismo, dejando al hombre sumido en la inmanencia, sin raíces y sin vínculos afectivos, para servirse sólo a sí mismo; y en ese contexto distópico, poder ser dominada la Humanidad, una vez diezmada, según las pautas de la agenda de una minoría elitista que parece trabajar de esbirro de quien gusta llamar al bien mal y al mal bien.
El Nuevo Adán y la Nueva Eva
Pero Dios nunca ha dejado de empeñarse en nuestra salvación, a pesar de las incontables veces que le hemos fallado, hasta el punto de que, para restaurar la Humanidad herida por el pecado original, se hizo hombre en Jesucristo, el nuevo Adán, y quiso nacer de una mujer, la Virgen, la nueva Eva, que aceptó la voluntad divina de ser Madre de Dios y Madre Nuestra para siempre, y nos dio su Iglesia en la tierra, para que, en virtud de los sacramentos, vías de gracia ordinaria, peregrinemos siempre con la ayuda de la Comunión de los Santos, y bajo el amparo de Nuestra Madre, hasta alcanzar la Patria Celestial…
Esto es lo que día a día se libra en el cielo y en la tierra…
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