Tomando un café con una cooperante pensó: «A los curas nos iría bien algo así»... y se fue a África
Leo Ramos, un sacerdote de Salamanca, sintió el llamado misionero tomando un café con una amiga cooperante en el extranjero. Después buscó por Internet, contactó con el Instituto Español de Misones (IEME) y se preparó en Irlanda mejorando su inglés. Una vez en África, en Hwange (que tiene un obispo msiionero español, Alberto Serrano, natural de Zaragoza) Leo Ramos constató que la función de un misionero blanco en Zimbabue, que apenas sabe la lengua local, es la de estar, más que la de hacer. Lo cuenta así en este reportaje de El Norte de Castilla.
«En la labor del misionero es tan importante el estar cerca de la gente como el hacer cosas»
‘Mwapona’ y ‘twalumba’ son las dos palabras de la lengua tonga que más repite Leo Ramos desde que aterrizara en Zimbabue hace ya dos años. Se trata del hola, qué tal estás, y el gracias. Su primera misión en este país africano ha sido aprender la lengua que emplean en la zona donde va a desarrollar su labor. En concreto, en la diócesis de Hwange (hwangediocese.org), junto al principal parque natural del país que lleva ese nombre y donde están las Cataratas Victoria.
Hasta ahora ha vivido en Binga, una ciudad de unos 2.000 habitantes, sin asfalto, donde todas las calles son de tierra, pero donde hay un banco, un pequeño supermercado o un hospital, entre otros servicios humildes que nada tienen que ver en dimensiones con los que se conocen en España. «Al llegar allí la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de El Rocío, en Huelva, donde también tienen sus calles de tierra», subraya este sacerdote salmantino de 42 años.
Además de aprender su lengua, Leo Ramos se ha centrado en todo este tiempo en ver y observar su forma de vida, las costumbres, porque bajo su punto de vista, dentro de la labor del misionero, «es tan importante el hacer como el estar». En este sentido, cree que es su tierra, su vida y su Iglesia, «tienes que situarte, ver cuáles son sus necesidades y cómo entrar en ellas y qué puedes aportar».
A los cuatro o cinco meses de llegar ya decía las misas en tonga, porque leer algo escrito le resulta sencillo, «lo complicado es hablarlo y escucharlo».
El cafe que despertó la chispa
Pero antes de seguir desgranando su vida en Zimbabue hay que retroceder cinco años atrás, hasta 2012, para llegar al día en el que un café con una amiga cooperante le encendió la llamada a ser misionero y salir de Salamanca. «Lo primero que pensé es que a los curas nos vendría bien una experiencia de ese tipo, me quedé con el toque y empecé a mirar información por internet», relata.
Leo Ramos comprobó cómo a su amiga le había cambiado la perspectiva de la vida y él quería vivir una experiencia similar.
Una vez tomada la decisión se fue al Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME), con una primera idea de ir de misionero a Japón, «pero acababan de mandar a un compañero el año anterior». La primera etapa de formación fue de tres meses en el IEME, de Misionología, «desde una perspectiva social, geográfica, política, de Medicina Tropical o sobre qué es esto de la misión, cómo funciona, entre otras cuestiones», detalla Ramos.
Al respecto, destaca que uno no se puede ir de aquí al otro punto del planeta «si no sabes nada de ello, es abrir la mente y la perspectiva». Una vez finalizado ese periodo se fue a la Cueva de San Ignacio en Manresa, a un curso de actualización Teológica organizado por los Jesuitas. Leo Ramos estuvo allí dos meses y medio, y después, volvió al IEME para analizar qué opciones tenía en ese momento. El Instituto Español de Misiones Extranjeras está presente en tres continentes: América Latina, África y Asia.
El siguiente paso fue mejorar su nivel de inglés, ya que es el oficial en Zimbabue, para lo que se trasladó a vivir a Irlanda durante ocho meses, donde hizo un curso intenso del idioma muy cerca de Dublín.
Pasado ese tiempo volvió a Salamanca y una vez conseguidos los documentos necesarios para viajar a África, llegó a Zimbabue un 26 de julio de 2015, por lo tanto, acaba de cumplir los dos años de esa fecha.
Dentro de la Diócesis de Hwange tienen parroquias que están entre 4 y 6 horas de distancia, según si se desplazan en la época de lluvias o en la temporada seca. «Allí tenemos solo esas dos estaciones, de noviembre a marzo, de lluvias, y ahora que está la seca», matiza ese misionero. De hecho, una de las zonas es la de Cataratas Victoria, «el terreno es grande pero tiene poca población». Para recorrer 200 kilómetros pueden tardar hasta cuatro horas en el mejor de los casos.
La población de la zona vive sobre todo en el bosque y cuentan con un pequeño terreno donde siembran maíz sobre todo, que es lo más barato:«Es economía de subsistencia, ya que el 85% de la población no tiene una entrada fija al mes, y hay muy pocos funcionarios, salvo personal de policía, el ejército o los maestros», argumenta este sacerdote. Algunas familias también cuenta con animales como cabras o pollos para su alimentación.
«El año pasado la época de lluvias fue muy pobre y algunos tuvieron que sembrar hasta tres veces». Sin embargo, en estos meses pasados ha llovido mucho y están contentos, «pero todo depende de agentes externos».
Su primer año y medio allí ha estado centrado en el aprendizaje del tonga, así como conocer la historia del país a través de libros, sus costumbres y hacer a la vida, «porque no puedes entrar como un elefante en una cacharrería».
Estar con la gente después de misa
Pasado ese tiempo a Leo Ramos le dieron un destino pastoral, con el que poco a poco iba a las comunidades. «Los domingos a celebrar la misa y estar con la gente, porque es importante pasar la fase del estar», insiste. Durante su estancia en Binga también ha acudido a un orfanato de las Hijas del Calvario, dos veces por semana, donde interactuaba con los niños jugando a las cartas, al balón o tocando el tambor con ellos.
Un 10% de católicos
En Zimbabue hay un 10% de católicos y el 60% son cristianos [protstantes] pero como asegura Leo Ramos cuentan con un sinfín de formas de vivir su religión, con pequeñas comunidades. «Tienen otra mentalidad y son mucho más flexibles en la vida, viven el presente aunque su vida sea precaria y no sepan qué comerán mañana», describe.
Dentro del país, la comunidad tonga es donde más tarde llegó el catolicismo, al ser una zona pobre, de hecho, el resto de etnias «miran por encima a los tongas».
En agosto volverá a este país africano a una nueva misión tras finalizar el periodo de iniciación, de aterrizaje, A partir de ahora vivirá en Kariyangwe, a 60 kilómetros de Binga, donde estará con dos sacerdotes nativos que también llegan nuevos al destino. Quizás sea el único blanco en la zona. «Celebraré la eucaristía, iré a visitar las comunidades y me centraré en el tema de la formación en todos los niveles: cristiana y social, hay mucha tarea que hacer», asegura.
Para Leo Ramos es como empezar de nuevo en su labor de misionero, de reinicio, «no del cero pero quizás sí del 1 o el 2». De nuevo, este sacerdote considera que sigue siendo más importante estar que hace, «se nos olvida que nuestra misión es ser y estar».
Por otra parte, confirma que no es ningún héroe por estar de misionero en otro país, «tiene el valor que tiene, simplemente salir a otra cultura y empezar de cero como lo hacen tantos inmigrantes que vienen a España o a otros lugares y a esos nadie les hace un reportaje». Además, piensa que la época del misionero que construía todo ya ha pasado, «no era bueno, creaba dependencia con la gente, son ellos mismos los que tienen que tomar rienda de sus vidas y del país, de cómo quieren manejarse y vivir su vida».
La predicación y la escucha
Leo Ramos entiende que su misión como cristiano actual es estar en Zimbabue, con sus pros y contras, «al igual que si estuviese aquí», a él no le parece arriesgado. Su papel de misionero lo transmite cuando habla y predica. Otro aspecto que valora es la escucha, «es muy importante y con eso puedes ayudar mucho a una persona, y a veces cuesta más escuchar que hablar, hay que hacer el esfuerzo de ir más allá».
Y es allí donde Leo Ramos ha aprendido a valorar la importancia de las cosas, a adaptarse a otro ritmo de vida que no es mejor o peor, simplemente distinto. Cuando da una misa lo hace rodeado de gente que vive la fe con mucha intensidad, en un idioma que no es el suyo pero que sigue aprendiendo cada día para poder llegar mejor al corazón de la comunidad, de transmitir el Evangelio y su acción a miles de kilómetros de la ciudad donde nació y creció como sacerdote.