Un obispo deja su diócesis para irse de misionero: ha pasado en Italia y explica por qué lo hace
Su decisión sorprendió a muchos, a los fieles de sus diócesis, a sus sacerdotes y también a sus compañeros obispos. Gianfranco Todisco, hasta ahora prelado de la diócesis italiana de Melfi-Rapolla-Venosa, decidió renunciar para pode partir a las misiones, en este caso a Honduras.
Lo hace a los 71 años, cuatro antes de la obligación canónica de presentar la renuncia al Papa y en esta entrevista en Vatican Insider explica los motivos que le han llevado a tomar esta decisión:
- Su decisión va contra corriente, está muy lejos de cierto carrerismo eclesial. ¿Cómo nació y maduró? ¿Tiene que ver el cansancio con su decisión? ¿Hubo algún episodio, algún momento que le haya dado la certeza de que se trataba de la decisión correcta?
- Desde que era seminarista, miembro de los Misioneros Ardorinos (una pequeña congregación que fundó en Calabria en 1928 un párroco con el objetivo de prestar particular atención a las poblaciones rurales, en particular a los jóvenes), me fue inculcada la atención por los que viven lejos de los centros urbanos. Primero como seminarista y después como sacerdote he participado en diferentes misiones en los centros rurales de Calabria, incluido el Aspromonte. En enero de 1978, los superiores me enviaron a Canadá, a la ciudad de Toronto (Ontario), en donde trabajé durante 12 años con los inmigrantes italianos, hispanos y filipinos. En noviembre de 1988 partí hacia Colombia, al departamento de Huila, en donde trabajé 9 años con los campesinos. Al volver a Italia, después de tres años, fui nombrado obispo de la diócesis de Melfi – Rapolla – Venosa. Las constantes invitaciones a los sacerdotes de que pasaran algunos años de su ministerio, en Suiza o en América Latina, en donde escasea el clero, atestiguan mi particular atención por un problema que es de capital importancia para la Iglesia: anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los que están lejos.
»Haber sido miembro, durante diez años, de la Comisión Episcopal para la Evangelización y la Cooperación entre las Iglesias, me dio la posibilidad de encontrarme con muchos misioneros y misioneras italianos en diferentes partes del mundo. Desgraciadamente, año con año, su número ha ido disminuyendo cada vez más, y las fuerzas físicas se van agotando, sin el relevo de energías más frescas. Algunos vieron en mi decisión “un poco de cansancio” o, incluso, “poca sintonía con los sacerdotes”. Mi respuesta fue: “El que está cansado, descansa. Nadie cree que va a descansar en un país en el que la presencia de los sacerdotes falta (la diócesis a la que iré es tan gran de como Sicilia, en donde hay 18 obispos y 3500 sacerdotes), y los problemas no son pocos. Y luego, en cuanto a la dificultad de “poca sintonía con los sacerdotes”, los que me conocen saben que siempre he afrontado los desafíos de frente.
»He asumido tres veces la conducción de una parroquia y no me he dejado condicionar nunca por el comportamiento de ningún sacerdote. Incluso en estos casos, de comportamientos no ejemplares, siempre he dejado la puerta abierta, tomando la iniciativa de llamarlo, dialogar con él e invitarlo a reconsiderar su comportamiento. La certeza de haber tomado la decisión correcta me la dio la respuesta positiva del Papa Francisco y su llamada telefónica.
-¿Puede contarnos cómo le comunicó su petición al Papa y qué le respondió?
- Le escribí una carta en la que manifestaba mi inquietud misionera, que aumentaba cada vez que visitaba a los misioneros italianos en el extranjero como miembro de la Comisión de Evangelización de la Conferencia Episcopal italiana. Me daba energías el testimonio alegre de muchos hermanos y hermanas que, a pesar del paso del tiempo, seguían permaneciendo en la brecha, y, por lo tanto, aumentaba mi inquietud de “volver a la misión, incluso como simple presbítero”. En la carta añadí que estaba “dispuesto a ir a donde Usted considere oportuno enviarme, incluso a las sedes más alejadas y difíciles, a las «periferias» de la Iglesia que Usted constantemente nos recuerda”. El Papa Francisco me respondió con un mensajito: “Querido hermano, hoy leí tu carta del pasado 7 (de noviembre). Muchas gracias. Me ha hecho bien. Lo pensaré, rezaré y buscaré una respuesta ‘concreta’”, las comillas son suyas.
-¿Qué dijeron los otros obispos de la Conferencia Episcopal de Italia?
- Muchos me enviaron un mensaje o me llamaron por teléfono, apreciando mi decisión, diciendo que era «valiente», sobre todo teniendo en cuenta mi edad. En el mes de marzo cumplí 71 años. Todavía me siento con fuerzas y todavía puedo dar una pequeña ayuda en donde se necesita.
- Al anunciar su decisión en la diócesis, usted dijo: «Me siento forzado a vivir el ministerio episcopal con espíritu misionero». ¿En la actualidad es difícil para un obispo italiano ser «misionero»? ¿El sur de Italia, la sociedad italiana, con sus problemas y contradicciones, y en general el mundo occidental, no son también tierra de misión?
- No creo que sea difícil para un obispo vivir el ministerio episcopal. Al volver a Italia, después de la misión en Canadá y en Colombia, comprendí que la misión se puede también hacer en Italia. Mis superiores (espiritualmente me siento vinculado a los misioneros Ardorinos, la Congragación de los Píos Obreros Catequistas Rurales), me encomendaron la parroquia que fue del fundador, don Gaetano Mauro. Viví esos tres años con el mismo espíritu misionero que acompañó mi misión en Canadá y en Colombia. Cuando comencé el servicio episcopal en Melfi no hice más que aplicar a la nueva realidad los mismos criterios que animaban mi trabajo misionero en el extranjero: comencé a visitar las parroquias más pequeñas y alejadas; cuando podía, iba a pie para encontrarme con las personas. En los días de fiesta, normalmente, celebraba en la catedral o en las parroquias, después de haber llamado al párroco. Debido a las dimensiones de la diócesis (86.700 habitantes), además de la visita pastoral oficial (de 2006 a 2009), pasaba una semana entera en la parroquia (creo que visité las parroquias varias veces, y no con motivo de las confirmaciones o de las fiestas patronales).
-¿Cuál fue su experiencia de misionero en el pasado? ¿Qué aprendió? Y ahora, en Honduras, ¿qué es lo que hará?
- Como primero, cuando era seminarista, y después, como joven sacerdote en Italia, fui encaminado a la vida misionera, después de la experiencia en Canadá y en Colombia continué mi servicio pastoral con el estilo misionero al que me habían educado, aunque con modalidades diferentes, a partir de la lengua y de la cultura, que exigen que el misionero tenga una inmersión completa en el estilo de vida de la gente, que San Pablo describió con la conocida frase: “hacerse todo a todos”. De la experiencia pasada aprendí a ir al encuentro de los demás y a no esperar a que los demás vinieran a mí. Es lo que está repitiendo frecuentemente el Papa Francisco cuando habla, en la “Evangelii gaudium”, de «Iglesia en salida» que «sabe dar el primer paso», sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los que están lejos y llegar a las encrucijadas para invitar a los excluidos. Es lo que espero hacer cuando llegue a Honduras, poniéndome a completa disposición del obispo, donde considere que haya mayores necesidades, para llevar a todos la bella noticia de que Dios nos quiere y que Jesús nos lo hizo conocer de cerca.
Lo hace a los 71 años, cuatro antes de la obligación canónica de presentar la renuncia al Papa y en esta entrevista en Vatican Insider explica los motivos que le han llevado a tomar esta decisión:
- Su decisión va contra corriente, está muy lejos de cierto carrerismo eclesial. ¿Cómo nació y maduró? ¿Tiene que ver el cansancio con su decisión? ¿Hubo algún episodio, algún momento que le haya dado la certeza de que se trataba de la decisión correcta?
- Desde que era seminarista, miembro de los Misioneros Ardorinos (una pequeña congregación que fundó en Calabria en 1928 un párroco con el objetivo de prestar particular atención a las poblaciones rurales, en particular a los jóvenes), me fue inculcada la atención por los que viven lejos de los centros urbanos. Primero como seminarista y después como sacerdote he participado en diferentes misiones en los centros rurales de Calabria, incluido el Aspromonte. En enero de 1978, los superiores me enviaron a Canadá, a la ciudad de Toronto (Ontario), en donde trabajé durante 12 años con los inmigrantes italianos, hispanos y filipinos. En noviembre de 1988 partí hacia Colombia, al departamento de Huila, en donde trabajé 9 años con los campesinos. Al volver a Italia, después de tres años, fui nombrado obispo de la diócesis de Melfi – Rapolla – Venosa. Las constantes invitaciones a los sacerdotes de que pasaran algunos años de su ministerio, en Suiza o en América Latina, en donde escasea el clero, atestiguan mi particular atención por un problema que es de capital importancia para la Iglesia: anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los que están lejos.
»Haber sido miembro, durante diez años, de la Comisión Episcopal para la Evangelización y la Cooperación entre las Iglesias, me dio la posibilidad de encontrarme con muchos misioneros y misioneras italianos en diferentes partes del mundo. Desgraciadamente, año con año, su número ha ido disminuyendo cada vez más, y las fuerzas físicas se van agotando, sin el relevo de energías más frescas. Algunos vieron en mi decisión “un poco de cansancio” o, incluso, “poca sintonía con los sacerdotes”. Mi respuesta fue: “El que está cansado, descansa. Nadie cree que va a descansar en un país en el que la presencia de los sacerdotes falta (la diócesis a la que iré es tan gran de como Sicilia, en donde hay 18 obispos y 3500 sacerdotes), y los problemas no son pocos. Y luego, en cuanto a la dificultad de “poca sintonía con los sacerdotes”, los que me conocen saben que siempre he afrontado los desafíos de frente.
»He asumido tres veces la conducción de una parroquia y no me he dejado condicionar nunca por el comportamiento de ningún sacerdote. Incluso en estos casos, de comportamientos no ejemplares, siempre he dejado la puerta abierta, tomando la iniciativa de llamarlo, dialogar con él e invitarlo a reconsiderar su comportamiento. La certeza de haber tomado la decisión correcta me la dio la respuesta positiva del Papa Francisco y su llamada telefónica.
-¿Puede contarnos cómo le comunicó su petición al Papa y qué le respondió?
- Le escribí una carta en la que manifestaba mi inquietud misionera, que aumentaba cada vez que visitaba a los misioneros italianos en el extranjero como miembro de la Comisión de Evangelización de la Conferencia Episcopal italiana. Me daba energías el testimonio alegre de muchos hermanos y hermanas que, a pesar del paso del tiempo, seguían permaneciendo en la brecha, y, por lo tanto, aumentaba mi inquietud de “volver a la misión, incluso como simple presbítero”. En la carta añadí que estaba “dispuesto a ir a donde Usted considere oportuno enviarme, incluso a las sedes más alejadas y difíciles, a las «periferias» de la Iglesia que Usted constantemente nos recuerda”. El Papa Francisco me respondió con un mensajito: “Querido hermano, hoy leí tu carta del pasado 7 (de noviembre). Muchas gracias. Me ha hecho bien. Lo pensaré, rezaré y buscaré una respuesta ‘concreta’”, las comillas son suyas.
-¿Qué dijeron los otros obispos de la Conferencia Episcopal de Italia?
- Muchos me enviaron un mensaje o me llamaron por teléfono, apreciando mi decisión, diciendo que era «valiente», sobre todo teniendo en cuenta mi edad. En el mes de marzo cumplí 71 años. Todavía me siento con fuerzas y todavía puedo dar una pequeña ayuda en donde se necesita.
- Al anunciar su decisión en la diócesis, usted dijo: «Me siento forzado a vivir el ministerio episcopal con espíritu misionero». ¿En la actualidad es difícil para un obispo italiano ser «misionero»? ¿El sur de Italia, la sociedad italiana, con sus problemas y contradicciones, y en general el mundo occidental, no son también tierra de misión?
- No creo que sea difícil para un obispo vivir el ministerio episcopal. Al volver a Italia, después de la misión en Canadá y en Colombia, comprendí que la misión se puede también hacer en Italia. Mis superiores (espiritualmente me siento vinculado a los misioneros Ardorinos, la Congragación de los Píos Obreros Catequistas Rurales), me encomendaron la parroquia que fue del fundador, don Gaetano Mauro. Viví esos tres años con el mismo espíritu misionero que acompañó mi misión en Canadá y en Colombia. Cuando comencé el servicio episcopal en Melfi no hice más que aplicar a la nueva realidad los mismos criterios que animaban mi trabajo misionero en el extranjero: comencé a visitar las parroquias más pequeñas y alejadas; cuando podía, iba a pie para encontrarme con las personas. En los días de fiesta, normalmente, celebraba en la catedral o en las parroquias, después de haber llamado al párroco. Debido a las dimensiones de la diócesis (86.700 habitantes), además de la visita pastoral oficial (de 2006 a 2009), pasaba una semana entera en la parroquia (creo que visité las parroquias varias veces, y no con motivo de las confirmaciones o de las fiestas patronales).
-¿Cuál fue su experiencia de misionero en el pasado? ¿Qué aprendió? Y ahora, en Honduras, ¿qué es lo que hará?
- Como primero, cuando era seminarista, y después, como joven sacerdote en Italia, fui encaminado a la vida misionera, después de la experiencia en Canadá y en Colombia continué mi servicio pastoral con el estilo misionero al que me habían educado, aunque con modalidades diferentes, a partir de la lengua y de la cultura, que exigen que el misionero tenga una inmersión completa en el estilo de vida de la gente, que San Pablo describió con la conocida frase: “hacerse todo a todos”. De la experiencia pasada aprendí a ir al encuentro de los demás y a no esperar a que los demás vinieran a mí. Es lo que está repitiendo frecuentemente el Papa Francisco cuando habla, en la “Evangelii gaudium”, de «Iglesia en salida» que «sabe dar el primer paso», sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los que están lejos y llegar a las encrucijadas para invitar a los excluidos. Es lo que espero hacer cuando llegue a Honduras, poniéndome a completa disposición del obispo, donde considere que haya mayores necesidades, para llevar a todos la bella noticia de que Dios nos quiere y que Jesús nos lo hizo conocer de cerca.
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