Serpientes en el techo y tribales con arcos y flechas: el padre Toppo, en las Islas Andamán
El padre Pritam Toppo es un sacerdote de la Sociedad de Misioneros de San Francisco Javier que ha trabajado durante muchos años en uno de los territorios con zonas más aisladas y primitivas del mundo: las islas de Andamán y Nicobar.
En cuanto fue ordenado sacerdote en Goa (India), en la casa de su congregación, fue enviado a estas remotas islas del Índico (son 572 tierras entre islas surgidas, islotes y rocas), en las aguas al sureste de la India, en la Bahía de Bengala. Su congregación es la pionera en el territorio: llegó en 1965, y a ella pertenece también el obispo de Port Blair, cuto territorio incluye todas las islas (dioceseofportblair.com).
Primero Pritam Toppo trabajó con jóvenes y niños en la gran isla del sur, Gran Nicobar. Después administró un año la casa de la congregación en la capital, Port Blair. Y finalmente pasó a la zona primitiva y remota de Rangat, en la isla de Smith, en la zona norte-central del archipiélago. No es difícil en algunos pueblos de la zona encontrarse ciempiés gigantes y serpientes en el techo de las casas.
"Los medios de transporte son escasos, no hay coches, ni jeeps...", explica. Los autobuses públicos son tan limitados que cuando se rompe uno, no hay otros sustitutos. "A veces nos hemos visto obligados a cancelar la misa en los pueblos, porque no sabíamos cómo llegar a ellos. Pero ni siquiera se podía advertir a los líderes del pueblo ya que en esos días no había ni siquiera línea telefónica", recuerda.
Los jarawas, con arcos y flechas
"Un día fuimos a un pueblo lejos de la parroquia para celebrar la misa", cuenta. "Yo iba con las monjas. Dado que no hay caminos, hay que caminar más de 10 km de selva virgen, con ríos y cascadas. En todas partes hay plantas que pican e insectos que chupan la sangre".
A mitad de recorrido, les salieron al paso quince indígenas pertenecientes a la tribu hostil de los Jarawas. "Tenían arcos y flechas. Inmediatamente le dije a las monjas que se levantaran el velo y se escondieran detrás de un árbol grande. También me refugié detrás de un tronco de árbol y tuvimos la suerte: continuaron su camino. Después salimos de nuestros escondites y seguimos armados con la fuerza y el valor para llegar a nuestro destino".
El misionero explica a AsiaNews que llega a las aldeas más remotas para decir misa una vez al mes. Este es el caso de la zona habitada principalmente por los católicos de tribus Oncnochers. Allí, la "iglesia está construida con el material que ofrece el bosque, con el techo cubierto de bambú". Por lo general el padre Toppo se detiene a dormir en el pueblo, donde no hay luz eléctrica y todas las actividades humanas están iluminados con velas. Hay mucha actividad de noche: catecismo para los niños, charlas sobre la Iglesia en el mundo, asesorías y debates sobre problemas de matrimonios y bautismos... hasta las once de la noche, a la luz de las velas.
En cuanto fue ordenado sacerdote en Goa (India), en la casa de su congregación, fue enviado a estas remotas islas del Índico (son 572 tierras entre islas surgidas, islotes y rocas), en las aguas al sureste de la India, en la Bahía de Bengala. Su congregación es la pionera en el territorio: llegó en 1965, y a ella pertenece también el obispo de Port Blair, cuto territorio incluye todas las islas (dioceseofportblair.com).
Primero Pritam Toppo trabajó con jóvenes y niños en la gran isla del sur, Gran Nicobar. Después administró un año la casa de la congregación en la capital, Port Blair. Y finalmente pasó a la zona primitiva y remota de Rangat, en la isla de Smith, en la zona norte-central del archipiélago. No es difícil en algunos pueblos de la zona encontrarse ciempiés gigantes y serpientes en el techo de las casas.
"Los medios de transporte son escasos, no hay coches, ni jeeps...", explica. Los autobuses públicos son tan limitados que cuando se rompe uno, no hay otros sustitutos. "A veces nos hemos visto obligados a cancelar la misa en los pueblos, porque no sabíamos cómo llegar a ellos. Pero ni siquiera se podía advertir a los líderes del pueblo ya que en esos días no había ni siquiera línea telefónica", recuerda.
Los jarawas, con arcos y flechas
"Un día fuimos a un pueblo lejos de la parroquia para celebrar la misa", cuenta. "Yo iba con las monjas. Dado que no hay caminos, hay que caminar más de 10 km de selva virgen, con ríos y cascadas. En todas partes hay plantas que pican e insectos que chupan la sangre".
A mitad de recorrido, les salieron al paso quince indígenas pertenecientes a la tribu hostil de los Jarawas. "Tenían arcos y flechas. Inmediatamente le dije a las monjas que se levantaran el velo y se escondieran detrás de un árbol grande. También me refugié detrás de un tronco de árbol y tuvimos la suerte: continuaron su camino. Después salimos de nuestros escondites y seguimos armados con la fuerza y el valor para llegar a nuestro destino".
El misionero explica a AsiaNews que llega a las aldeas más remotas para decir misa una vez al mes. Este es el caso de la zona habitada principalmente por los católicos de tribus Oncnochers. Allí, la "iglesia está construida con el material que ofrece el bosque, con el techo cubierto de bambú". Por lo general el padre Toppo se detiene a dormir en el pueblo, donde no hay luz eléctrica y todas las actividades humanas están iluminados con velas. Hay mucha actividad de noche: catecismo para los niños, charlas sobre la Iglesia en el mundo, asesorías y debates sobre problemas de matrimonios y bautismos... hasta las once de la noche, a la luz de las velas.
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