Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Dar de beber al sediento: un misionero explica cómo aportar agua potable puede transformar un pueblo

DiocesisMalaga.es

El padre Luis Ángel Moral con niños de la misión de Fo-Bouré en Benín
El padre Luis Ángel Moral con niños de la misión de Fo-Bouré en Benín
Luis Ángel Moral (1971, La Rioja) es sacerdote diocesano de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. De 2006 a 2013 desempeñó su labor pastoral en la misión que tiene esta diócesis en Benín (África), donde conoció de primera mano los proyectos de Manos Unidas. [Barbastro y Calahorra apoyan conjuntamente una misión en benín llamada Fo-Bouré, con blog aquí]

-Casi ocho años compartiendo su vida en Benín, ¿cómo fue la experiencia?
-La experiencia muy buena, para repetir. Como misionero, allí fui a anunciar el Evangelio y a dar testimonio de la presencia de Jesús a un país con otra cultura. Lo que más me impactó fue ver tanta necesidad, incluso de cosas que para nosotros son básicas.

»Pero también se grabó en mí la alegría de cuantas personas me encontré y el agradecimiento que muestran por el simple hecho de estar con ellos y compartir sus alegrías y sus penas. Y los rostros de las personas que conocí en situaciones muchas veces al límite, en situaciones que a nosotros nos parece impensable que sigan existiendo en el mundo.

-¿Se trata de una misión de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño?
-Eso es. Desde hace muchos años, la diócesis se planteó tener presencia en África con una misión diocesana. La primera se abrió en Burundi, pero los misioneros tuvieron que salir del país en el año 85, con la guerra y el genocidio que asolaron el país. La Diócesis seguía planteando una presencia en África y, en el año 87 surgió la oportunidad de ir a Benín. Desde entonces estamos allí y esperamos desaparecer pronto, pero por buenas noticias, porque está surgiendo clero nativo y comunidades fuertes. Los proyectos de Manos Unidas también tienen mucho que ver en el crecimiento de esta misión.

-En la misión ha conocido usted de primera mano los proyectos de Manos Unidas.
-Esta ONG católica para el desarrollo lucha contra el hambre, buscando siempre el desarrollo de los países y con una vinculación tremenda con los misioneros. Empezaron con pequeños recursos, construyendo pequeños pozos y llevando a cabo pequeñas actuaciones. Gracias a Dios, desde hace ya años, Manos Unidas está viviendo un auge importante y pone en marcha grandes proyectos. Nosotros, en concreto, hemos pasado de construir pozos, hace 27 años, a construir grandes depósitos con distribución de fuentes por las distintas poblaciones. Y además, hemos puesto en marcha proyectos de sanidad, educación, promoción de la mujer, electricidad…

-¿Un proyecto que destacaría?
-El de llevar agua a todo el pueblo. Cuando conoces la situación de las mujeres, que hacen kilómetros para buscar agua y que, después de una sequía de nueve meses, cuando encuentran agua resulta que está en condiciones insalubres. Cuando conoces la situación de alta mortalidad infantil a causa de ese agua, de cólera, de malnutrición, de no tener nada que llevarse a la boca… Es una alegría recibir la propuesta de que es posible poner en marcha un proyecto así.

»Al principio se informa a los responsables del pueblo de que es posible sacar del suelo que estamos pisando el agua necesaria para vivir. Y también se les explica que Manos Unidas ayuda, pero que hace falta la colaboración de todo el pueblo. Y así fue, las mujeres se pusieron a picar la piedra necesaria para construir el hormigón, los jóvenes cavaron las zanjas para las tuberías… fue una movilización total del pueblo, fue el primer proyecto que hicimos y un éxito en colaboración y participación. Y ahí no acaba la cosa, sino que hay que hacerle un seguimiento al proyecto. Se crea un comité de gestión que está atento a cómo se hace el consumo y cómo se recoge la pequeña aportación que cada persona hace por caldero. Al final de cada semana se hace balance entre lo vendido y lo consumido, a ver si salen las cuentas.

»Y después, cuando vas al dispensario, a la maternidad y al centro de salud y pides el registro de los enfermos antes de crear el proyecto y después, se constata que los brotes de cólera y las diarreas han disminuido. Y también, que la población ha aumentado, pues son más los niños que han nacido y menos los que han fallecido. Yo creo que es lo que más nos ha llenado de alegría y con lo que vemos muchísimos frutos.

-Y aquí nos quejamos de un día que nos corten el agua.
-Yo creo que esa es la gran tristeza que tenemos en nuestro mundo desarrollado: que no valoramos lo que tenemos y que muchas veces nos olvidamos de los que pasan necesidad. Por eso, la campaña de Manos Unidas no es sólo recaudar dinero, que es fundamental, sino que también se hace un gran trabajo de sensibilización. Desde cómo enfocamos nuestro consumo hasta cómo ponemos en práctica la solidaridad. Vivimos en un mundo que tiene que ser para todos pero, en nuestro bien vivir, sólo nos acordamos de situaciones de necesidad cuando nos afectan un poquito, sin darnos cuenta de que esa situación hay gente que la está viviendo permanentemente.

-¿Cambió su vida tras su paso por África?
-Relativizas más las cosas, valoras más lo que tienes, intentas transmitir a los demás tu vivencia. Te planteas un nuevo estilo de vida, sabiendo que somos privilegiados. Y nunca olvidas ser agradecido y promocionar la solidaridad.

-¿Se plantea volver?
-Yo creo que sí. Cuando volví, me preguntaron que si me había vuelto porque estaba cansado y respondí que, justo lo contrario, si pasaba un año más, ya no volvía nunca (se ríe). Soy sacerdote diocesano y me debo a ella. La verdad es que hay un relevo de los sacerdotes que, poco a poco, vamos manteniendo la misión. Esos 8 años fueron para mí una buena experiencia y nunca cierro la puerta a poder ir a otro sitio o volver allí. Personalmente me ha hecho mucho bien y creo que también es una manera de colaborar con el anuncio del Evangelio y la promoción de las personas y los pueblos.
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