«La cruz nos da más seguridad que la bandera de la ONU», dicen musulmanes bajo las bombas en Gaza
Iglesias y colegios cristianos de Gaza abren sus puertas a miles de musulmanes que huyen de los bombardeos.
No hay ningún lugar seguro, pero los palestinos creen que Israel no bombardeará un centro cristiano.
La madre de Hasan Fayoum descansa en un pequeño colchón de espuma en el sótano del centro cultural ortodoxo de Gaza.
El edificio está sin terminar y acoge a catorce familias.
Los pies de la anciana se apoyan sobre el cemento. Duerme. Suenan explosiones cerca, pero ni se inmuta. Ya están acostumbrados.
«Tenía cuatro años cuando los israelíes ocuparon su aldea cerca de Beer Sheba y le expulsaron a Gaza con toda la familia, ahora vuelve a tener que huir de ellos», recuerda Hasan junto a la silla de ruedas de su madre, que, como buena parte de los mayores de la Franja, estos días repite huida de las fuerzas israelíes.
«Perdona si olemos mal, llevamos días sin ducharnos y vivimos de lo que nos da la gente, de donaciones privadas, lo hemos perdido todo, como en 1948», comentan Hasan, quien, pese a todo, da las gracias a las milicias palestinas porque, «si no es por ellos los israelíes entran y nos degüellan como a corderos».
Los Fayoum son musulmanes. Vienen de Shejaiya, barrio al este de la ciudad que ha quedado arrasado y donde siguen los combates. Primero intentaron quedarse en un colegio de la ONU, pero los 69 centros abiertos como albergues acogen ya a más de 100.000 personas y están desbordados.
Entonces pensaron en la opción de pedir ayuda en los centros cristianos y les abrieron la puerta: «La cruz nos da más seguridad que la bandera de la ONU», dice Hasan.
Éxodo de creyentes
La presión interna ejercida por los islamistas de Hamás y la externa derivada del bloqueo de Israel han empujado a la mayoría de cristianos a abandonar la Franja en los últimos años. Hoy apenas quedan unos 2.000 cristianos en Gaza, según agencias humanitarias. Cada comunidad tiene su iglesia.
Los ortodoxos han abierto San Porfirio para los desplazados y aquí ayudan a un millar de personas, en tanto que la parroquia latina de la Sagrada Familia, muy cerca de la tumba de Sansón, acoge a unas 700, según el padre Raed Abu Sahlia, director general de Cáritas en Jerusalén.
«La gente nos pide comida y combustible para generadores. Hacemos lo que podemos. A partir de hoy empezamos a servir comida caliente para el eftar (comida que rompe el ayuno del ramadán) y hemos calculado un plan de emergencia de una semana», nos cuenta el religioso.
Jens Laerke, portavoz de la Oficina de Naciones Unidas para la Asistencia Humanitaria (OCHA, por sus siglas en inglés), insiste en sus intervenciones en que «en Gaza no hay lugar seguro para los civiles».
Este mensaje lo tiene muy claro Mahmoud Bedi, profesor de Química en el mismo colegio de la Sagrada Familia al que llegó con su familia huyendo de las bombas en Beit Lahia, al norte de la Franja.
«No creo que Israel ataque una escuela cristiana, es lo primero que pensé cuando nos tocó abandonar nuestra casa, ya sabía que los centros de la ONU estarían llenos», comenta Bedi, que sueña con «un alto el fuego, aunque sea temporal, que nos permita ir a recoger a nuestros muertos de las calles».
Niños y más niños juegan en el patio de este centro, situado muy cerca del centro cultural ortodoxo, pero con muy buenas instalaciones.
La gente cuenta las horas para que entre en vigor una tregua que acabe con los bombardeos. Están vivos y no se alejan demasiado de los colegios, pero muchos saben que ya no tienen una casa a la que regresar.
No hay ningún lugar seguro, pero los palestinos creen que Israel no bombardeará un centro cristiano.
La madre de Hasan Fayoum descansa en un pequeño colchón de espuma en el sótano del centro cultural ortodoxo de Gaza.
El edificio está sin terminar y acoge a catorce familias.
Los pies de la anciana se apoyan sobre el cemento. Duerme. Suenan explosiones cerca, pero ni se inmuta. Ya están acostumbrados.
«Tenía cuatro años cuando los israelíes ocuparon su aldea cerca de Beer Sheba y le expulsaron a Gaza con toda la familia, ahora vuelve a tener que huir de ellos», recuerda Hasan junto a la silla de ruedas de su madre, que, como buena parte de los mayores de la Franja, estos días repite huida de las fuerzas israelíes.
«Perdona si olemos mal, llevamos días sin ducharnos y vivimos de lo que nos da la gente, de donaciones privadas, lo hemos perdido todo, como en 1948», comentan Hasan, quien, pese a todo, da las gracias a las milicias palestinas porque, «si no es por ellos los israelíes entran y nos degüellan como a corderos».
Los Fayoum son musulmanes. Vienen de Shejaiya, barrio al este de la ciudad que ha quedado arrasado y donde siguen los combates. Primero intentaron quedarse en un colegio de la ONU, pero los 69 centros abiertos como albergues acogen ya a más de 100.000 personas y están desbordados.
Entonces pensaron en la opción de pedir ayuda en los centros cristianos y les abrieron la puerta: «La cruz nos da más seguridad que la bandera de la ONU», dice Hasan.
Éxodo de creyentes
La presión interna ejercida por los islamistas de Hamás y la externa derivada del bloqueo de Israel han empujado a la mayoría de cristianos a abandonar la Franja en los últimos años. Hoy apenas quedan unos 2.000 cristianos en Gaza, según agencias humanitarias. Cada comunidad tiene su iglesia.
Los ortodoxos han abierto San Porfirio para los desplazados y aquí ayudan a un millar de personas, en tanto que la parroquia latina de la Sagrada Familia, muy cerca de la tumba de Sansón, acoge a unas 700, según el padre Raed Abu Sahlia, director general de Cáritas en Jerusalén.
«La gente nos pide comida y combustible para generadores. Hacemos lo que podemos. A partir de hoy empezamos a servir comida caliente para el eftar (comida que rompe el ayuno del ramadán) y hemos calculado un plan de emergencia de una semana», nos cuenta el religioso.
Jens Laerke, portavoz de la Oficina de Naciones Unidas para la Asistencia Humanitaria (OCHA, por sus siglas en inglés), insiste en sus intervenciones en que «en Gaza no hay lugar seguro para los civiles».
Este mensaje lo tiene muy claro Mahmoud Bedi, profesor de Química en el mismo colegio de la Sagrada Familia al que llegó con su familia huyendo de las bombas en Beit Lahia, al norte de la Franja.
«No creo que Israel ataque una escuela cristiana, es lo primero que pensé cuando nos tocó abandonar nuestra casa, ya sabía que los centros de la ONU estarían llenos», comenta Bedi, que sueña con «un alto el fuego, aunque sea temporal, que nos permita ir a recoger a nuestros muertos de las calles».
Niños y más niños juegan en el patio de este centro, situado muy cerca del centro cultural ortodoxo, pero con muy buenas instalaciones.
La gente cuenta las horas para que entre en vigor una tregua que acabe con los bombardeos. Están vivos y no se alejan demasiado de los colegios, pero muchos saben que ya no tienen una casa a la que regresar.
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