Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Obligada a prostituirse

Lek, una adolescente que fue vendida para prostituirse y que ahora es monja católica

Lek acababa de cumplir catorce años cuando llegaron a su casa las «señoras pescadoras» de Bangkok. Hablaron con su padre y llegaron a un acuerdo: le darían mil dólares para que Lek les acompañase hasta la capital donde le enseñarían un «oficio».

Mónica Vázquez/ReL

Una prostituta
Una prostituta
Era un buen pacto para una familia que vive en una de las zonas más pobres de Tailandia. Pero cuando llegó a Bangkok se dio cuenta de que no existía ese trabajo. Sola en una ciudad de 8 millones de habitantes, sin conocer el idioma, pues hablaba un dialecto, y con su familia a miles de kilómetros, Lek era obligada a prostituirse.

Pero Lek no se resignó a su destino. Su hermana, que se encontraba en el centro de formación profesional católico «Baan Marina», dirigido por las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y María, se convirtió en su única posibilidad de salvación. No sin dificultades, se puso en contacto con ella, quien contó a las hermanas su situación.

La única manera de salir de la prostitución pasaba por devolver la cantidad que habían dado por ella a su familia, más los gastos que había ocasionado por el alquiler de la habitación donde dormía y otras cantidades en concepto de manutención. Una «deuda» imposible de satisfacer con su escaso «salario» como prostituta.

Las Misioneras lograron pagar esa cantidad y consiguieron la libertad para Lek, que ingresó en la casa de «Baan Marina», donde, ahora sí, podría aprender un oficio, en este caso de modista. Con ella hicieron una pequeña excepción, pues todavía no había cumplido los quince años que las hermanas piden para el resto de la chicas.

Descubrir la vocación
Los seis años que Lek pasó en el centro le sirvieron para aprender corte y confección, pero también recibió una formación integral en otros aspectos como los derechos humanos, la autoestima o los primeros auxilios. Pero lo que más cambió su vida fue el conocer una fe distinta a la budista que ella profesaba.

Una fe en Cristo, que había movido a las hermanas a ayudarla a ella y a otras muchas chicas .Le llamó la atención el trabajo y la dedicación de las Misioneras y decidió bautizarse. Durante un tiempo colaboró con las hermanas como profesora y también como catequista de otras chicas que se convertían al catolicismo. Pero su inquietud fue más lejos,y le llevó a conocer diferentes órdenes religiosas católicas hasta que encontró la que más encajaba con su carisma.

Hoy, más de veinte años después de aquella experiencia de infierno en Bangkok, es feliz en esta orden, que las Misioneras no han querido revelar para preservar su intimidad. No guarda rencor a su familia, sabe que, como ella, fueron engañados. Reza por ellos. El caso de Lek es uno de los más llamativos porque reúne una buena parte de los problemas que en estos momentos sufren las mujeres tailandesas. A la lacra de la prostitución, que afecta a más de 50.000 niñas menores de 15 años, se suma el fantasma del sida, la principal causa de mortalidad en el país, y el consumo y tráfico de drogas.

La labor de «Baan Marina»
La promoción de las jóvenes más desfavorecidas que evite historias como la de Lek, llevó hace treinta y ocho años a la creación del hogar «Baan Marina» (casa de María) en la ciudad de Chiang Mai, al norte de Tailandia. Más de dos mil jóvenes, provenientes de ambientes rurales y pobres, han obtenido formación y empleo como modistas gracias a la labor de las Misioneras de Sagrado Corazón de Jesús y María que regentan este centro.

«Estamos realizando una verdadera promoción integral y de evangelización de todas estas jóvenes que pertenecen a distintas creencias religiosas», comenta una de las religiosas. En la primera fase del proyecto, que dura dos años, las jóvenes reciben formación académica correspondiente a la enseñanza primaria tailandesa y además se les da una formación específica en patronaje y confección, para que al finalizar sus estudios puedan ser contratadas por las empresas textiles de la ciudad o crear ellas mismas cooperativas.

En la segunda fase, las jóvenes obtienen un trabajo en una de estas empresas, donde adquieren experiencia laboral. Durante este tiempo siguen vinculadas con «Baan Marina» que les asesora jurídicamente y evita cualquier abuso por parte de los empresarios, más comunes en su caso por ser mujeres y pertenecientes a minorías étnicas.
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