¿Religiosidad o folclore?
¿Religiosidad o foclore?
por Juan García Inza
Al leer el Evangelio de este Domingo he vuelto a pensar en lo que se suele llamar religiosidad popular. Marta, la hermana de Lázaro, invita a Jesús a su casa. Y piensa que lo más importante que le puede ofrecer a Jesús es una buena comida, y se pasa la mañana en la cocina preparándolo todo. María, su hermana, fue de prisa en busca de Jesús y, sentándose a sus pies, le escuchaba embelesada. Estaba disfrutando con la Palabra de Dios. Marta se enfada porque la ha dejado sola en la cocina atareada con la comida del día. Y se queja al Señor: - No te importa que mi hermana me haya dejado sola en las tareas de la casa. Jesús, mirándola con calma, le contesta: - Marta, Marta, te afanas por muchas cosas, y solo una es importante. María ha escogido la mejor parte.
Buena lección para Marta y para todos nosotros. En una fiesta se trata de pasarlo bien, y de hacérselo pasar bien a los demás. Pero el secreto está en cómo entendamos la felicidad. ¿En qué consiste pasárselo bien? ¿Cómo podemos hacer felices a los demás? En una fiesta religiosa debemos intentar “hacer feliz a Dios”, a la Virgen, o al santo que celebramos. Y es posible que lleguemos a pensar que a Dios le hace feliz el ruido, el jolgorio que solemos montar, la charanga, la comida… Cuando se organiza una fiesta religiosa, que son la mayoría, los medios de comunicación destacan sobre todo lo bien que se lo pasa el pueblo, la paella gigante que se organiza, la bebida que se consume, el ambiente callejero, y hasta el desmadre al que se llega como objetivo prioritario del programa. Al final suele salir el Santo llevado en procesión, posiblemente fervorosa y emotiva, pero como un rito tradicional, que poco tiene que ver con la vida personal y social, en la mayoría de los casos.
En la religiosidad popular se piensa poco en hacerle pasar a Dios “un rato feliz”. Busco yo la felicidad para mí, para los míos, y a mi manera. Entonces resuenan fuerte las palabras de Cristo: - Te afanas por muchas cosas y te olvidas de lo principal.
María quiso aprovechar la presencia de Jesús para escuchar su Palabra, contemplar su Persona, dialogar con El. Esta es una advertencia para que nosotros valoremos más el tiempo que debemos dedicar a la oración. El tiempo siempre es sagrado, pero el que dedicamos al Señor tiene un valor añadido. Todo el tiempo es de Dios, y no debemos regatearle a El los minutos, siempre escasos, que le dedicamos al día, o a la semana. Muchas veces damos la impresión de considerar un despilfarro, un derroche, el tiempo de nuestros actos religiosos. Pensamos que con las cosas que hay que hacer, los minutos de la Misa dominical son tiempo perdido. Las cosas y las personas nos atraen más. A Dios le dedicamos, muchas veces, el tiempo que nadie quiere. Debemos revisar la importancia que damos a la oración, la puntualidad en la asistencia a la Santa Misa, la participación en medios de formación, la atención a las devociones privadas, el valor que le doy a la lectura formativa… El tiempo de Dios y de mi alma es sagrado. Muchas cosas pueden y deben esperar. Si no soy capaz de dedicar en mi vida un tiempo a Dios, ¿cómo voy a aspirar a dedicarle toda la eternidad?
Es necesario un discernimiento para no olvidarnos de lo principal en el modo de vivir la religiosidad popular. El documento de Puebla afirma:
La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria; inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses. (Documento de Puebla, 1979, nº 448, cf. En 48)
Muy bien la religiosidad popular, pero sin asfixiar el espíritu con otros intereses ajenos al Evangelio. Que ese esfuerzo, verdaderos sacrificios que se suelen hacer en las manifestaciones religiosas no caigan en el vacío cuando termina la fiesta. No es nada fácil, pero es un reto para la Nueva Evangelización que promueve Benedicto XVI.
Bueno es recordar las palabras de Jesús sentado junto al pozo de Jacob, cuando sus discípulos lo invitan a comer: -Mi comida es hacer la Voluntad de mi Padre que está en el Cielo.
Juan García Inza