Martes, 03 de diciembre de 2024

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Compasión Con Pasión

Compasión Con Pasión

por Onofre & Icíar

Es posible que muchos de nosotros nos hayamos sentido identificados más de una vez con el buen samaritano de la parábola y también con el hombre que dejaron medio muerto en medio del camino.

La vida nos brinda multitud de oportunidades para tener compasión de los demás y también para reconocer que necesitamos la ayuda de los otros. Yo creo que la compasión es el amor en movimiento; es decir, tener la capacidad de identificarnos con el sufrimiento de nuestro prójimo y no pasar de largo.

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. (Lc 10,30-35)

Es verdad que en muchas ocasiones no tengo la solución a los males de las personas que me rodean, como el samaritano de la parábola, pero puedo tener compasión. Este hombre se detuvo ante el sufrimiento e hizo lo que pudo porque tenía compasión. Le importaban las heridas del moribundo y por eso las vendó.

Era consciente de que no tenía todos los medios ni toda la solución a su alcance, por eso le llevó a una posada e hizo equipo con el posadero para que no le faltara la ayuda adecuada al que necesitaba la compasión de los demás.

A veces tenemos la tentación de querer arreglar a las personas, pero necesitamos reconocer que no tenemos toda la solución. Quizás lo único que podamos hacer en muchos casos sea tan solo escuchar, hacernos próximos y estar cerca. Sobran aquellos que se dedican a juzgar los males que asolan nuestro mundo y hacen falta muchos más de aquellos que tienen y viven la compasión.

Es curioso que Jesús hablara en primer lugar de un sacerdote que pasaba por allí y pasara de largo, dando un rodeo, para evitar encontrarse con el sufrimiento ajeno. El que se supone que es intermediario entre Dios y los hombres, demasiadas veces resulta ser tan solo un funcionario de la religión sin compasión.

En segundo lugar, Jesús habla de un levita que también pasa de largo para evitar encontrarse con el dolor ajeno. El que se supone que está dedicado al servicio del Templo, demasiadas veces resulta ser tan solo un administrador religioso sin compasión.

Es un samaritano, considerado extranjero y rechazado por la élite intelectual y religiosa del pueblo judío, quien está dispuesto a hacer sacrificios que realmente agradan a Dios porque tiene un sentido más humanitario y compasivo que los demás.

¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? Alguien afirmó que existen tres clases de personas: las que hacen que las cosas sucedan, las que miran las cosas que suceden y las que se preguntan qué ha sucedido. ¿Quién eres tú? Yo no quiero ser de los que se quedan mirando las cosas que suceden a mi alrededor o de los que simplemente se preguntan qué está sucediendo.

Los cristianos estamos llamados a vivir y practicar la compasión en medio de los sufrimientos de tantos hombres y mujeres que nos encontramos en el camino de la vida, hacer que las cosas sucedan y no simplemente mirar o cuestionar lo que sucede. Si tú ya has descubierto a Cristo como el auténtico buen samaritano que se ha detenido ante la humanidad para socorrer al que está tendido en el camino y abandonado, serás reflejo y encarnación de esa misma compasión hoy y aquí.

Cuando te cueste vivir y practicar la compasión, acércate a esta parábola del buen samaritano con santo temor y temblor porque Jesús está hablando de Él mismo. Nos vio medio muertos en el camino, por eso Él murió por nosotros para curar nuestras heridas, no con vino sino con su Sangre; murió por nosotros para sanar nuestra alma, no con aceite sino con su Espíritu Santo y su perdón.

Nos vio medio muertos y desnudos, por eso nos abrazó y nos cargó. Nos sacó del reino de las tinieblas y nos llevó a su luz admirable. Nos dio un nombre y nos dio una identidad, nos dio vida eterna y está sanando nuestras vidas. Es verdad que muchas veces volvemos al hombre viejo que algún día fuimos, pero Cristo siempre nos persigue con su amor y nos perdona una y otra vez.

Este es nuestro Dios y cuando tú recuerdas la compasión que has recibido, das compasión y vives la vida con auténtica pasión. Ojalá que estos versículos den un nuevo horizonte a nuestra vida de fe y nos transformen en los buenos samaritanos que el mundo necesita para descubrir la compasión de Dios.

 

Fuente: kairosblog.evangelizacion.es

 

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