Pío de Pietrelcina, místico y apóstol
por Guillermo Urbizu
Entre novelas, ensayos y poemas de rondón se me ha colado un libro maravilloso. Quizá no muy bien escrito. Da lo mismo. ¡Qué más dará si te vas sintiendo cada vez más removido, si según vas leyendo se aguza el alma y te olvidas de mistificaciones literarias! Lo busco continuamente durante el día. En el bar, mientras esperamos las bebidas y las patatas fritas, lo saco de la mochila y me pongo a leer allí, en medio de niñas adolescentes y de unos señores que juegan a las cartas. Los capítulos son breves y, curioso, vuelvo a mirar las fotografías que ilustran el texto. No es el libro ninguna esplendente novedad, aunque que el alma indague sobre Dios es una necesidad por la que no pasa el tiempo y sigue siendo de lo más actual. Pretender arrinconar la realidad sobrenatural y la dimensión espiritual del hombre, querer arrancar de cuajo la piedad y la fe es, además de una falta de respeto, es, digo, ir contra la misma naturaleza de las personas. El hombre es hombre porque trasciende. Sin Dios el hombre es un pelele. Algunos lo saben muy bien. De ahí la inquina y las muy variadas disquisiciones y planificaciones anticristianas.
Me queda poco para terminar de leer el libro en cuestión. Pero suelo volver a releer capítulos o me quedo un buen rato con una frase o un párrafo. No es raro que de pronto me encuentre hablando con Dios, a raíz de algunas palabras por las que me he sentido especialmente interpelado. O subrayo otras que me parecen esenciales. El libro trata de la santidad. No en plan teórico o posibilista. Es una vida concreta. Una de esas vidas extraordinarias que Dios concede al mundo para que se siga sosteniendo, para que nos permita ver el Cielo por dentro cuando se es fiel a la gracia. Es la vida del gran santo místico del siglo XX. Sin duda. Un hombre que murió hace nada, cuando yo mismo era un crío de 5 años. Me refiero al Padre Pío, a San Pío de Pietrelcina (18871968). El libro está publicado en la colección “Semblanzas” de la editorial San Pablo. Su título: Pío de Pietrelcina, místico y apóstol, escrito por Leandro Sáez de Ocáriz .
De lo que se trata es de una vocación, de una llamada de Dios. De lo que se trata es de una historia de amor y de una constante fidelidad a Cristo y a su Iglesia, a pesar de innumerables dificultades (y no las menores provenientes de clérigos e intrigas episcopales). De lo que se trata es de un completo y rendido servicio hacia los demás. De lo que se trata en estas páginas es de aprender a rezar y a trabajar con humildad y buen humor. De lo que se trata es de mostrar que es posible ser santo, porque las gracias, por extraordinarias que sean, corren siempre a cuenta de Dios. Lo nuestro es luchar por ello. Caer, levantarnos. Vuelta al barro, y volver a levantarnos en un continuo comienzo. El Padre Pío lo constata así: “¡No soy ningún santo! ¡Sólo soy una criatura de la que el Señor se sirve para sus misericordias!”.
De lo que se trata es de una vocación, de una llamada de Dios. De lo que se trata es de una historia de amor y de una constante fidelidad a Cristo y a su Iglesia, a pesar de innumerables dificultades (y no las menores provenientes de clérigos e intrigas episcopales). De lo que se trata es de un completo y rendido servicio hacia los demás. De lo que se trata en estas páginas es de aprender a rezar y a trabajar con humildad y buen humor. De lo que se trata es de mostrar que es posible ser santo, porque las gracias, por extraordinarias que sean, corren siempre a cuenta de Dios. Lo nuestro es luchar por ello. Caer, levantarnos. Vuelta al barro, y volver a levantarnos en un continuo comienzo. El Padre Pío lo constata así: “¡No soy ningún santo! ¡Sólo soy una criatura de la que el Señor se sirve para sus misericordias!”.
Las vidas de los santos son una parte muy importante de la pedagogía de Dios. Entran por los ojos. Te animan en momentos bajos, cuando piensas que no puedes, que esas cosas son para otros. ¿Para qué otros? Pero lo primero que destaca en la vida de Francisco (su nombre de religión será Pío) es que era un chaval normal. Y según fue siendo más y más generoso con Dios su vida se complicaba. Por una parte una felicidad inaudita, por otra, dolores sin cuento; tentaciones, pruebas, enfermedades, incomprensiones. Era un tipo normal, de inteligencia media, pero de una gran sensibilidad para Dios y para los demás, que lo percibían muy pronto. Algo ocurría con ese chico, o con ese monje. Algo distinto. ¿Qué sería? ¿Qué era? Era el amor de Dios, en la ternura infinita de Su Providencia. Y ese es el resumen de todo. También de sus innumerables carismas que tanto llaman la atención y que tanto gustan del morbo y de la especulación. Pero para el amor de Dios ¿qué son los estigmas, las bilocaciones, las profecías, las trasverberaciones y demás? Son la manifestación de Su Misericordia. El Padre Pío recibió todos esos dones, es cierto, pero para que las almas que sabemos de él podamos ver a Dios un poco más de cerca. Y lleguemos a conmovernos como Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Y lleguemos a convertirnos cada día. Como esas personas -clérigos, intelectuales de postín, agricultores, políticos, etc.- que acudían incrédulos o maliciosos o con doblez al convento de San Giovanni Rotondo (Foggia) y salían dispuestos a dar su vida por Dios.
Las anécdotas y sucesos abundan. Lo que hace que el libro sea ameno y sirva. Por ejemplo para acudir con más fe a los Ángeles Custodios -¿cosas de niños, estamos seguros?- o para confesarnos con más frecuencia. Merece la pena leer este libro. ¡Cómo reconforta! ¡Cómo anima! Lo dicho, amor. Entre Dios y los hombres. Entre un hombre y Dios. Escribe el Padre Pío: “Quien quiera de veras amar, ¿por qué no ha de poder hacerlo? Para amar basta apartar el corazón de todo aquello que implique desorden. Conservándolo dentro del orden, ¡ama lo que quieras! ¡Ama a todo! Pero, ¡ama a Dios sobre todo, que es el Supremo Bien!”.
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