Vocaciones en las personas
por Juan del Carmelo
La frase “tener vocación” generalmente todo el mundo lo interpreta como estar llamado o ser llamados por el Señor para entrar en su servicio directo mediante la recepción del sacramente del orden sacerdotal. Pero el término vocación, no se circunscribe exclusivamente a la recepción del sacramento mencionado, sino que implica mucho más de lo dicho, porque de una forma o de otra todos nosotros, seamos creyentes o no, seamos católicos o no, seamos cristianos practicantes de otras religiones, seamos paganos o ateos, todos hemos sido llamados. Todo ser humano, se encuentra llamado por Dios, es decir tiene una vocación de santidad. Es esta una vocación de carácter genérico, pero el ser humano, cada uno de nosotros, además de ser sujetos de esta vocación de carácter genérico somos también titulares de otras vocaciones, o llamadas que Dios nos hace con carácter exclusivo y específico.
Jean Lafrance escribe: “Cada miembro del pueblo de Dios recibe una vocación particular, un nombre propio que es una llamada a una amistad única con Dios. Para cada uno de nosotros Dios tiene para distinguirnos, un nombre particular, un nombre que solo Él conoce y que nos liga con Él y con la Iglesia”. Cada persona creado por Dios es única e irrepetible. Se suele decir, que: Dios cuando hace un santo rompe el molde de firma y que la repetición o los clones humanos no existen. Y no solo somos diferentes, en nuestra parte material: aspecto físico, adn, huellas dactilares, iris de los ojos, etc. Sino también la singularidad humana alcanza al espíritu ya que cada uno de nosotros tiene un camino espiritual singularísimo que recorrer, un camino único, que a cada uno de nosotros nos pertenece. Desde el instante de nuestra creación individual, Dios implanta su dirección espiritualizante en lo más íntimo de nuestro ser. Y al hacerlo Dios nos consagra para Sí. Y según se va desarrollando nuestra vocación, también va creciendo nuestra conciencia de ella. Y según se va desarrollando esa conciencia, también va perfilándose nuestra alianza con el Señor y consolidándose nuestra entrega a Él, nos aseguran los eremitas norteamericanos, Frank K. Nemeck y María Teresa Coombs.
La llamada de carácter singular de cada uno de nosotros puede ser para caminar por unos distintos caminos, que necesariamente no tienen porque ser el de la consagración a su servicio directo, pues todos en nuestro estado estamos llamados al servicio del Señor. Dentro de la llamada genérica a la santidad que a todos nos alcanza, hay lugar para una serie de vocaciones singulares, como puede ser la más extendida la llamada vocación matrimonial. El Señor nos dejo dicho: "En la casa de mi Padre, hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos el lugar” (Jn 14, 2).
Cada ser humano es llamado por el Señor, a subrayar un aspecto de su misterio. El teólogo dominico Reginald Garrigou-Lagrange, subraya a este respecto que: “Se ha señalado muchas veces: la santidad aparece bajo tres formas bastantes distintas, que corresponden a tres gracias predominantes, y que tienden acercarse, como caminos que, conducen a la cima de la montaña, y que responden a tres grandes deberes para con Dios: conocerle, amarle, y servirle”. Los tres estilos de vida, como formas cristianas de realización personal que son, son vocaciones igualmente comprometidas. Son autenticas llamadas con igual valor ante Dios. En sí mismas, ninguna es mejor que la otra. Para cada uno la mejor es la que el Señor ha elegido para Él y esa vocación a la que cada uno de nosotros hemos sido llamados hemos de seguirla, sin mirar para atrás, porque ante todo hemos de aceptar y amar si voluntad.
No pensemos que un camino vocacional es más importante que otro. La importancia de cada uno de nuestros caminos respectivos, será medida en función del amor y deseo de perfección que hayamos puesto al recorrer el camino asignado. Cada camino a recorrer por cada uno de nosotros, es diferente y todos ellos responden al Plan de Dios, para que se cumpla su voluntad universal salvífica.
Todos hemos sido llamados, y nuestra plena realización y felicidad en esta vida se encuentran precisamente en ser dóciles al deseo divino. San Pablo en la carta a los romanos, escribe “Y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó. ¿Qué diremos, pues a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?”. (Rm 8,30-31). Es decir hemos de entender esto, de tal manera que después de la vocación viene la justificación, y después de la justificación, la glorificación, o sea la adquisición de la vida eterna, por lo tanto quien no obedece a la vocación divina no será ni justificado ni glorificado.
El propósito integral del Señor, es darnos nuestra eterna felicidad, mediante la santificación y para ello trata continuamente de librarnos de los lazos del pecado y para ello Él lo que desea es llevarnos a la intimidad de su vida divina. Llamarnos a la oración y a la vida mística, a la unión con Dios en la oración, y esto es tan universal como la llamada a la santidad, porque una no va sin la otra. No hay absolutamente nadie excluido. Jesús no se dirige a una élite escogida, sino a todos sin excepción. Cada hombre, como dice el cardenal Newman, se encuentra en permanente estado de llamada. Pero en esta llamada Dios no coacciona a nadie, Él desea que vayamos a su amor, pero que vayamos libremente con un pleno deseo de llegar a Él.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.