Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Alegría en la vejez

por Juan del Carmelo

Para muchos, el enunciado de esta glosa pude parecerle un contrasentido. Es más se tiene la convicción, sobre todo si uno es joven, de que la vejez es sinónimo de tristeza y no le faltan razones para pensar así, ya que a su juicio mira a su alrededor y ¿qué es lo que ve? Lo que ve, son viejos tristes quejándose de sus achaques, lamentándose del poco dinero que tiene por ser muy cortas las pensiones, apenándose del comportamiento de sus hijos, quitándose años en su edad real, para parecer más joven. Continuamente gruñendo por no ser capaces de soportar ni al prójimo, ni las molestias ni las pequeñas o grandes contrariedades que la vida, a todos nos ofrece. La vejez así tomada, pasa a ser sinónimo de añoranza de todo lo que quedó atrás, sin percatarse el que añora, de que todos tenemos una tendencia a borrar de nuestra mente lo malo y conservar lo bueno, por lo que muchas veces lo que se añora, no fue tan bueno como se piensa.

 

A la vista de este panorama muy generalizado, salvo honrosas excepciones que ofrecen algunos de nuestros mayores, y teniendo en cuenta que la vejez es el paso anterior a la temida muerte, que es el heraldo de la muerte, no es extraño que nadie quiera llegar a ser viejo y a nadie se lo recomienden. Y sin embargo si fuésemos, los que nos auto titulamos, creyentes y fuésemos coherentes con lo que manifestamos creer, la vejez tendría que ser para nosotros, una etapa de la vida de pleno goce, porque se nos acerca el final soñado. Siempre me han llamado la atención las palabras de San Pablo que manifestaba la alegría de su final diciendo: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación” (2Tm 4,6-8).

 

Si llegamos a la vejez y no hemos sido capaces de crecer en nuestra vida interior, la tristeza nos dominará. Escribe Carlo Carretto: “Si después de habernos construido la casa, formado una familia, vivido con hijos e hijas, nos quedamos solos en la vejez, asistiendo al desmoronamiento de nuestro pasado, seguimos sorprendiéndonos y agarrándonos desesperadamente a las ruinas, damos patadas para prolongar un poco más nuestra estancia aquí abajo sin tener para nada en cuenta, que las realidades invisibles deben de absorbernos para transformarnos y arrancarnos de las realidades terrenas”. En otras palabras en la vejez, la persona para ser feliz y alegre, debe  lograr que la tristeza se aleje de su corazón, y ello lo conseguirá entregándose a si vida interior, debe de orar, intensificar, más aún el contacto con el Señor, que es el único que puede alegrar su corazón. La oración siempre nos genera: fe, esperanza y amor, y en la vejez hemos de aumentar nuestra esperanza, porque ella siempre nos genera alegría, nos generará un anticipo de esa alegría de esa inmensa alegría que tendremos el día que triunfalmente lleguemos a nuestro destino. Y esto es así, ya que la vejez trae siempre consigo una falta del motor esencial que genera el ansia de vida, y que es la ilusión o la esperanza de algo, en este caso la esperanza que debemos de alimentar, es la de alcanzar la eterna felicidad que solo se puede lograr en la Luz de Dios.

 

 La vida es como un viaje en ferrocarril. Todos vamos en el mismo tren con el mismo destino, aunque unos vayan más cómodos que otros, pues hay diferencia entre viajar en coche cama, o ir en un duro asiento de madera en tercera clase, incluso hasta los hay que han viajado en vagones de carga o de transporte de ganado. En la vida también no encontramos estas diferencias, pero no debemos de olvidar que a cada uno de nosotros se nos va a medir con distinta vara y el carecer de bienes materiales, forma espiritualmente mejor a un alma, que el nadar en la abundancia. Pero a los efectos de este parangón lo importante es que todos los viajeros del tren tienen el mismo destino, como ocurre en la vida de las personas y que todos los de primera, segunda, tercera y también los del coche cama, están cansados y deseosos de llegar al final, pero en la vida de las personas esto no ocurre igual, nadie quiere llegar al final. ¿Y por qué ocurre esto así? En atención a dos razones: una “el apego humano a las cosas de este mundo”, del que no nos queremos marchar. La segunda razón es “la falta de fe”, pues no estamos plenamente convencidos, aunque seamos buenos creyentes y vivamos en amistad con el Señor, de que lo que nos espera es mejor que lo que ahora tenemos. Nadie en el tren de un ferrocarril quiere que se demore la llegada, quiere que el viaje termine cuanto antes. En la estación de llagada le esperan sus seres queridos, aquellos que ama y que hace tanto tiempo que no ve ni abraza. En la vida real, también en la estación de llegada nos encontraremos con nuestros seres queridos, aquellos por los que tanto lloramos el día en que nos abandonaron.

 

Es del género tonto pensar que la acumulación de bienes materiales, puede proporcionarnos alegrías en la vejez. El amor y el cariño no se compran ni se venden. Puede ser que el que dispone de abundancia de bienes materiales en la vejez, sus posibles herederos estén ya haciendo cábalas de reparto que le amarguen la vida. El amasar bienes, escribe el obispo Sheen, ejerce sobre el alma el peculiar efecto de intensificar en ella el deseo de ganancia. Lo que con frecuencia es lujuria en la juventud, se torna avaricia en la vejez. Si se entregasen a la gran alegría de dar y respondieran a las llamadas de la piedad, sentirían una gran emoción practicando la benevolencia. Mayor es el placer de ejercerla que la alegría de recibir.

 

Qué alegría le proporciona a la persona en la vejez, el emplear sus pocas fuerzas que le van quedando en el servicio a los demás, sobre todo en aquella personas que tienen nietos e hijos agobiados por las presiones de la vida actual. Asimismo la oración, intensificar la oración, es básico para vivir alegremente la vejez. Escribe Nouwen que: “Al transcurrir la propia vida hacia las sombras de la ancianidad, al decaer su éxito y al disminuir el esplendor de su vida se hace uno más consciente de la inmensa belleza de la vida interior”. Y desde luego esto nos llevará siempre a tener un contacto más estrecho con el Señor. Antiguamente en el oriente una de las razones por las que más se estimaba tanto la vejez, era porque se pensaba que la misión de los ancianos era la de rezar. Una civilización en la que no se reza es una civilización en la que la vejez no tiene sentido. Por tanto tenemos necesidad de que los ancianos oren, porque la vejez nos ha sido dada para eso. Y sin embargo mientras que para unos crecer en años es crecer hacia la Luz, para otros envejecer es un camino hacia la destrucción, un caminar hacia unas tinieblas.

 

En unos pensamientos íntimos de una persona, que me fue dado el leer se decía: “Ahora que voy avanzando en el camino de la vejez y mi cuerpo se va desmoronando lentamente, mi alma va quedando más libre de su cárcel y puedo ver con más claridad la cantidad de tonterías que hecho y el tiempo que he perdido a lo largo de mi vida, sin reparar en Ti Señor. Dichoso, Señor aquel que a Ti se entrega en su juventud y perdura hasta su senectud, y también el que se te entrega en senectud, pues más vale tarde que nunca, y en todo caso, conforme a la parábola de los viñadores, no está en Ti pagar en razón del tiempo sino en razón del amor del que a Ti se te entregue”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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