Cambios
por Santiago Martín
Marc Ouellet, arzobispo de Québec, de sesenta y seis años, es un desconocido para la mayoría de los católicos y no debería serlo. Entre otros motivos, porque es uno de los mejores teólogos con que cuenta la Iglesia –discípulo de Von Baltasar y del actual Pontífice–, porque ha sabido guiar a la Iglesia canadiense en uno de los momentos más difíciles de su historia –la crisis de vocaciones y las acusaciones de pederastia– y porque aúna la experiencia pastoral al frente de una gran diócesis junto con la no menos difícil experiencia de saber manejarse en la curia.
Cuando, hace cinco años, los cardenales deliberaron sobre el nombre del sucesor de Juan Pablo II, el suyo fue uno de los que estuvieron en las quinielas y si no prosperó fue porque era demasiado joven y porque Ratzinger estaba ya en la línea de meta. Si no hay sorpresas, Ouellet estará entre los candidatos a ocupar la sede de San Pedro cuando llegue la hora de elegir al sucesor de Benedicto XVI. Antes de que eso ocurra, con probabilidad, el cardenal canadiense deberá dejar de nuevo su patria para volver a Roma. Esta vez no se encargará del diálogo con las iglesias, sino de algo, quizá, más difícil: la selección de los candidatos a obispos.
El cardenal Re, actual prefecto de la Congregación de los Obispos, se jubilará –y recibirá algún puesto importante pero honorífico como recompensa– y será Ouellet quien le suceda. Puede parecer un asunto interno de la Iglesia, que no modificará la vida de los fieles. No es así. Quizá la reforma en ese dicasterio, como en el del Culto Divino, sean las mayores apuestas del actual Pontífice. La segunda ya ha comenzado. Ahora le toca a la primera.
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