Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Quién es Dios?

por Juan del Carmelo

Por supuesto que nadie lo ha visto nunca. Desde luego que me refiero al Dios de los cristianos, que se puede considerar que es el mismo Dios de los hebreos y de los mahometanos, aunque existen notables diferencias en razón a las facultades, circunstancias y forma de entender y comprender, adorar y gloriar a este mismo Dios; diferencias estas que también se manifiestan entre las distintas ramas que existen, entre los mismos cristianos, entre los hebreos y entre los musulmanes. Pero es el caso de que, si salimos del círculo de las tres grandes religiones monoteístas, tampoco en todas las demás religiones que han existido y que aún siguen existiendo, ninguno de sus miembros puede jactarse de haber visto a Dios. Algunos de mis lectores pueden pensar, que con este primer párrafo se inicia un canto al ateísmo, pero tranquilo que no lo es, simplemente trato de explicar las razones que Dios, al menos el único Dios “verdadero” que es el que adoramos y gloriamos los católicos, afirmación esta que estoy seguro que a más de uno le puede escocer, tiene razones para desear que no le veamos, hasta que no lleguemos a Él.

 

Al afirmar que nuestro Dios, el Dios al que adoramos los católicos es el verdadero, no me apeo un ápice de esta afirmación, pues quiero poner de relieve, algo que muchos católicos olvidan, quizás por un desordenado afán, de lograr un ecumenismo a toda costa. Y es que el catolicismo centrado en el Vicario de Dios en la tierra, que es el Papa, es el único que es descendiente legítimo de San Pedro, y es elegido por inspiración del  Espíritu Santo, como único titular de las palabras del Señor: “Y Yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos” (Mt 16,13-20).

 

Pero entrando en el tema que nos ocupa, diremos que Dios no permite que le veamos cara a cara por varias razones: Una es la necesidad de que nosotros tengamos fe, pues si alguien viese a Dios, su fe se convertiría en evidencia y dejaría de adquirir méritos por la intensidad de su fe, porque Dios no necesita de nosotros, creamos o no creamos en su existencia, por ello el no va a dejar de existir. Somos nosotros los que necesitamos de Él. Pero la razón que nos ocupa en esta glosa, es la de que tenemos que ser conscientes, de que dada la tremenda diferencia existente en todo, de Dios con nosotros, ningún ser humano está capacitad y mucho menos preparado para ver a Dios cara a cara.

 

La diferencia más fundamental que existe entre las personas y Dios, radica a estos efectos en que Dios es un Ser completamente ilimitado en todo, y nosotros incluso el más santo de los santos, que tenga una mayor gloria en el cielo, siempre será un ser limitado en todo. Dios es un Ser eterno, porque nunca ha tenido un principio y nunca tendrá un fin, los demás, ángeles, seres humanos, incluso Nuestra Señora la Virgen, somos solamente seres inmortales, porque hemos sido objeto de la creación de Dios, y hemos tenido un principio y para bien o para mal, nunca tendremos un fin, somos solamente inmortales, no eternos.

 

El hecho de ser Dios ilimitado en todo y vivir sin el dogal del tiempo, que aquí abajo todos tenemos, le permite tener una inteligencia absoluta, la memoria no la tiene porque todo absolutamente todo lo tiene siempre presente, como lo tendrán los seres humanos que sean santificados. Porque, si no existe el factor tiempo la memoria es inexistente. Para que nos hagamos una mísera idea de la tremenda diferencia que existe entre nuestra pobre inteligencia y la divina, diremos: Si a uno de nosotros nos preguntan, que estábamos haciendo a las 17,05 del 30 de mayo de 1993, nadie sería capaz de responder a esta sencilla pregunta y sin embargo en la mente divina, está siempre presente, lo que millones de seres humanos, han hecho o van a hacer en todos y cada uno de los minutos y los segundos de su vida.

 

La diferencia existente entre nuestra misérrima mente y la de Dios no se puede medir, sencillamente porque la de Dios es ilimitada, y no existen dígitos suficientes en el mundo o fuera de él para medir lo que es ilimitado, porque lo ilimitado carece de medida.

 

Nuestro problema esencial está constituido, porque instintivamente siempre valoramos algo, previa una cuantificando, porque en el mundo en que vivimos, todo es susceptible de cuantificación, ya que es pura materia y la materia es siempre cuantificable, incluso el tiempo de vida que le resta, pues no olvidemos que dentro de uno millones de años, nuestro amado planeta tierra desaparecerá convertido en lo que los astrónomos, denominan un “agujero negro”.

 

Por lo dicho, vemos que lo ilimitado es un concepto del que ningún ser humano, tiene la experiencia necesaria para apreciar lo que significa “ilimitado”, y por lo tanto se nos dice que Dios es un Ser ilimitado, pero nunca acabamos de hacernos una idea de lo que esto significa, y por consiguiente entramos en el tremendo error de considerar que Dios, es como uno de nosotros, aunque más grande, bueno, inteligente y justo, pues para ello pensamos que por algo hemos sido creados por Él, a su imagen y semejanza.

 

Seamos conscientes de la tremenda diferencia que nos separa de Dios y que solo así, siendo conscientes de esta diferencia, podremos tratar de acercarnos a Él. No confundamos el amor que Dios nos tiene, creyendo que esto nos iguala a Él. Sí, nosotros somos hijos de Dios, pero conviene meditar las palabras del Señor a su paso por la tierra, poniéndonos a cada uno de nosotros en nuestro sitio, cuando dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20,17). Él podía haber mencionado a Dios Padre, como nuestro Padre común, pero supo y quiso marca la diferencia, para que seamos conscientes de que Él, es Hijo por naturaleza y nosotros lo somos por adopción.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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