Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Fortaleza de la fe.

por Juan del Carmelo

San Pablo nos dice: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1Cor 13,13). Y esta afirmación de San Pablo es recogida en el parágrafo 25 del Catecismo de la Iglesia católica, al decir es que: "Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor”.

 

Pero es el caso, de que sin menoscabar un ápice la importancia de la caridad, entendida esta como amor a nuestro Dios trinitario, la fe es insustituible. La fe, es la primera de las tres virtudes esenciales que enunciamos, no enunciamos primeramente la caridad, a pesar de su tremenda importancia, sino que es la fe, porque ahora aquí abajo, mientras estemos cruzando el puente que nos lleva de la orilla de la nada, de donde salimos, a la orilla prometida, la fe es la base donde se apoya toda nuestra vida interior. Es imposible amar a Dios si no creemos en su existencia, y es imposible esperar una vida eterna, si no creemos en la existencia de ella. La fe es el salvoconducto que necesita un cristiano, para poder andar y avanzar en ese puente por el que circula nuestra vida interior.

 

El vocablo fe se emplea en la Biblia 279 veces, de ellas solo 15 en el A. T.  y 264 en el Nuevo Testamento. Es significativo este desequilibrio de cifras entre el A. T. y el N. T. Si nos paramos a reflexionar nos daremos cuenta y llegaremos a la conclusión, de que el Señor no pasó por alto, que antiguamente había una fe absoluta en todos los pueblos, a nadie se le ocurría la barbaridad de decir: Dios no existe, se podría discrepar acerca de cual era el dios legítimo, pero todo el mundo creía en un dios. Y el Señor ya vio, lo descreída que iba a ser la humanidad 2000 años más tarde, e hizo hincapié en abundar sobre el tema de la fe en el N. T.

 

La fe no es nunca una actitud estática de la mente: la fe crece o se debilita o en ocasiones, muere. Y si resulta que puede morir es que también puede estar enferma, que es en la situación en que prácticamente todos tenemos nuestra fe. Carecemos de fe, nuestra fe es extremadamente débil, y esa debilidad nos contagia a nuestra esperanza y a nuestro amor al Señor, porque es un principio harto conocido, el de que las tres virtudes teologales, avanzan y se fortalecen o retroceden y se debilitan, al unísono. Tadeusz  Dajczer escribe diciendo que: Uno cree en proporción a la pobreza de su espíritu. A una mayor pobreza de espíritu siempre se corresponde una mayor fortaleza de fe. La fe, añade este exégeta, es un proceso constante de conversión, es un constante abrirse al amor de Dios y una constante recepción de ese amor para donárselo a otros.

 

Los apóstoles, incluso antes de Pentecostés, ya eran conscientes de la debilidad de su fe y por ello, le dicen al Señor: "Dijeron los apóstoles al Señor;  Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido” (Lc 17,5-6). Una y otra vez, el Señor insiste en la necesidad de la fe, en que ella fuese fuerte y liga la ejecución de las peticiones que se le hacen, con la existencia de fe en el peticionario. Así tenemos el caso más significativo del padre que le pide al Señor que le cure su hijo y le dice: “Si puedes hacer algo, apiádate de nosotros y ayúdanos". Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Mc 9,22-24). Este pasaje evangélico, nos da una clara prueba de que la fe, como antes decíamos no es una categoría absoluta y admite grados de fortaleza.

 

Más de una vez, el Señor nos aseguró que la fe mueve montañas, pero es el caso de que nadie, que se sepa, o al menos yo no tengo noticias de nadie, ni siquiera de ningún santo, que haya alcanzado hasta el presente, la fortaleza de fe suficiente como para mover una montaña. La fe es la base de todo y desde luego de un algo que a todos nos interesa mucho; me refiero a la oración de petición. Las palabras del Señor fueron muy claras: “Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Todo el que pide recibe y el que busca encuentra” (Lc 11,910). Y la realidad es que muchos se han sentido defraudados, al ver que pedían y pedían con insistencia, tal como el Señor recomendaba y nada han recibido. Dos pueden ser la causas, en razón de las cuales, el que ha pedido no ha recibido. La primera de ellas es la más conocida. Puede ser  que no le convenía al peticionario, la obtención de lo que pedía y pudiese ser que la petición si le convenía pero no era el momento oportuno para su obtención. Pero la segunda causa es menos conocida y no por ello menos importante. Tenemos que pedir con la fortaleza de fe suficiente que no nos permita dudar de que nuestra petición será atendida. La importancia de este requisito de tener fe en la obtención de conseguir lo que se pide la puso de manifiesto el Señor en el episodio de la higuera maldita. Iba el Señor de Betania a Jerusalén:  "Al día siguiente, al salir ellos de Betania, sintió hambre; y viendo de lejos una higuera con hojas, se fue por si encontraba algo en ella, y llegándose a ella, no encontró nada sino hojas, porque no era tiempo de higos. Tomando la palabra, dijo: Que nunca jamás coma ya nadie fruto de ti. Los discípulos lo oyeron. Pasando de madrugada, vieron que la higuera se había secado de raíz. Acordándose Pedro, le dijo: Rabí, mira; la higuera que maldijiste se ha secado. Y respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. En verdad os digo que si alguno dijere a este monte: Quítate y arrójate al mar, y no vacilare en su corazón, sino que creyere que lo dicho se ha de hacer, se le hará”. (Mc 11, 1214; 20-23). Y el evangelio de San Mateo es más explícito y añade que: “… todo cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiríais” (Mt 21,22).

 

La fe en la oración de petición es esencial. Si pedimos, tenemos que estar convencidos, sin duda alguna, que lo que pedimos lo recibiremos. Si es que lo que pedimos es conveniente a nuestra salvación y nuestra petición se apoya en una fuerte fe de obtención de lo que pedimos.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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