Vencer al mundo
por Juan del Carmelo
Las palabras de nuestro Señor, fueron muy claras. A partir del capítulo 13, San Juan empieza a narrar, todas las conversaciones de Jesús sostuvo con sus discípulos en la última cena antes de su entrega y en capítulo 16 ya casi al final de la cena, después de haberles recordado la esencia de su doctrina, les dijo: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad; yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Para analizar correctamente que es lo que el Señor nos dice y Él entiende por “mundo”, hemos desmenuzar el concepto “mundo”.
Vivimos en un entorno material al mismo tiempo que también en un entorno espiritual. Son dos vertientes las que nos ofrece el concepto “mundo”, una es la material y la otra la de carácter espiritual. El mundo es el puente que hemos de atravesar para llegar a nuestro destino final, para el que hemos sido creados, cual es, la casa del Padre. Y al atravesar este puente no debemos de descansar plácidamente, ya que esta existencia terrena no constituye nuestra morada permanente, aunque hay veces que Dios nos permite caminar en sentido contrario y descansar cuando no deberíamos de hacerlo, para que comprendamos donde no se encuentra Él, y le busquemos dónde Él se encuentra, en ese incómodo camino que es el que nos acerca a Él. Nosotros somos del futuro y al atravesar el puente, corremos el riesgo de creernos que somos del presente y por ello querer establecernos en medio del puente.
Desde luego que el Señor cuando hablaba, no se refería al mundo en su aspecto material sino en el aspecto espiritual. El mundo como creación de Dios es perfecto y de una belleza incomparable, siempre que esta no haya sido maculada por la obra del hombre. Nadie pone en tela de juicio la belleza del mundo y hasta tal punto que hay políticos como Evo Morales en Bolivia, que trata de crear una religión apoyada en esta belleza, que la denomina la “Madre tierra”. Y no es nueva esta iniciativa, pues se apoya en el culto que las antiguas culturas de América del Sur, daban a la “Madre tierra”, idea que se conserva en los pueblos indígenas andinos contemporáneos de las comunidades quechuas y aimaras que mantienen un culto a la gran deidad “Pachamama” muy presente en Ecuador, Perú, Bolivia, en el noroeste de Argentina, en el norte de Chile y en ciertas regiones de Colombia. El culto a la belleza del mundo en su aspecto material, aparece en muchas mitologías antiguas y en diferentes continentes y culturas ya que se veía a la tierra como la gran diosa de la fertilidad, matrona de la maternidad, porque la tierra era vista como la madre de toda la vida que crecía en ella. Y es que la belleza de la tierra ha sido siempre un elemento de fascinación para el hombre primitivo, que la ha considerado como una diosa, sin pasar a considerar quién fue el Creador de toda esta maravilla y belleza que es el mundo en su aspecto material, lo que generalmente llamamos la Tierra.
Siguiendo con el aspecto material del mundo, el hombre unas veces ha mancillado la obra de Dios no usando debidamente de ella, sino abusando. Dios le dijo al hombre: “Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella” (Gn 9,7). Y en cumplimiento de este divino precepto, ha tratado y trata de dominar la tierra, construyendo ingentes obras de infraestructura, que unen continentes y mares, como son por ejemplo el canal de Panamá o el de Suez, carreteras, esclusas, puentes, pantanos, autopistas, ferrocarriles, etc.. Asimismo el hombre ha levantado magnificas ciudades que son muchas veces un triste reflejo del egoísmo humano, en cuanto que en el centro de ellas, las construcciones son ricas y suntuosas, mientras que en los arrabales son pobres y míseras.
El Señor en sus palabras, hacía referencia al aspecto espiritual del mundo, hacía referencia a ese mundo invisible que como manifiesta la carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein: “El mundo invisible no solo es el más allá que nos espera después de la muerte. Es un universo intensamente real, como Dios es el Ser más intensamente real que existe en este momento, a la vez que nuestro mundo visible y junto a él. Hay en nuestro tiempo hombres y mujeres de Dios, llenos de la luz divina, que viven entre nosotros, sin que la gente mundana lo sospeche, porque no tienen antenas y sentidos para esas realidades. Hay santos entre nosotros que no suelen ser objeto de noticia, pero que mueven el mundo con mayor eficacia que los estadistas y los sabios, porque administran sin pretenderlo los planes y designios de Dios y se han identificados con ellos.
El Señor pues, con sus palabras refiriéndose claramente al mundo espiritual, nos pone en contraposición su Paz, la paz de Dios con la tribulación. Claramente nos dice que la tribulación el sufrimiento humano, puede ser vencido con su Paz, con la paz de Dios, con la cual si la poseemos nunca tendremos tribulación. Y es entonces cuando nos salta la pregunta: ¿Y cómo se adquiere esta paz? El Señor adelanta la respuesta, antes de que ningún discípulo le haga la pregunta y dice: Tenéis que confiar en mí y seguir mi camino imitándome, porque yo he vencido ya al mundo.
El teólogo Royo Marín al tratar este tema del mundo comienza diciendo: “Ante todo hay que denunciar, que es lo que se entiende por mundo como enemigo nuestro. El mundo es el ambiente frío y anticristiano que se respira entre las gentes que andan olvidadas de Dios y entregadas por completo a las cosas de la tierra. Este ambiente malsano se constituye y manifiesta en cuatro formas principales: 1.- Falsas máximas en dirección opuesta a las del Evangelio. 2.- Burlas y persecuciones contra la vida de piedad. 3.- Placeres y diversiones cada vez más inmorales. 4.- Escándalos y malos ejemplos”.
San Juan en su primera epístola, cree conveniente insistir en este tema de vencer al mundo y nos dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque lo que hay en el mundo (las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero), eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1Jn 2, 15-17). Y más adelante en la misma epístola escribe: “Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1Jn 5,4-5).
Tenemos que vencer al mundo y no es fácil vivir en el mundo sin ser del mundo, para ello San Agustín nos recomienda: “Véncete a ti mismo y tendrás vencido al mundo”. Un anónimo cristiano del siglo II escribió la llamada “Carta a Diogneto”, en la que podemos leer: “Los cristianos son en el mundo, lo que el alma es en el cuerpo. El alma en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo, así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, solo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres. El alma ama al cuerpo y a sus miembros a pesar de que este la aborrece: también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido al cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal: también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos constantemente mortificados se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícitos desertar”.
Termino con una cita de San Agustín que nos decía: “Si no dejas de amar lo temporal, no podrás amar lo eterno. El amor del hombre es como la mano del alma, Mientras tengas agarrado un objeto, no puedes agarrar otro. Para poder tener el segundo, tienes que soltar el primero. Así también, el que ama el mundo no puede amar a Dios, pues tiene su mano ocupada”. Y así, en estas condiciones es imposible vencer al mundo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.