Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Perfección humana

por Juan del Carmelo

           El Señor, nos dejó dicho: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Tanto en el orden espiritual como en el material, no es más perfecto el que mejor se comporta, sino el que más ama. Y si queremos amar de verdad al Señor, tenemos que tener en cuenta, tal como Él nos manifiesta, que más le ama el que más y mejor cumple sus mandamientos y aquí hay un mandamiento muy esencial que nos dice que seamos perfectos.

 

La perfección humana tiene dos vertientes, que el hombre ha de alcanzar para cumplimentar el mandato divino. La demanda que Dios nos hace de “Ser perfectos”, no se limita al orden espiritual, sino también alcanza al orden material, No solo es necesario adquirir la perfección, en el orden espiritual, sino también en el material. Hemos de esforzarnos en adquirir esa doble perfección, pues ambas se encuentran entrelazadas, ya que difícilmente podremos alcanzar una perfección del espíritu, si en el orden material, somos unos vagos e indolentes que todo lo que hemos de hacer, lo hacemos mal, imperfectamente y a desgana, en otras palabras no ponemos amor e interés en nuestros cometidos, trabajos, labores y obligaciones. Desde luego eso no es del agrado del Señor, y es una muestra de falta de amor a Él.

 

           El principio básico en esta materia nos dice que: Somos más perfectos en cuento más amamos. A Dios, también se le ama cumpliendo con exactitud, rigor, entusiasmo y alegría, nuestras obligaciones laborales y más le demostraremos que le amamos, en cuanto más perfectamente desarrollemos nuestras funciones y trabajos laborales. Jocosamente Santa Teresa de Jesús decía, que Dios también se encuentra entre las ollas y las sartenes en la cocina.

 

           La perfección que hemos de buscar, al ejecutar nuestro trabajos materiales, ha de ser hecha no pensando en la cuantía de la retribución a obtener, ni en el agrado que le vaya a proporcionar nuestra diligencia y buen hacer a nuestros superiores o clientes, sino pensando en el Señor, que es el auténtico Superior a quién y por quien hemos de trabajar. Nunca pensemos en hacer algo mal porque nadie lo va a ver, se equivoca el que así actúa, porque es el Señor el que lo ve y para Él ha de trabajar, poniendo el máximo empeño en hacer el trabajo lo más perfecto posible.

 

Una vez tuve ocasión de ver los bordados en ornamentos sagrados, que se realizaron en el siglo XVI, en un taller de bordados que existía en Tarazona, provincia de Zaragoza; quedé maravillado de ver que tanto en la cara interior como en la exterior del ornamente, la terminación de los bordados era idéntica en ambas caras. Los hombres de este taller, pues eran todos bordadores no bordadoras, como inicialmente pensé, sabían que trabajaban para el Señor y para Él había que hacerlo todo perfecto. Algo similar ocurre con las antiguos sagrarios, creados por orfebres que eran auténticos artistas, que más se esmeraban en el acabado de los interiores, que solo iban a ser vistos por el Señor, que en los exteriores de estos sagrarios.

 

           La desidia y la pereza, son vicios que se nos manifiestan cuando cumplimos con nuestras obligaciones. Pero también la falta de paciencia, nos puede llevar a realizar nuestras labores, sin esmerarnos en su realización. El desorden y la falta de limpieza no nos ayudan precisamente a desarrollar nuestras labores con el esmero que es necesario para postrarle al Señor nuestro amor a Él. La perfección en el orden material, hay que practicarla en lo grande y en lo insignificante. Tanto valor de amor a Dios, tiene el levantar un gran edificio como esmero y perfección, como barrer la acera de este edificio de este edificio. La limpieza, el orden y la puntualidad en la vida diaria, forman parte de ese grado de perfección que hemos de tener para demostrarle al Señor que le amamos.

 

           La perfección material, está subordinada a la perfección que hemos de alcanzar en el orden espiritual, pero sino empezamos por ser perfectos en lo material, no comenzaremos nunca con buen pie, la búsqueda de la perfección en el orden espiritual. Así como en lo humano, el que o la que, desea a otra persona, quiere que esta sea perfecta en sus modales, en sus expresiones, en sus gustos, en su apariencia, etc. Así también el Señor desea la perfección humana en lo material, con respecto a nosotros. Desea que seamos perfectos en las dos vertientes y que esa perfección tenga su punto de apoyo y mira en la perfección de nuestro Padre celestial.

 

           Alcanzar la perfección en sus vertientes, es un algo que aquí abajo nunca lograremos alcanzar, porque un ser humano nunca es perfecto hasta que no se funde con la divinidad. Y esta es una gozosa meta que nos está esperando. Es por ello, que tal como escribe Georges Chevrot: “Los más grandes santos, en efecto, jamás han estado satisfechos de sí mismos. Por más que haga un cristiano, tiene siempre la sensación de no ser lo que debe ser, lo que él quiere ser: jamás llega al término de sus esfuerzos y de sus deseos, está siempre en camino de llegar a ser cristiano”.

          

Y para recorrer ese camino, escribe el dominico Royo Marín que: “Donde falta una voluntad enérgica no hay hombre perfecto. Para serlo no basta un indolente “quisiera”, es preciso llegar a un enérgico “quiero”. Solo las almas esforzadas y enérgicas, con ayuda de la divina gracia, logran escalar la cumbre de la montaña del amor”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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