Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Amar la belleza

por Juan del Carmelo

            Todo el mundo prefiere y ama la belleza sobre la fealdad. Esta tendencia del ser humano hacia la belleza es del todo lógica, pues él ha sido creado por la Suma belleza que es Dios, y existe un principio sobradamente probado, de que lo creado tiende siempre a su creador. En el orden material humano, tenemos como ejemplo el hecho de que la persona tiende al amor a sus padres, salvo el caso o excepción de seres degenerados que desgraciadamente existen.

 

           La belleza creada por Dios como reflejo de su propia belleza y grandiosidad, la tenemos por doquier y a fuerza de verla, la minusvaloramos. Es incomparable la belleza de nuestros mares y océanos, con su inmensa extensión, casi siempre sembradas estas de un desigual movimiento de sus olas, que nacen por la acción del viento, y siguiendo la dirección de este, continuamente van cambiando de tamaño y forma hasta que majestuosamente mueren suavemente en las arenas de las playas o estrepitosamente se estrellan en las rocas de los acantilados. Es incomparable la belleza del los montes, unas veces revestidos de majestuosos árboles y otras mostrando la desnudez de sus majestuosas rocas, que nos dan fe de la firmeza que hemos de tener en nuestras convicciones más profundas, que Dios con su divina gracia nos hace crecer en nuestras almas. Montes con sus crestas, coronadas del blanco inmaculado de las nieves perpetuas, nieves estas de las que nacen los arroyos de montaña que en los deshielos bajan con aguas impetuosas, con la fuerza y el impulso propio de su juventud; aguas estas que irán poco a poco perdiendo su ímpetu para convertirse en la llanura, en mansos y remansos de agua con los que discurren los ríos, antes de fenecer en el mar. Incomparable belleza tienen también las praderas que enmarcan los ríos, con sus sotos, y los verdes prados en los que se alimentan nuestros animales. También tienen su encanto y belleza los páramos, yermos y desiertos, que parecen estar creados por Dios para realzar la belleza de los bosques y praderas, porque el hombre para apreciar algo necesita de la antítesis, necesita del contraste.

 

           Bellos son los peces y animales creados por Dios para nuestro recreo y sustento. Es incomparable la belleza de un impala corriendo a saltos por la sábana africana cuando es perseguido por un felino, siendo de ellos el más rápido y hábil el guepardo. Es impresionante la mole de un elefante barritando con las orejas para adelante y la trompa levantada, para cargar contra la osadía del cazador que pretende derribarlo. La astucia de un búfalo, la serena belleza del rey de la selva, la ciega furia de un rinoceronte o la paciencia de un leopardo a la espera de su víctima para alimentar sus cachorros. Y sobre todo la nobleza de un caballo y el amor y fidelidad de un perro hacia su amo.

 

           Todo es belleza creada por Dios, como expresión de su propia belleza pues Él es la Suma belleza, y a su imagen y semejanza nos ha creado a nosotros, seres bellos. Aún el que se considera menos bello, olvida su origen que es divino, pues ha sido creado nada más ni nada menos que por Dios. Bellas son las facciones, los gestos, cara, el cuerpo, los movimientos del ser humano, especialmente los de ellas más que los de ellos, pues ya se sabe que. El hombre y el oso cuanto más feo más hermoso.

 

           Unos más y otros menos todo el mundo tiene un deseo de que la belleza material se refleje en él, lo cual es bastante difícil, porque solo se pueden hacer ligeros retoques, por medio de la cirugía plástica, en la que se gastan hoy en día, ingentes cantidades de dinero. En las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre hay unas estrofas que conviene recordar:

 

Si fuese en nuestro poder  tornar la cara fermosa corporal,
como podemos hazer el ánima gloriosa angelical,
¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta,
en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!

 

           Porque mucho más importante que la belleza material del cuerpo humano, es la belleza del alma y esta sí que podemos modificarla tal como escribe Jorge Manrique. Sobre la belleza del alma ya tratamos en otra glosa anterior a esta. Así como la belleza material la contemplamos con los ojos de nuestra cara, la importante, la belleza del alma nos está vedada a los ojos de nuestra cara, pero no a los ojos de nuestra alma, cuando se trate de una persona que ha logrados quitarse les legañas que todos tenemos en los ojos de nuestra alma.

 

           Sin darnos cuenta, y aunque haya mentes que puedan pertenecer a descreídos, todos nosotros y estos también, en el subconsciente tendemos a nuestro Creador, porque todos amamos la belleza, que ha sido creado por Dios y es reflejo del Él mismo. Y esto no solo ocurre en referencia a la belleza sino también a la luz, porque toda la luz, la belleza y la armonía de este mundo, ha sido creada por el Señor y ello es solo una ínfima parte de muestra, de lo que Él es y de lo que puede crear.

 

           Todos amamos la luz. La luz es la que pos permite apreciar las bellezas de este mundo, sin ella todo sería oscuridad y sombras. La luz nos da seguridad, nos da ánimo, nos da alegría y por el contrario las tinieblas, nos entristecen, nos desaniman, nos dan inseguridad. Cuantas personas que viven solas sea en la ciudad o en el campo, durante el día carecen de temor, pero llegada la noche el temor les invade, cierran puertas y ventanas, echan cerrojos y al menor ruido se despiertan alarmadas. De Dios es el reino de la luz, del demonio es el reino de las tinieblas. El que es honrado y recto de intención, actúa siempre a plena luz, el que es torcido y tramposo busca las tinieblas para ocultar su mal.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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