Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Señor creo en Tí

por Juan del Carmelo

           El título de esta glosa es el principio de una jaculatoria. La Jaculatoria dice así: “Señor creo en Ti, confió en Ti, Señor te amo”. 

            ¿Y que son las jaculatorias? La jaculatoria es siempre una breve y fervorosa oración inspirada en el amor al Señor o a su Madre celestial. Etimológicamente esta palabra parece ser que viene del verbo latino iacere que significa lanzar. Y esto puede tener sentido, pues se dice, que los monjes de Egipto oraban frecuentemente con plegarias muy cortas, que llevaban el nombre de jaculatorias y que eran y son como flechas y dardos que se lanzan al cielo y tienen una gran fuerza para excitarnos a la virtud y sobre todo en el amor a Dios. La invocación o jaculatoria, facilita la guarda del corazón, ya que cuando un pensamiento de inspiración demoniaca, aflora en el subconsciente, antes de que se haga obsesivo hay que aplastarlo con una jaculatoria.

 

           Esta jaculatoria, antes mencionada, engloba en su dicción las tres básicas virtudes que ha de tener el católico: La fe, la esperanza y la caridad. Estas tres virtudes anidan siempre con mayor o menor intensidad en el interior de un alma que vive en gracia. La intensidad con que estén arraigadas estas tres virtudes en un alma, determinará el nivel de acercamiento que esa alma tenga con el Señor. Consecuentemente ninguna de estas tres virtudes es una categoría absoluta, de la que por ejemplo se puede decir, se cree en Dios o no se cree en Él y no cabe término medio. Caben muchos términos medios.

El padre de un muchacho endemoniado acudió al Señor y le dijo: “Si puedes hacer algo, apiádate de nosotros y ayúdanos". Díjole Jesús: ¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Mc 9,22-24). El padre del muchacho manifestó una pequeña fe y pidió al Señor que se la aumentase. Más explícitos fueron los apóstoles cuando: "Dijeron los apóstoles al Señor;  Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido” (Lc 17,5-6).

 

           La fuerza de la fe tiene que ser tremenda, pero desgraciadamente que se sepa nadie, salvo el Señor, ha sido capaz de hacer manifestaciones de su fe, trasladando sicomoros o incluso montañas, pues este último pasaje evangélico lo refiere San Mateo sustituyendo el sicomoro por un monte: "Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le dijeron: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?  Díceles: Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: "Desplázate de aquí allá", y se desplazará, y nada os será imposible” (Mt 19-20).  

 

           Mientras caminemos por esta vida en la tierra, la fe tenemos que cuidarla pues de las tres virtudes ahora hay que considerarla a esta muy esencial, ya que si carecemos de fe, nunca podremos tener una esperanza de conseguir algo en que no creemos en su existencia, ni amar a un Ser del que también pensamos que no existe o en su caso tratamos de sustituir, esa impronta que todo ser viviente tiene de necesitar justificar su existencia y basarla en un algo. Y ese algo o Ser supremo creador de todo y que es el Todo de todo es el Señor nuestro Dios. Tratar de calmar la sed de búsqueda de Él, que todos tenemos, con paliativos como la cultura, la música las artes, u otros absurdos remedios es querer vaciar los océanos del mundo con una cucharilla de café. Solo el don de la fe, que el mismo Dios nos prodiga al que de verdad quiere buscarle, puede calmar esa sed de búsqueda que todo el mundo tiene, aunque el lo niegue.

 

           Las tres virtudes principales siempre marchan hermanadas y crecen y decrecen al mismo tiempo. De un pequeño atisbo de fe que tengamos, de la existencia de Dios, nos nacerá siempre otro pequeño atisbo de amor a Él y también otro pequeño atisbo de esperanza en sus promesas. Así lentamente se habrá puesto en marcha la locomotora de la salvación de una persona. Si esta persona persevera la locomotora irá tomando velocidad, y con la fuerza con la que alcance en su marcha podrá llegar a arrastrar un gran número de vagones. La conclusión de lo dicho, es que las tres virtudes, siempre crecen y decrecen en el alma humana al unísono. De una mayor fe en el Señor, se generará siempre un mayor grado de amor a Él, y una mayor confianza en Él, confianza esta, que siempre se traducirá en esperanza, pues para esperar algo de alguien tenemos que confiar en la persona del que esperamos, pues nadie en esta vida, confía en las promesas de un mentiroso cantamañanas. Y no sigo con el desarrollo de esta idea porque voy a terminar soltando el nombre en el que estoy pensando.

          

           Tal como antes hemos señalado, la confianza en el Señor es la base de la esperanza, porque dentro de la virtud de la esperanza está implícita la confianza en el Señor. Solo se puede prosperar en la vida espiritual, que es tanto como decir en el amor a Dios, sino poniendo nuestra absoluta confianza en Él, pero no una débil confianza, sino una ciega confianza en que pase lo que pase, aunque a nuestro alrededor aunque todo se hunda y todo se derrumbe, a nosotros esto jamás nos alcanzará ni nos dañará, porque nuestro asidero es la firme roca del Señor. Y esta realidad, vino muy a cuento, si tenemos presente lo que nos está contando los medios de comunicación hoy en día.

 

En la Biblia son 56 veces en que el Señor directamente o por medio de los ángeles, emplea el vocablo: “no temas”. Una de estas 56 veces voy a relatarla porque de ella también se desprende la íntima relación que existe entre las tres virtudes: “Llegó uno de los jefes de la sinagoga, Jairo de nombre, el cual, al verlo, cayó a sus pies, y con muchas palabras le rogaba diciendo: Mi hijita está en las últimas; ven e imponle las manos para que se salve y viva…. Llegaron de la casa del jefe de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto: ¿por Qué molestar ya al maestro? Pero oyendo Jesús lo que decían, dice al jefe de la sinagoga: No temas, ten sólo fe. No permitió que nadie le siguiera más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegados a la casa del arquisinagogo, vio un alboroto y a las lloronas plañideras, y entrando les dice: ¿A qué ese alboroto y ese llanto? La niña no ha muerto, duerme. Se burlaban de El; pero El, echando a todos fuera, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que iban con El, y entró donde la niña estaba; y tomándola de la mano le dijo: “Talitha  qumi”, que quiere decir: Niña a ti te lo digo, levántate. Y al instante se levantó la niña y echó a andar, pues tenía doce años, quedando ellos fuera de sí, presos de gran estupor (Mc 5, 23-3-42).

 

No temas y ten fe, son las palabras que el Señor le dijo al jefe de la sinagoga, y son las mismas palabras que día a día continuamente nos está repitiendo a todo nosotros, pero nosotros le prestamos más atención a lo que nos entra por los sentidos materiales de nuestro cuerpo, oídos y vista y nos olvidamos de que también nuestra alma tiene oídos y vista.

 

La jaculatoria que estamos comentando, sintetiza la esencia de las tres virtudes que necesitamos para caminar hacia el Señor: Fe, Esperanza y Caridad “Señor, creo el Ti, confío en Ti, te amo”. Comentadas brevemente las dos primeras virtudes, entramos en la Caridad, la única de la tres que perdurará eternamente y que inicialmente tiene una doble vertiente o acepción, en cuanto que una cosa es la caridad entendida como amor a Dios, que es la caridad por excelencia y otra es la caridad secundaria entendida como amor fraterno o a los demás, amor este que emana de la fuente del amor único, puesto que el amor a los demás existe y se debe de practicar en función del amor a Dios, si así no se hace estamos ante lo que se denomina filantropía o amor pagano.

 

Pero el tema de la virtud del amor es tan importante, que en otra glosa nos ocuparemos de él ya que este no se puede despachar con unas escuetas líneas.    

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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