Triunfadores y fracasados
por Juan del Carmelo
Las recientes manifestaciones de un político que se siente triunfador me han movido a escribir esta glosa. Todos sabemos, que a lo largo de la vida, una persona en el orden material de este mundo, puede triunfar o fracasar y en este caso concretamente el barómetro para medir el triunfo es la cuantía del dinero que ha logrado la persona de que se trate y que le ha permitido poder levantar una gran, mediana o pequeña fortuna, o por el contrario no haber conseguido nada y ser considerado un fracasado. Pero es el caso, de que los triunfos o los fracasos de una persona, al final no serán los materiales, y al decir materiales también además del dinero me refiero a los éxitos políticos, sociales, artísticos, deportivos o científicos, que fácilmente percibimos con los ojos de nuestra cara y que tanto y a tantos les deslumbran.
Pero no son estos éxitos materiales que siempre se exteriorizan, los que a juicio de Dios determinan si una persona es triunfadora o ha fracasado, sino los éxitos que se encuentran en el interior de nuestro ser, donde con mayor o menor grado de complacencia inhabita Dios trinitario. Al final en esta vida el que más triunfe será el que más haya amado al Señor.
Es cierto tal como manifiesta el mencionado político, que en el mundo protestante y concretamente en el calvinismo, se estima que el triunfo material es un premio o recompensa de Dios y por el contrario la desgracia y los problemas monetarios de los que no triunfan, son un signo de castigo divino. Esta doctrina, no se formula por sus seguidores con este descarnado planteamiento que hago, pero la esencia del pensamiento es esta y no otra. Lo que ocurre es que la política, que todo lo invade, les hace considerar, a los que sostienen esta doctrina, que en esta vida son más los fracasados desde su punto de vista, que los que triunfan y por lo tanto nunca se puede desperdiciar una cosecha de votos.
A la doctrina católica le repugna esta tesis, por muchas y variadas razones y entre ellas la más fundamental de todas, es su oposición total a lo que es el Señor nos reveló y nos dejó manifestado en los Evangelios. El mundo material y sus tentaciones nos quitan la paz y Él nos dejó dicho: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad; yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Cuando Él habla de vencer el mundo, naturalmente no se refiere a triunfar en él materialmente, sino a que nos mantengamos apartados de él. El triunfo material en la vida, en general significa la derrota en la lucha con el mundo. No tengo noticias de ningún santo que fuese un triunfador en el mundo material.
Pero tampoco podemos pensar que el hecho de ser rico y haber triunfado materialmente, es un pasaporte para el infierno, ni tampoco que por el hecho el ser pobre material, tenga ya uno asegurada la entrada en el cielo. La pobreza y el fracaso facilitan la práctica de la humildad, mientras que el triunfo y el dinero generan en el que lo posee el aumento de su soberbia. Lo importante es este caso, es la actitud de la persona ante la riqueza, en otras palabras el apego de la persona al dinero. Si el corazón del hombre está invadido, lleno por el deseo de las riquezas, difícilmente puede haber sitio para Dios en su corazón.
El Señor no censura la posesión de la riqueza, sino el apego a ella. Ricos fueron muchos amigos del Señor, tales como José de Arimatea, Nicodemo, Zaquéo, y otros, pues no es pecado tener riquezas, sino amar a las riquezas, y tanto peca el que las ama teniéndolas como el que sin tenerlas las ama y desea ansiosamente tenerlas. Es más, y continuo expresando la opinión de San Agustín: “Si tus obligaciones no te permiten despojarte de los bienes de la tierra, consérvalos, pero sin hacerte esclavo suyo, se dueño y no servidor de tus riquezas... El que así procede, aunque tenga muchas riquezas, debe ser contado entre los pobres del Señor”. Pero hay que considerar que de todas formas, la posesión de riquezas incita el deseo de posesión, cuanto más se tiene más se desea. Hay que tener el corazón muy lleno de amor de Dios, para saberse dosificar en este tema, y no aficionarse a ellas disponiendo solo lo necesario para la vida.
Por otro lado y siguiendo con la tesis calvinista, en el mundo y no por razón de la democracia, sino por razón natural, a nadie se le condena o se le premia, si previamente no ha sido juzgado y declarado culpable o en su caso merecedor de la condecoración o mérito de que se trate. ¿Cómo Dios, sin habernos juzgado, nos va a condenar o premiar ya en esta vida? Dios nos premiará solo después del juicio final, y en cuanto al castigo divino, Dios no enviará a nadie al infierno, allí aparecerá el que una y otra vez haya rehusado aceptar el amor de Dios y prefiera apartarse de Él.
Pero entonces, alguien se puede preguntar: ¿Porqué Dios se vuelca en lo material con unos enriqueciéndolos y con otros parece que se ensaña empobreciéndolos? Para comprender la actitud de Dios, lo primero de todo que hay que hacer, es tener presente, que a Dios el mundo material que nosotros tanto sobre estimamos, a Él le trae sin cuidado, para Él lo fundamental es el reino del espíritu, lo que perdurará que no es la materia que es caduca y que siempre al final desaparecerá, Para el Señor, es fundamental el corazón de los hombres, donde solo Él puede leer. A Él solo le interesa una cosa, y es que le amemos, pues para eso nos ha creado y en ese amor es donde se encuentra el secreto de nuestra eterna felicidad, no en los triunfos y riquezas que seamos capaces de alcanzar en este mundo. Para él los bienes materiales no son más que instrumentos que maneja, para que se cumpla su voluntad de que todos nos salvemos y seamos felices. Es lo que se conoce con el nombre de la “voluntad salvífica universal de Dios”. Dios utiliza todo para conseguir su objetivo y es muy frecuente que permita desgracias y ruinas, para hacer reaccionar a la persona, de forma que sea entonces cuando se acuerden de Él.
Para Dios solo es triunfador en esta vida, el que más le ama. Dios tal como varios autores escriben, es el mendigo de nuestro amor. Y su tragedia, valga la incongruencia, es que su amor, su infinito amor no puede volcarlo en la medida que Él desearía, sobre estas pobres y míseras criaturas que somos nosotros que estúpidamente ni nos damos cuenta ni somos capaces de entender nada. Es por ello que cuando Él encuentra una persona que acepta incondicionalmente su amor y a Él se le entrega sin condiciones, empleando términos humanos, diríamos que se vuelve loco de alegría. Pero son escasas muy escasas, este tipo de personas y los que queremos llegar a serlo, apenas somos capaces de dar unos tímidos pasos sin ser capaces de romper de una vez, los hilos o cadenas que nos sujetan a los apegos de este mundo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.