Los pinceles de Dios
por Juan del Carmelo
El Señor desde que inició a cabo la obra de la creación continuamente está pintando un cuadro titulado “El Reino de Dios”. Él es, un gran pintor, el más grande de todos los pintores, que nuestra mente sea capaz de imaginar. Este cuadro que Él está pintando, es el que expresará una vez concluido, la gloria del Reino de Dios. Lleva muchos años dando pinceladas en el cuadro, pero Él no tiene prisa nunca, y nunca tiene prisa para nada, porque su tiempo no está tasado, dispone de la eternidad. Él desea que su cuadro sea perfecto y para ello necesita emplear instrumentos perfectos. En este caso los colores y los pinceles deben de ser perfectos. Ya a su paso por la tierra, Él nos manifestó: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). Él ama la perfección.
Para realizarse un cuadro, como bien sabemos, se necesitan unos elementos básicos, cuales son los pinceles, los tubos de oleo de diferentes colores y la tela para plasmar lo que está en la mente del artista. El pintor es el elemento fundamental, ya que todo lo demás es accesorio, Los elementos accesorios pueden sustituirse pero el pintor es siempre insustituible. La mente del pintor es la que crea el cuadro, la que lo compone, la que lo planea flexiblemente, porque a medida que va pintando va cambiando sus planes. Esto es lo que ha Dios le pasa con su plan, ha necesitado irlo cambiando continuamente en función de los deficientes pinceles, en que se han tornado los puros y perfectos pinceles que un día Él creó para pintar su cuadro.
Un día la mente del Señor, forjó la idea de crear un cuadro maravilloso, al que le pondría por título: “El reino de Dios”, y para ello creo la Tierra que es un planeta pleno de belleza y maravillas. Y por lo que ahora estamos viendo en las fotos que nos ofrecen de las modernas aventuras espaciales, podemos ver en ellas, que ni la Luna ni Marte, son comparables en belleza a la Tierra. La Tierra es única y especial y tanto es así, que cualquiera de nosotros nos resistimos a abandonarla. La Tierra es el marco y la tela que Dios creó para pintar su cuadro. Pero a Dios le hacían falta los pinceles para pintar y es entonces cuando creo a los hombres.
Los hombres somos los pinceles de Dios, los instrumentos que Dios utiliza para pintar su gran cuadro, el cuadro que estará concluido cuando se implante en toda la Tierra el reinado de Dios. Cualquiera sabe, que para pintar un gran cuadro se necesitan muchas clases de pinceles, unos gruesos, otros finos, unos redondos, otros aplastados, unos de pelo de marta otros, de cerdas más bastas. La pasta u oleo que se emplee ha de fijarse en el cuadro de muy distintas formas. Hay zonas del cuadro muy cuidadas como pueden ser en un retrato, la cara y las manos, y otras menos cuidadas, como puede ser el fondo o el ropaje.
Nada de lo que hacemos, pensamos, escribimos o ejecutamos tiene mérito alguno, más allá del mérito que tenían los pinceles, que Goya o Velázquez utilizaron para realizar sus cuadros. No somos nada y nada valemos. Ser conscientes de nuestra nulidad es ser humilde, la soberbia es creerse que uno es el que está pintando el cuadro. Solo somos meros instrumentos de Dios y cumpliremos mejor la función que Él nos tiene encomendada, en cuanto seamos más humildes y aceptemos la realidad, de que somos unas pobres e indignas criaturas, por Él creadas y a las cuales sin razón alguna que la justifique, Él las ama desesperadamente, siendo esto el pasmo de los ángeles que contemplan atónitos esta realidad y que se preguntan: ¿Pero que tienen los hombres para que Dios les ame de ese modo?
Los buenos pinceles son aquellos, que por el uso del pintor, se han acomodado a las necesidades de este. La compenetración entre el pintor y sus pinceles es muy singular, raro es el pintor que no tiene al menos, una media docena o más de pinceles favoritos. Esto también le pasa al Señor, tiene sus pinceles favoritos nos quiere a todos pero tiene a sus elegidos, que son aquellos que con más generosidad y amor siempre le están respondiendo.
A ningún elegido del Señor, se le ocurre pensar que él, le es necesario al Señor, ni siquiera comprende su categoría de elegido, pues su humildad no se lo permite. Nunca ha existido ni existirá un santo que se haya creído que él lo es. Pues una de las condiciones básicas que se tiene que tener para alcanzar la santidad es la, humildad. Y desgraciadamente es esta una virtud que no abunda entre nosotros.
Raro es el santo o escritor exégeta que no haya escrito sobre la humildad y no la haya definido destacando siempre una o varias de sus características más relevantes. Algunas de estas definiciones nos dicen que la humildad: “Es el verdadero conocimiento y voluntario reconocimiento de nuestra miseria” (San Francisco de Sales). “La humildad no es otra cosa más, que un continuo gozo en medio de todo lo que nos proporciona un desprecio de nosotros mismos” (Santa Magdalena de Pazzi). “La humildad es fuerza, motor, que lleva a poner a disposición de Dios todo cuanto somos y poseemos”. (Antonio Fuentes Mendiola). “Es la disposición que tiene el alma para poder recibir los dones de Dios” (Cardenal McCarrick).
De lo que no podemos tener duda es que la humildad fue y es la virtud más querida y apreciada por el Señor, porque ella es la madre de todas las demás virtudes. En cualquier virtud humana siempre subyace y esta se apoya en la humildad. Tan importante es la virtud de la humildad y tan querida por Dios que San Agustín nos dejó dicho que: “Dios mira con más agrado acciones malas a las que acompaña la humildad, que obras buenas inficionadas de soberbia”. Sería bueno extendernos en un algo que hoy en día se da con mucha frecuencia. Me refiero a ese conjunto de personas que su soberbia les hace creer que son buenas, porque van a misa los domingos incluso entre semana, comulgan y ejercitan sus obras de caridad, que muchas veces son obras infeccionadas por la soberbia y vanidad que ellas le proporcionan.”Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial” (Mt 6,1).
En conclusión seamos dóciles pinceles del Señor, si es que queremos imitarle y ser perfectos, como nuestra Padre celestial es perfecto. Nuestro Señor Jesucristo, fue un dócil pincel en las manos del Padre celestial. Y para adquirir esta docilidad, lo primer de todo es tener en cuenta que el primer paso lo constituye la adquisición y la práctica a todo trance, en cualquier ocasión y siempre, de la virtud de la humildad. Podemos estar seguros, que el humilde sin ser consciente de ello, ya tiene sus pies puestos en la escalera que lleva al cielo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.