El P. Arrupe y el anuncio de su proceso
El P. Arrupe y el anuncio de su proceso
por Duc in altum!
En varios portales sobre información religiosa, apareció la nota oficial sobre la próxima apertura del proceso de canonización del P. Pedro Arrupe en la diócesis de Roma. La noticia es importante porque se trata de alguien que, como sabemos, fue Prepósito General de la Compañía de Jesús en el convulso periodo de 1965 a 1983. Sin duda, un arco de tiempo difícil para el mundo occidental y, con ello, también en el ámbito de la Iglesia. Después del Papa Pablo VI, nadie como el P. Arrupe supo lo que implica dirigir una obra internacional en medio de un contexto turbulento, contestatario y en el que todo parecía venirse abajo. Para algunos, resulta impensable que el P. Arrupe llegue a los altares; sin embargo, para otros, entre los que se cuenta el que esto escribe, tiene todos los elementos necesarios, pues fue un místico con los pies en la tierra. Es verdad que en su periodo se dieron diferentes crisis, no solo en la Compañía de Jesús, sino en las distintas dimensiones de la sociedad, pero la realidad de fondo es que hizo lo que estuvo en sus manos para reorientar el camino, incluso de algunos colaboradores suyos que, efectivamente, perdieron el rumbo. Con o sin la presencia del P. Arrupe, la Iglesia iba a tener que pasar por aquellos años críticos, pues se trató de un terremoto sociocultural. El que la situación eclesial, luego de un largo y doloroso camino, volviera a un punto medio, de mayor equilibrio, se debió a dos diques: Primero, al Concilio Vaticano II y después a la espiritualidad del P. Arrupe. Al prepósito, le pasó lo que a los padres conciliares. Los medios, en vez de escucharlos directamente a ellos como protagonistas, subrayaron las intervenciones de los que, de forma autónoma, se erigieron como sus intérpretes y/o voceros, distorsionando el significado original de lo que habían planteado.
Muchos, para justificar su postura contraria al P. Arrupe, argumentan que por algo tuvo que intervenir el Papa Juan Pablo II; sin embargo, olvidan que él llegó a tal punto a partir de la trombosis que lo incapacitó como prepósito. Es decir, mientras estuvo en condiciones, lo mantuvo en su tarea, incluso rechazando la renuncia que le presentó en 1980.
Ahora bien, ¿qué elementos justificarían su proceso de canonización? De entrada, la ardua labor humanitaria que desplegó ante la bomba atómica de Hiroshima en 1945. ¿No vemos la virtud de la caridad en alguien que monta un hospital, después de pasar por la capilla y se pone a salvar personas con quemaduras gravísimas, al punto que varios de sus pacientes, libremente, pidieron el bautismo después?, ¿podemos calificar de inaceptable a un hombre que enfrentó diez años de enfermedad incapacitante con fe y esperanza?, ¿no vemos la huella de Dios en su fortaleza o en la obediencia al Papa? El P. Lamet, a propósito de las entrevistas que tuvo con él para elaborar el libro que hizo acerca de su vida, cuenta habérselo encontrado en la enfermería de la curia con el rosario en mano y que, tomándolo, les dijo: “mucho de esto”. Francamente, una persona con semejante espiritualidad no encaja en el perfil que algunos le atribuyeron de marxista.
Con la intención de abrir finalmente su causa, llegamos a un momento apropiado para volver a estudiarlo, quitando mitos y prejuicios. No es un progresista de los que vacían seminarios, tampoco alguien que se quedó estático, sino un sacerdote al que le tocó un periodo muy difícil. El que muchos de sus contemporáneos se dejaran llevar por las ideologías del momento (cosa tan dolorosa como innegable, de costos muy elevados para la Iglesia), no vale como para hacerlo un chivo expiatorio. Dio lo mejor de sí, abogando por los excluidos. Perseveró y eso nunca será poca cosa.