Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Cortar la cuerda

por Juan del Carmelo

Cuando la confianza de una persona en el Señor es absoluta, esta nunca tiene miedo de cortar la cuerda que le ata a este mundo.

 

Se cuenta la historia de un montañero de larga experiencia y muchos triunfos a sus espaldas, que se fijó como meta, la conquista en solitario de una alta montaña, jamás alcanzada antes por ningún otro montañero. Estuvo varios meses estudiando la orografía de la montaña y las posibles rutas para la ascensión. La dichosa soberbia, que de una forma o de otra a todos nos domina, determinó en este montañero, que la ascensión contra toda norma de prudencia, había de hacerla sin compañía de ningún otro compañero, pues así la gloria del triunfo sería solo para él, sin necesidad de compartirla con nadie.

  

Cuando lo tuvo todo minuciosamente pensado y calculado, puso manos a la obra y tras grandes esfuerzos, al fin llegó al pie de la parte más empinada y difícil de la montaña, que era donde había de empezar el último tramo de su ascensión. Espero al día siguiente para descansar y reponer fuerzas y nada más amanecer, comenzó esta última ascensión en solitario. Estuvo todo el día ascendiendo, y vio que se le echaba encima la noche, y que quizás no podría alcanzar la cima con la plena luz del día. No había calculado prudentemente y no tenía previsto hacer una acampada intermedia, por lo que reanudó sus esfuerzos en la ascensión, pensando que en el peor de los casos llegaría arriba con las últimas luces del día.

 

Los cálculos le fallaron y la oscuridad le sorprendió, cuando ya solo le faltaban pocos metros para llegar a la cima. Era una noche verdaderamente oscura, la luna era inexistente y las nieblas que creaban las nubes que le rodeaban en la altura, no le permitían ver nada. La oscuridad era absoluta, lo invadía todo. En esta situación, dio un resbalón y cayó al vacío. Aquellos breves instantes antes de llegar al fondo, se le hicieron eternos. A su alrededor veía como pasaban a gran velocidad una multitud de oscuras sombras, mientras que él tenía la sensación de que estaba volando antes de estrellarse. Pensó que iba a morir y su vida pasó rápidamente ante él como en una película. Recordó que había oído decir que esto, era una de las cosas que le ocurrían al que iba a morir. Cuando creyó que aquello iba a terminar, se acordó de Dios y le invocó. Entonces sintió un fuerte tirón de su cintura y del atalaje. El sistema de seguridad, que había montado cuando subía, metiendo clavos y clavijas entre las junturas de las rocas, había funcionado y el cordel de la línea de seguridad había parado su caída y salvado su vida, pero ahora se encontraba a oscuras colgando de la cuerda que lo suspendía en el aíre, sin ver absolutamente nada.

 

En esta situación, volvió a acordarse de Dios y exclamó ¡Señor ayúdame! No obtuvo una respuesta inmediata, y entonces redobló sus esfuerzos orando con más fervor. Siguió esperando y orando, y al cabo de un rato oyó una voz, cuyo origen, no situó en este mundo, que le decía: ¿Que quieres que haga? Salvarme Señor, le respondió nuestro montañero. El Señor le inquirió: ¿Tú me amas y confías en mí? Por supuesto Señor, respondió el montañero, te amo con todo mi corazón y confío plenamente en Ti. Entonces respondió el Señor: Si es así, corta la cuerda que te sustenta y déjate caer. El montañero se quedó helado, al oír estas palabras y se aferró más fuertemente a la cuerda que los sustentaba…. Nuestro amigo no confío, a pesar de lo que le acababa de decir al Señor y no fue capaz de entregarse a Dios cortando la cuerda que le mantenía en el aire… A la mañana siguiente, al no tener noticias de él, un equipo de rescate, salió en su búsqueda y lo encontró, muerto por congelación y suspendido de una cuerda a tan solo un metro del suelo.

 

Los apegos que tenemos a las cosas de este mundo, y en especial a los bienes materiales, son las cuerdas que hemos de cortar, si es que verdaderamente amamos a Dios y confiamos en Él. Continuamente de palabra le manifestamos a Dios que le amamos y que creemos y que confiamos ciegamente en Él. Pero solo de palabra. Cuando nos pasa algo, como le pasó a nuestro montañero, cuando tenemos que llevar a la práctica nuestras palabras, nos aferramos fuertemente a la cuerda que nos apega y nos ata a las cosas de este mundo, a la seguridad material en que vivimos. La consecuencia más inmediata de lo anterior, es que: si no vaciamos nuestro corazón de las cosas de este mundo, con las que lo estamos continuamente llenando, nunca dejaremos espacio suficiente para que el Señor que nos ama tremendamente, entre en nuestro corazón.

 

San Juan de la Cruz pone un ejemplo muy significativo, en relación a las ataduras que nos sujetan. Nos dice San Juan de la Cruz que: “Da lo mismo que un pájaro esté atado a un hilo delgado que a uno grueso si no lo rompe, nunca podrá remontar el vuelo. Cierto que el hilo delgado es más fácil de romper; pero por fácil que sea, si no se le rompe, el pájaro nunca volará. Así es el alma que está apegada a alguna cosa, que por mucha virtud que tenga no llegará a la libertad de la divina unión”. No nos atrevemos a cortar nuestras cuerdas que nos atan, porque carecemos de auténtica confianza en Dios. Y sin embargo, a este respecto, fueron muy claras las palabras de Jesús: "Por eso os digo: No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo?  Y del vestido, ¿porque preocuparos? Aprended de los lirios del campo, como crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Que comeremos, que beberemos o que vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán”. (Mt 6, 25-34).

 

Olvidándonos o no teniendo confianza en las promesas divinas, todos queremos encontrar nuestra seguridad aquí abajo, atándonos a los bienes materiales.  Pues tenemos la firme convicción, de que estos y solamente estos, son los que nos proporcionan la seguridad que siempre estamos buscando. Incluso tenemos la desfachatez, de pedirle a Dios que nos proporcione dinero, para resolver nuestros problemas, cuando lo que sería lógico, no es pedirle Dios dinero, sino la solución del problema, sin marcarle a Él el camino para la solución, que nosotros solo lo vemos en el dinero, o en los bienes materiales. Con esta clase de peticiones: ¿Acaso no estamos desconfiando, de la capacidad divina para resolver nuestros problemas? ¿Es que verdaderamente creemos, que a Dios le podemos decir lo que nos pasa y a continuación darle nuestra solución? Dios lo que nos pide, es que nosotros también,  cortemos la cuerda y nos dejemos caer en sus brazos amorosos. Dios quiere que nos entreguemos ciegamente a Él, es decir en la fe, pues de otra forma nunca habrá mérito por nuestra parte. Todo lo que Él pide, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestras propias fuerzas y nuestros necios planes y nos abandonemos, nos entreguemos a Él con humildad; Él hará el resto.

 

En el Antiguo Testamento se encuentra una frase en la que Dios, nos vuelve hablar por medio del profeta Isaías, y nos dice: “Porque yo, Yahvé tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: No temas, yo te ayudo. No temas, gusano de Jacob, gente de Israel: yo te ayudo -oráculo de Yahvé- y tu redentor es el Santo de Israel”  (Is 41,13-14).

 

Si se quiere avanzar en la vida espiritual, se llega a un momento a un punto, en que no es posible seguir adelante, si no se corta la cuerda de nuestros apegos. Y para cortar la cuerda, es necesario confiar en Dios. El maestro Lafrance, escribe que: “Una de las cosas que más paralizan a los creyentes y que más les impide avanzar hacia Dios, es la falta de confianza. En la vida espiritual, no hay más que una sola cosa que temer; la falta de confianza en Dios. ¡La confianza y nada más que la confianza! Es el único camino por el que se llega al Amor”. En resumen este es nuestro drama: Carecemos de confianza en Dios, y no aceptamos la idea de que nuestra seguridad material está en sus manos, sino que pensamos que esta, está exclusivamente en el fruto de nuestros esfuerzos, y en vez de acudir a Él, tratamos de arreglarnos solos pensando que todo, nada más depende que de nosotros mismos, de lo que trabajemos, de lo geniales que seamos en nuestro trabajo y en nuestros esfuerzos.

 

Nos olvidamos del contenido de un salmo, bastante fundamental para mí, que siempre procuro tenerlo muy presente:     
            “Si el Señor no construye la casa,
            en vano se cansan los albañiles;

si el Señor no guarda la ciudad,

en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,

que veléis hasta muy tarde,

que comáis el pan de vuestros sudores:

¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!(Sal 126,1-2).

 

           Todo absolutamente todo depende de la divina voluntad. No seamos ingenuos ni petulantes, pensando que por sí mismos somos capaces de algo.

 

Y esto, que ocurre en el orden material, también  se repite en el orden espiritual, donde con la mejor de las intenciones, pero inconscientemente dominados por nuestro dichoso orgullo, tratamos de ganar la santidad, apoyándonos solo en nuestro esfuerzo. Nos olvidamos de las palabras del Señor: “Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”  (Jn 15, 5).

 

Bien claro se nos ha dicho: “Sin mí no podéis hacer nada”. Y al hilo de esta ayuda que todos necesitamos, si es que queremos hacer algo, no olvidemos, sobre todo, que el camino más corto y sencillo, es el que pasa por Nuestra celestial Madre María, porque ella tiene un especial empeño en la salvación de todos, y es la Mediadora universal de todas las gracias divinas. Por María pasa todo y todos debemos de no olvidarnos, de aprovechar las tremenda ventajas que Ella nos ofrece. Resulta una insensatez, prescindir del camino de María. Ella nos lo facilita todo, porque ella es Nuestra Madre amorosa, que a todos nos ama y de todos se preocupa.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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