Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Belleza de un alma en gracia.

por Juan del Carmelo

La belleza de un alma en gracia tiene su antítesis en la abominable y repugnante fealdad de un alma en pecado. Escribe Santa Teresa de Jesús en su libro principal: “Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente”. A juicio de la santa de Ávila aquella persona lo que vio fue de tal naturaleza que a su parecer, todo aquel que viese lo que esta persona vio, no le será posible pecar, y se pondría esto a realizar los mayores trabajos que fuesen necesarios para poder huir de las tentaciones. Dejaremos para otra glosa el tratar sobre las miserias humanas, representadas por el pecado y vamos a ocuparnos de la materia del título de esta glosa.

 

Una vez, el Señor a Santa Catalina de Siena le dijo: “Hija mía, si te mostrara la belleza de un alma en gracia, sería la última cosa que verías en este mundo, porque el resplandor de su hermosura te haría morir”. Y esto es así porque la belleza de Dios es infinita como todo los suyo, y el alma que ama a Dios se impregna de Dios y de su belleza.

 

El alma que por su amor al Señor vive en estado de gracia, es ya portadora de una pequeña parte de la gloria divina y ella va camino de ser glorificada, de participar plenamente de la gloria de su Creador, cosa esta, que le sucederá cuando sea llamada a la casa del Padre si es que persevera en su amor al Señor. Entonces aunque no lo veamos su gloria será directamente proporcional al grado de amor al Señor, que haya sido capaz de alcanzar en esta vida. Ahora, mientras tanto y aunque no lo veamos, porque las cosas del espíritu son inmateriales y por lo tanto invisibles a los ojos de nuestra cara, esta alma está ya resplandeciente porque irradia una claridad y belleza, que si la viésemos quedaríamos asombrados. Esta claridad y belleza es la que le proporciona su propio deseo de asemejarse e integrarse en la de gloria de Dios.

 

Una de las más importantes cualidades que conforman la naturaleza del amor, es la “asemejanza”. En el orden sobrenatural y también en el puramente humano, el amor siempre asemeja, tiene la cualidad de asemejar a los amantes. Cuanto más amemos a Dios más nos asemejaremos a Él. En el siglo XVI, Luis de Blois -Blosio- escribía: “Porque es tanta la gracia y hermosura del alma racional, cuando no está afeada con las torpes manchas del pecado, que si pudieses verla claramente no sabrías en donde te encontrabas de tanta admiración y gozo”. Pero no obstante lo anterior, es de ver que ha personas que por la expresión de bondad y dulzura que se refleja en su alma, uno piensa en aquello de que: ·La cara es el espejo del alma”. Y desde luego algo de esto hay, aunque también pueda haber excepciones a esta regla.

 

Humanamente hablando se emplea el refrán de que: “Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión”. Y así es, los esposos que se aman aunque inicialmente recién casados o incluso de novios, no coinciden exactamente en sus opiniones ni apreciaciones, si el amor entre ellos no se marchita y florece, el tiempo va limando sus diferencias y se van identificando en sus creencias y apreciaciones, al mismo tiempo que insensiblemente, tal como correctamente ha de ser, ese amor al crecer hace menguar aunque no romper, el amor que anteriormente se tenía por las respectivas familias de donde salieron. Son las palabras evangélicas: “Por esto dejara el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hombre” (Mt 19,5-6).

 

El ansia de semejanza que genera el amor, genera siempre a su vez, un ansia de integración del Amado con su amor. Y esta ansia de integración es la que le movió al Señor a la locura de amor de instituir la sagrada Eucaristía, esta ansia de amor del Señor a nosotros es la base de la transformación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, para ser consumidos por aquellos que quieran ser elegidos del Señor.

 

El amor del Señor a un alma que vive en su divina gracia, es tal que Santa Teresa de Jesús escribía: “No es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice Él que tiene sus deleites”. Para el alma que vive en un perfecto estado de gracia, Luis de Blois -Blosio- también escribía: “Realmente es tan noble el alma racional, que ningún bien de este mundo la puede satisfacer. Porque no es posible hartarse ni ser feliz con las cosas que son inferiores y más bajas que ellas, y lo son el cielo la tierra, el mar y todo lo visible y sensible”.

 

Y para remarcar la tremenda diferencia que no vemos ni apreciamos, pero que existe entre las almas que en esta vida conviven con nosotros, el obispo Fulton Sheen, escribía: “Hay más diferencia entre dos almas de esta tierra, una en estado de gracia y la otra no, de la que hay entre dos almas, una en estado de gracia en esta vida y la otra disfrutando de la bienaventuranza del cielo. La razón es que la gracia es el germen de la gloria, y algún día florecerá en la gloria en el alma que vive en la amistad en el amor y en la gracia del Señor. Así como la bellota algún día se transformará en roble, el alma en gracia. Se transformará en algo tan maravilloso, que parangonando a San Pablo podemos asegurar que: “… ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman, ni cuáles serán las visiones y la belleza de un alma glorificada”. Por ello hemos de saber, que el alma que no está en gracia no posee estas potencialidades”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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