Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Amor, verdad y humildad

por Juan del Carmelo

          Son estos tres parámetros fundamentales en la vida de un cristiano y máxime en la vida de un cristiano católico que representa y es por antonomasia la esencia de los seguidores de Cristo. Estos tres parámetros escalonada y jerárquicamente considerados se encuentran íntimamente relacionados entre sí y tal como le ocurre a las tres virtudes básicas: fe, esperanza y caridad, aumentan y disminuyen en un alma siempre al unísono. El Amor, la Verdad y la Humildad, deben de observarse si es que uno quiere encontrar al Señor, y a  nadie le es posible querer alcanzar la vida eterna sin tenerlos en cuenta, aunque él se crea católico apostólico romano.

 

          Hemos de señalar, que por delante de estos tres parámetros existe un cuarto, en el que los tres señalados se asientan. Nos referimos a la fe, que es la piedra angular donde se asienta la vida interior la vida espiritual, la vida de su espíritu, pues si esta vida carece de fe, difícilmente podrá amar a lo que no cree que exista. Pero la fe en cuanto a importancia cede ante el amor, que goza de la condición de eternidad. No así la fe, que es una virtud transitoria, pues con la muerte de la persona la fe desaparece convertida en evidencia, tanto para los que se salvan como para aquellos que para su desgracia resultan reprobados por no querer aceptar el amor que el señor les ofrece.

 

          Comenzando con el primer de los parámetros enunciados, inicialmente cabe preguntarse ¿Por qué el amor está en primer lugar y es tan importante en la vida de un cristiano? Para responder a esta pregunta recordemos que la esencia de Dios es el amor y solo el amor, y así nos lo dice claramente el apóstol San Juan: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16). Y como resulta que Dios es el Todo de todo, y todo gira en relación a Él, es así que el amor es lo más importante. Todo en nosotros debe de girar en relación a Dios, porque como expresaba el Cardenal Ratzinger antes de ser Benedicto XVI: “Todos nosotros existimos porque Dios nos ama. Su amor es el fundamento de nuestra eternidad. Aquel a quien Dios ama no perece jamás”. Y al girar en relación a Dios giramos en relación al amor.

 

           Pero no confundamos el amor autentico, el amor que solo tiene su fuente de generación en Dios, con el llamado amor filantrópico que solo se genera por razón de un pobre amor a la humanidad. La filantropía nace en el mundo en el reinado de Juliano el apóstata a mediados del siglo IV, cuando este emperador romano quiere reimplantar el paganismo como única religión de los romanos eliminando el cristianismo (Ver la glosa “Juliano el apostata”, del 08-06-2009), Juliano el apóstata, da carta de naturaleza al término “filantropía”, para contrarrestar el término cristiano de “caridad”. La filantropía era una de las virtudes del neo paganismo que quería implantar Juliano el apóstata. El amor al prójimo a la humanidad existe en el cristianismo, pero siempre supeditado al supremo amor que el hombre le debe a su Creador.

 

           Siguiendo con Benedicto XVI decía este en el punto 6 de su encíclica “Encíclica Deus caritas est”, que: “El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente, el amor es “éxtasis”, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia el encuentro con su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: “El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará” (Lc 17, 33), dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios (cf. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; Jn 12, 25)”.

 

          El amor hemos de entenderlo en dos vertientes: una la del amor de Dios al hombre y la otra del  hombre a Dios. En el primer caso el amor de Dios a nosotros está siempre plenamente garantizado. A este respecto Jean Lafrance escribe: “El fondo del ser de Dios, es el amor, y el deseo del amor es compartir…. En una palabra el corazón de Dios se desborda en ternura para contigo lector y los distintos amores que puedes conocer en la tierra (amor conyugal, maternal, paterno o amistad) no son más que un pálido reflejo de ese amor total que habita en el corazón de Dios”. Lo más importante que podemos decir sobre el amor de Dios es que nos ama no por algo que hayamos hecho para merecer su amor, sino porque Él, de forma totalmente libre, ha decidido amarnos. El amor de Dios es: “Eterno" (Is 54,8). “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, más mi amor de tu lado no se apartará" (Is 54,10). “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti" (Jo 31,3). Henry Nouwen escribe: “Somos amados desde la eternidad. Dios nos dice: “Te amo con un amor eterno”. Ese amor estaba ahí, antes de que nuestro padre y nuestra madre nos amaran, y permanecerá incluso después de que nuestros amigos hayan dejado de ocuparse de nosotros. Es un amor divino, un amor perdurable, un amor eterno”.

 

          En cuanto a la segunda vertiente, la del amor nuestro a Dios, diremos muy reducidamente que: Dado que Dios es amor, y solo amor, si queremos llegar a Él hemos de buscarlo en el amor y con el  amor, pues ella es la única posibilidad que tenemos de poder alcanzarlo.

 

          La Verdad, es el segundo parámetro que se nos enlaza aquí. Jesús le dijo a Santo Tomás cuando el apóstol le requirió acerca del camino: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (Jn 14,5-7). Dios es la Verdad, no hay otra, todos aquellos que quieren buscar la Verdad fuera del camino del Señor es equivocan y pierden el tiempo, por muy buenas que sean sus intenciones. Solo existe una Verdad, y es la que nos manifiesta la Iglesia católica. En el Evangelio de San Juan podemos leer: "Jesús decía a los judíos que había creído en El: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os librará (Jn 8,31-32). Y así es porque es la Verdad el conocimiento de la Suma verdad, que es Dios el que nos ha hecho libres y nos mantiene libres. Solo la suma mentira que es el demonio es la que nos encadena. Y este pensamiento nacido de las palabras del Señor, nos lleva a considerar que la suma mentira, es y representa a su vez, el vértice de todo vicio que es el orgullo.

 

          Y así es como entramos en la consideración del tercer parámetro que es la humildad. La humildad es la antítesis del orgullo y de su hija la soberbia. Y así como el orgullo, es el vértice de la suma mentira, la humildad es el vértice de la Verdad, porque toda virtud se asienta en la humildad. La humildad por definición es: La verdad de uno mismo, la gran verdad de lo que somos realmente no de lo que representamos ser. Para San Francisco de Sales, la humildad es el verdadero conocimiento y voluntario reconocimiento de nuestra miseria. Y en términos semejantes se manifiesta el obispo Fulton Sheen al decir este que: “Humildad es la virtud que nos dice la verdad acerca de nosotros mismos, como nos hallamos, no ya ante los ojos de los hombres sino ante Dios”.

 

           En este mundo actual en el que Dios ha querido situarnos, la quiebra y el rechazo de los valores jerárquicos, nos aparta del Señor. Todo el mundo se estima superior y no se acepta la subordinación a nada ni a nadie. Pidamos al Señor, la humildad necesaria para que veamos y comprendamos nuestra inferioridad y las miserias que nos acorralan y nos apartan de la Suma Verdad.

 

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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