Lunes, 23 de diciembre de 2024

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2009-2010. Orden sacerdotal

por Juan del Carmelo

         El 19 de junio del 2010, finaliza el “Año sacerdotal”, dedicado a todos los sacerdotes católicos del mundo. Benedicto XVI ha dedicado, en honor al Santo patrono de los sacerdotes, un año comprendido entre el 19 de junio de 2009 al 19 de junio de 2010, día del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada Mundial de los Sacerdotes, en el 150 aniversario de la muerte de este Santo patrono, San Juan María Vianney, el Santo cura de Ars.

 

De los principales estudios antropológicos conocidos, se deduce la existencia desde tiempos inmemoriales en todas las religiones históricas, de la institución del sacerdocio o de unas instituciones análogas en cada cultura. En las religiones monoteístas, la función sacerdotal, significa una efectiva mediación, entre el Dios y el hombre. El sacerdote en el ámbito católico, es el representante de Cristo que al unir a su divinidad  a nuestra humana condición nos crea el puente que nos une  a los hombres con Dios y nos permite caminar al encuentro con nuestro Creador. El sacerdocio en nuestro mundo católico tiene una función “soteriológica”, ya que como representantes de Cristo nos llevan al camino de nuestra salvación.

 

           Este es el supremo privilegio del sacerdote y su tremenda responsabilidad: la de ser él mismo, Cristo mientras ejerce su ministerio. El sacerdote cuando nos absuelve en confesión de nuestros pecados, no dice: “Cristo te absuelve”´, sino que afirma “yo te absuelvo”; ni tampoco al consagrar el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor, no dice: “este es el cuerpo de Cristo´, sino que dice: “esto es mi cuerpo“. Es el mismo Cristo quien en ese preciso momento nos está absolviendo de nuestros pecados, porque es Él y solo Él que es Dios, el que tiene la potestad para hacerlo. De la misma forma es Cristo quien oficia en la Eucaristía, representando en ella su Pasión y muerte. En las lecturas de biografías de santos es frecuente leer que más de un santo, asistiendo al sacrificio de la misa, dejaron de ver al celebrante para ver solamente a Cristo, ofreciéndose actualmente a Si mismo, por la gloria de Dios y salvación de las almas. Y nosotros aunque no gocemos de este privilegio propio de santos, imaginativamente, en vez de pensar en las musarañas, deberíamos de pensar y reconfortarnos con esta idea de que es Cristo quien está ahí en el altar oficiando.

 

          Porque llegado el momento de la consagración del pan y el vino, será el mismo Cristo el que lleve a cabo el misterio de la Transubstanciación; de ahí la tremenda importancia de que ante Cristo si somos creyentes, doblemos nuestra rodilla, salvo casos de lesiones justificadas, y no permanezcamos de pié para no sacarle rodilleras al pantalón. Así como también es laudable la actitud de algunos y algunas pocas que para recibir la comunión se arrodillan, venciendo cualquier tonta vergüenza o incomprensible respeto humano, porque más importante es rendir pleitesía al Señor, que tener en cuenta consideraciones humanas. Si alguien recibe la sagrada comunión de manos del actual Papa, que no se lo ocurra permanecer de pie y no arrodillarse y desde luego no adelante las manos para recibir la sagrada forma, aunque esté autorizado, pues ya en Italia hay Archidiócesis como la de Bolonia en la que los sacerdotes dan solo la sagrada forma en la boca, por orden del cardenal arzobispo.  Una vez un protestante me dijo algo que me dolió, pero tuve que darle la razón, ello era: Si los católicos de verdad pensasen que realmente en el pan eucarístico, está presente Cristo con toda su humanidad y su divinidad, ellos se comportarían de forma completamente diferente a como lo hacen en las celebraciones eucarísticas.

 

          Comenta el teólogo dominico Garrigou Lagrange, que: “Cristo al instituir la Eucaristía, según declara el Concilio de Trento, instituyó al mismo tiempo el sacerdocio de la Nueva ley cuando dijo: “Haced esto en memoria de Mí”. Al pronunciar estas palabras, después de haber consagrado el pan y el vino, Jesús instituyó sacerdotes a los apóstoles para ofrecer el sacrificio eucarístico; después de la Resurrección les concede el poder de perdonar los pecados, cuando soplando sobre ellos, les dijo: “Recibid al espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, a quienes se les retuviereis les serán retenidos”. (Jn 20,22-23).

 

          Santo Tomás, nos habla del carácter que tiene el orden sacerdotal que implica una cierta participación en el sacerdocio de Cristo. En el estudio teológico de los sacramentos, que como sabemos son fuentes o canales de gracia para aquel que los recibe, hay tres de ellos que solo se pueden recibir una vez en la vida de la persona y otorgan un status especial a ella cuando los adquiere, ellos son: Bautismo, Confirmación y Orden sacerdotal. Ellos imprimen carácter indeleble, es decir, no se puede quitar ni borrar jamás sus efectos. El bautizado, quedará bautizado para siempre y no podrá renunciar a su condición de hijo de Dios, aunque ridículamente en esta ola de ateísmo y apostasía en la que vivimos, haya personas que quieran “desbautizarse” reclamando a la Iglesia, incluso judicialmente, que le borre de los libros bautismales de la parroquia donde fue bautizado. Este carácter indeleble también lo otorga el orden sacerdotal, y el que ha sido ungido con los oleos sagrados, jamás dejará de ser sacerdote aunque cuelgue los hábitos en forma ordenada o desordenadamente.

 

          Grande es la dignidad de los sacerdotes y de ella da fe San Pablo en sus epístolas, cuando escribe: “Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya ha puesto, Jesucristo”. (1Cor 3,6-11).

 

          Coinciden muchos santos, en decir, que la dignidad de un sacerdote debe de ser y es a la de los ángeles. San Ambrosio escribía diciendo, que la dignidad del sacerdote le coloca sobre la dignidad de los reyes, como el oro excede al plomo. Y con anterioridad San Juan Crisóstomo le daba la razón diciendo que el poder de los reyes se extiende solamente sobre los bienes temporales y sobre los cuerpos, mientras que los del sacerdote se extienden sobre los bienes espirituales y sobre las almas

 

           Para San Gregorio Nacianceno. Todos los ángeles del cielo no son capaces de absolver un solo pecado. Los ángeles custodios velan por las almas que les están encomendadas y cuidan, si estuvieren en pecado, de que vayan al sacerdote, en espera de la absolución… El poder del sacerdote, sobrepuja hasta el poder de María Santísima, porque la Madre de Dios podrá rogar por un alma y alcanzarle con sus ruegos lo que quiera, pero nunca la podrá absolver a nadie de la más mínima culpa

 

          Pero la dignidad sacerdotal, le obliga y mucho al sacerdote. A este respecto San Alfonso María Ligorio, fundador de los Redentoristas, escribía: “Muy grande es, dice San Jerónimo, la dignidad del sacerdote pero muy grande es también su ruina si en semejante estado vuelve la espalda a Dios. Cuanto mayor es la altura -dice San Bernardo- a la que le sublimó Dios, tanto mayor será el precipicio. Decía San Lorenzo Justiniano: Cuanto mayor es la gracia concedida por Dios a los sacerdotes, tanto más digno de castigo es su pecado, y cuanto más alto es el estado a que se le ha sublimado, tanto será más mortal su caída. Mirad, sacerdotes míos, que los demonios se esfuerzan por tentar a un sacerdote, más que a cien seglares, porque el sacerdote que se condena, arrastra a muchos tras de sí. El Crisóstomo dice: “Quien consigue quitar de en medio al pastor, dispersa todo el rebaño”.

 

          Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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