Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Imaginar el cielo.

por Juan del Carmelo

          Imaginar el cielo es un buen ejercicio para promover la virtud de la esperanza, que quizás de las tres teologales sea esta de la que menos nos ocupamos. Tanto la fe como la esperanza una vez que pasemos a la otra orilla, desaparecerán. La fe desaparecerá convertida en evidencia y la esperanza convertida en realidad ya palpable. Solo el amor no desaparecerá jamás, por la sencilla razón de que Dios es espíritu puro, es amor y solo amor y nuestra gloria consistirá en integrarnos en la gloria de Dios, es decir en su amor. En razón de lo anterior siempre se ha considerado al amor como la más importante de las tres virtudes y así lo manifiesta San Pablo cuando nos dice: Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”. (1Cor 13,12). Y entre las otras dos la fe es una virtud básica mientras estemos en este lado de la orilla. Pues si carecemos de fe: Apaga y vámonos, todo lo demás sobra.

 

         Para tratar de imaginar algo sobre el cielo, hemos de comenzar pensando que la primacía y los esmerados cuidados, que aquí abajo le damos a nuestro cuerpo sobre nuestra alma, allá arriba será distinto. Inicialmente, porque de acuerdo con la tradicional doctrina escatológica, solo adquiriremos nuestro cuerpo glorioso después del juicio final, por lo que hasta que llegue ese momento solo tendremos alma. Pero existen escatólogos que aseguran, que el juicio particular de cada uno y el juicio final se realizaran en un solo acto y en el momento inmediatamente siguiente al haber abandonado este mundo, pues se entra en la eternidad y en ella el factor tiempo no existe. Sea de una forma o de otra, el caso es que lo importante es que estaremos ya contemplando el rostro de Dios, alabándole y glorificándole. En cuanto a nuestro cuerpo glorioso, solo dispondrán de él los que se hayan salvado o santificado, lógicamente los condenados no dispondrán de un cuerpo glorioso, pero si existe fuego y tormentos que afecten a la materia, en pura lógica los condenados tendrán que disponer de su cuerpo. La generalidad de la tradición reconoce la existencia de cuerpo en los condenados, aunque nadie especifica las cualidades, si es que tiene alguna o diferencias que puedan existir entre este cuerpo y el que el condenado tenía en este mundo. Sobre las características de un cuerpo glorioso ver la glosa “Cualidades de un cuerpo glorioso” del 24-08-2009.

 

          Son muchos los que se dicen: pues menudo rollo aburrido, eso de pasarte todo la vida haciendo solo la misma cosa, adorando y glorificando a Dios, y desde luego que por cierto, esta situación no parece que tenga cara de ser algo muy divertido. Bueno para comprender esto, hay que tener en cuenta varios parámetros, que obviamos y que aquí abajo no acabamos de comprender, entre otras razones por nuestro acendrado materialismo y el deseo que nos domina de querer comprender todo bajo el prisma de lo material. Así que una de las cosas que hemos de aprender a comprender, es que al ser el orden espiritual, muy superior al orden material, tanto los sufrimientos de los condenados, como los goces de los santificados serán muy superiores a todo lo que ahora seamos capaces de imaginar, esto es lo que le hizo exclamar a San Pablo cuando alcanzó el tercer cielo: “Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años -si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre -en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2-4). Y también en la primera epístola a los Corintios se encuentra reseñada su conocida afirmación de que: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9).

 

          Para analizar estas palabras de San Pablo, hay que ver el contexto en que fueron escritas. En el otoño del año 54, San Pablo se encontraba en Éfeso, y allí habían llegado unos misioneros cristianos, que no apoyándose en los evangelios, predicaban un cristianismo que lo basaban en sus supuestos o quizás reales experiencias místicas y éxtasis y mientras San Pablo tomaba por eje de su mensaje a los Evangelios, estos misioneros invocaban sus experiencias personales. Eran dos modelos distintos de apostolado y de predicación, tal como señala el P. Alvarez. Uno, el de San Pablo, basado en la teología de la cruz, es decir, en la muerte y resurrección de Jesús como ejemplo a seguir para salvar el mundo. El otro, el de los nuevos evangelizadores, basado en señales divinas obtenidas a través de experiencias y visiones celestiales. Éstos se sentían, así, superiores a Pablo, que sólo predicaba mensajes terrenos. Por eso se creían “superapóstoles”, como burlonamente los llama San Pablo en su carta (2Cor 11,5; 12,11). Los corintios, que eran de cultura griega, se sintieron atraídos por esta nueva prédica basada en fenómenos sobrenaturales, y les abrieron las puertas a los recién llegados (2Cor 11,4). Aceptaron gustosos su mensaje, y hasta despreciaron y ofendieron a San Pablo (2Cor 2,5; 7,12). Ante esta situación San Pablo se sintió herido, y decidió escribir una carta a la comunidad en duros términos, quizás la carta más ruda que haya escrito jamás, y que hoy se encuentra en 2Cor 1013. En ella, a los predicadores que discutían su título de apóstol y su Evangelio los trata de enanos ridículos que se creen gigantes, de mensajeros de satanás disfrazados, de locos, y de ladrones presumidos que desprecian a los demás.

 

        Continuando con el posible hastío o aburrimiento, tenemos que ver, que este necesita de tres factores para que este se produzca. El primero es la existencia del tiempo, siempre lo que inicialmente nos produce ilusión y deseo, a fuerza de hartarnos de lo que sea termina hastiándonos, pero en el cielo no existe el tiempo, funciona la eternidad, donde todo es siempre pasado, presente y futuro a un mismo tiempo. En segundo lugar, el hastío se produce en el mundo de la materia, pero nunca en el mundo del espíritu; no hace falta llegar al cielo para saber que a nadie que tenga una autentica vida espiritual, esta le aburre. En tercer lugar el hastío o aburrimiento nace en el ser humano cuando este agota todas las posibilidades que le ofrece el objeto o la situación que le aburre y tratándose de las cosas de de Dios, es imposible que esto ocurra, porque Dios es totalmente ilimitado en todo y nosotros que somos criaturas limitadas; jamás de los jamases podremos llegar, ni en la tierra ni en el cielo, lograr abarcar plenamente a Dios. Es disparatado y nadie puede pues pensar que la contemplación del rostro de Dios puede llegar a producir hastío.   

 

        El cielo que no espera es dos clases: el cielo esencial o fundamental cuya esencia es la contemplación del rostro de Dios y un cielo de segunda categoría, que consistirá en poderle dar satisfacción a todos nuestros deseos humanos no satisfechos. Por supuesto que se entiende de deseos lícitos. Las satisfacciones de este cielo de segunda categoría son muy inferiores a las que nos proporcionarán el cielo de primera categoría, pero hoy en día y con la mentalidad que tenemos, más interesante nos parece este cielo de segunda categoría que nos permitirá disponer de todo aquello que durante nuestro paso por la tierra anhelamos pero nunca llegamos a alcanzar. No es malo, aunque no perfecto, que pensemos en este cielo de segunda categoría y nos lo imaginemos si ello nos lleva a acercarnos más a Dios
 

         Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.


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