Sin mí nada podéis
por Juan del Carmelo
El título de esta glosa, es una frase pronunciada por nuestro Señor que figura en el Evangelio de San Juan. Como sabemos es el Evangelio de San Juan el que tiene el contenido más profundo y que además complementa a los otros tres denominados sinópticos. De acuerdo con la idea más aceptada, este Evangelio, nos dan una visión general de la doctrina presentándonos líneas esenciales de ella en forma más espiritual.
En el Evangelio de San Juan, podemos leer: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5). El análisis de este versículo, son muchas las reflexiones que podemos hacer sobre todo en la parte final que nos dice: “…porque separados de mí no podéis hacer nada”. La primera de todas las posibles reflexiones, es la de que en declaración que hace el Señor, subyace en sus palabras, una declaración de su propia divinidad. Porque solo Dios, que todo lo ha creado, que todo lo mantiene, que todo lo sabe y que todo lo controla, puede permitirse el lujo de asegurarnos a todos, que sin él nada podemos hacer, porque todo lo que ocurre en este mundo y en el universo entero, pasa por que Dios quiere o permite que pase. Y esta es una realidad que no acabamos de asimilar, porque siendo unas miserables criaturas insignificantes en el conjunto del universo por Dios creado, no creemos autosuficientes y geniales. Y lo que es peor porque nos creemos que con nuestra inteligencia, que es un facultad creada como todo por Dios, hemos logrado unos míseros avances en el orden material, muchas veces sacrificando, nuestra convicciones espirituales. Esto es como la hormiga que se cree que domina el mundo porque en una playa ha logrado desplazar un grano de arena. Issac Newton decía: “Lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos es un inmenso océano”.
La creación, no ya la de este pequeñísimo planeta de la estrella sol, denominado mundo, donde nos ubicamos materialmente, sino la del universo entero, rezuma la grandeza de Dios por los cuatro costados. Dios es un ser infinito e ilimitado en todas sus manifestaciones, y a mí personalmente como a otras varias personas, me resulta incomprensible, que empezando a tener conciencia de lo míseros e insignificantes que somos los seres humanos, Dios se preocupe tanto por nosotros y anhele nuestro amor, en la forma que lo desea. Y lo que es todavía más incomprensible, que nosotros se lo neguemos.
La segunda reflexión a la que nos lleva esta frase del Señor, es la de que efectivamente si no contamos con Él, nada podemos hacer porque solo por medio de la gracia divina que el generosamente nos otorga podemos llegar a conseguir algo. Puede ser que alguno pienso: Fulano está totalmente apartado de la gracia de Dios, ni siquiera piensa que Dios existe, y hay que ver el fortunón que ha levantado y la vida que se pega. Bien, para el que cree que lo importante es tener dinero y que el triunfo en la vida se encuentra en los bienes materiales, hay que recordarle la frase de Nuestro Señor: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?”. (Lc 9,24-25). Efectivamente Dios permite a determinadas personas que todo en sus vidas sean aciertos en el orden material, pero esto que por muchos puede ser entendido como una bendición de Dios a estas personas, más puede considerarse como, no diré una maldición, pero casi, casi. Los bienes materiales no nos acercan a Dios, todo lo contrario nos apartan de Él, pues estos ensoberbecen al que los consigue y la soberbia es la madre de todos los vicios. Más predispuesto está a la humildad, que es la madre de todas las virtudes, el pobre que el rico. Desde luego que existen excepciones a toda regla, pero la norma general nos dice que aunque la riqueza no sea un pasaporte para el infierno, tampoco la pobreza es un pasaporte para el cielo. Todo va en función de la actitud que uno tenga con respecto a las riquezas, pues se puede ser pobre de espíritu disponiendo de riquezas materiales, como también se puede tener en desmedida ambición por la tenencia de bienes materiales, no teniendo una gorda.
Pero sin apartarnos del tema, hemos de recalcar que sin la gracia de Dios nada podemos realizar, y desde luego, imposible ir al cielo. Todos sabemos que para ir al cielo hace falta vivir en la amistad con el Señor, y aceptar su amor, tratando de corresponder con nuestro escaso y pobre amor. Y si esto no lo llevamos a rajatabla y desgraciadamente nos apartamos de Él, basta con la confesión, que es el arrepentimiento y un simple acto de amor a Él, para reencontrarnos con su amistad, en el mismo punto en que la abandonamos. Todos hemos oído decir, que ni los condenados ni los demonios saldrán jamás del infierno pues este es para toda la eternidad. Pero también en mera hipótesis hemos oído decir que tanto los demonios como los humanos condenados, fuesen capaces de realizar un simple acto de arrepentimiento y de amor a Dios, podrían salir de esta situación. Y entonces uno se pregunta: ¿Y porque no lo hacen? Esta pregunta me la hice muchas veces antes de encontrar la respuesta. La respuesta está en la fuerza de la gracia, en que solo gracias a la fuerza de la gracia divina que Dios nos da nosotros podemos santificarnos. Son las palabras de Nuestro Señor que dan titulo a esta glosa: “separados de mí no podéis hacer nada”, y evidentemente los condenados y los demonios no disponen de la gracia de Dios, y sin ella les es imposible realizar un simple acto de amor a Dios, aparte de que el estado de odio, antítesis del amor, en el que se encuentran sumergidos les impide realizar cualquier manifestación de amor, inclusive entre ellos mismos, pues el odio con el que se relacionan es tremendo. Así como en el cielo existe entre los ángeles una jerarquía de amor, entre los demonios también hay jerarquía, pero es de odio.
Quiero terminar con una última reflexión, que viene al caso y que se encuentra en el Kempis. El autor de este libro Tomás Hemerken de Kempis, en el capítula 6 del libro III pone en boca del Señor, refiriéndose a la gracia divina, estas palabras: “Al gozar de esta gracia piensa cuán miserable y pobre sueles ser en los momentos en que careces de ella”. Sin ella nada podemos, roguemos pues al Señor, lo primero de todo antes de pedirle bienes materiales, que nunca nos falte su gracia.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.