Conducta humana y caridad
por Juan del Carmelo
La conducta, es como el espejo de cada uno, que nos identifica, ya que nos muestra nuestra propia imagen a nosotros mismos y a los demás. La conducta humana solo ha de tener un fin, cual es, el de cumplimentar del mandato de las divinas palabras: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt 5, 48).
Se puede leer en el DRAE, que la conducta es: “Porte o manera con que los hombres gobiernan su vida y dirigen sus acciones”. Y la pregunta que surge es: ¿Cómo se forma la conducta de los hombres? ¿Por qué criterios se rige esta? ¿Se puede modificar? ¿Cómo? Son estas preguntas y otras varias las que vamos a tratar de contestar, desde el ángulo que nos proporciona nuestro sentido común, marginando todo tipo de consideraciones científico sicológicas.
Primeramente, conviene que resaltemos la importancia que la conducta de cada persona tiene en sus relaciones con los demás, cosa esta, que es tan clara y evidente que a nadie se le escapa, ya que la conducta es lo que marca el comportamiento humano frente a las demás personas y frente a todo lo que le rodea a la persona sean estos, sean animales u objetos inanimados. Pero lo más importante a considerar es la conducta de cada persona en sus relaciones con Dios; naturalmente, si es que las quiere tener. Escribe el abad Boylan, diciendo que: “La regla de conducta, para el católico que quiere vivir la plenitud de su vida es buscar a Cristo y estar unido a Él, por la diaria oración lectura y meditación, por el uso frecuente de los sacramentos, especialmente el de la Santísima Eucaristía y por el cumplimiento de la voluntad de Dios. No es necesario un programa más elevado para alcanzar la santidad. Cualquiera de quien se pueda decir al final de su vida, “hizo la voluntad de Dios”, es perfecto”.
En la formación de la conducta intervienen una serie de factores y circunstancias que responde a otra serie de aforismos y principios básicos muy conocidos. Así tenemos el que nos dice, que: “Nuestra manera de vivir influencia nuestra manera de pensar”. También hemos de tener presente que la mente humana: “Fácilmente cree, aquello que ella desea”. También es importante el que nos dice que: “El que quiere hacer todo lo permitido, hará bien pronto lo que no lo está permitido, lo mismo que; el que no hace sino lo estrictamente obligatorio, bien pronto no lo hará esto completamente”. También tenemos otro muy conocido y extendido, que dice: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”.
Es decir, es necesaria la unidad de vida para no ser hipócritas y acomodar la verdad a nuestro capricho. A este respecto, San Agustín, como norma de conducta a observar, aconsejaba: “Procura que haya armonía entre tu lengua y tu vida, entre la boca y la conciencia, a fin de que no suceda que tus buenas palabras sean un testigo acusador de tu mala conducta”. También aconsejaba: “Si tu corazón se pega a la tierra, esto es, si en el obrar te propones como fin de tus actos, el ser visto de los hombres, ¿cómo puede ser puro lo que se contamina con cosas bajas?”. Y nos recomendaba no hacer algo, en razón de que todo el mundo lo hace, como que hoy en día es muy frecuente y un falso argumento que funciona, para satisfacción del maligno.
La conducta humana se empieza a formar a partir del acto humano, y es una cadena de eslabones, que comienza en la mente con el eslabón del deseo; este deseo creado se pone en funcionamiento para su realización este mediante el ejercicio de la voluntad, dando esto origen al acto humano. La suma de actos humanos crea la actividad y la repetición de una misma actividad, da origen al hábito que puede ser positivo (virtud) o negativo (vicio). El hábito, es pues, una forma de proceder constante en la persona, adquirida por una continua repetición de actos iguales. El valor del hábito o costumbre es muy grande en cuanto condiciona totalmente la conducta humana. La fuerza del hábito es enorme y su destrucción, si es que estamos frente a un hábito nefasto, es muy costosa. Quizás la fuerza del hábito radique en el dicho de que: “En esta vida, lo que muy fuerte entra muy fuerte sale y viceversa”. El hábito tanto el positivo como el negativo, entran siempre en el alma humana de una forma lenta y si aplicamos el refrán anterior, es mucho el tiempo que se necesita para desarraigarlo. En relación con este tema, de la fuerza de la inercia, que el hábito tiene en la conducta humana, ya en otra glosa hemos aludido al obispo Fulton Sheen que escribe: “Si tomo la pelota y la hago rodar por el piso, se moverá en una dirección, salvo que una fuerza superior la desvíe. Si esto se ejecuta una y otra vez, se producirá en el suelo una ranura o acanalamiento, en el sentido en el que rueda la pelota. Así también nuestras vidas quedan rápidamente acanaladas por el hábito (sea positivo o negativo). Rodarán por mera inercia, en esa misma dirección, del delito, la insensibilidad, la mediocridad, el vacío, la banalidad; salvo que una fuerza exterior modifique su dirección”.
El enderezamiento de la conducta humana, podemos parangonarlo, con la idea de un navío que partiendo de Valencia, por ejemplo, pone rumbo a Nápoles, no es suficiente con dirigir la proa una sola vez hacia esa ciudad, los marinos bien los saben, que las mareas, los vientos, las corrientes tienden a desviar el rumbo por lo que es necesario, para gobernar bien el barco, llevarlo de manera constante hacia su fin, hay que ir constantemente corrigiendo el rumbo y para ello hay un marino encargado, que es el timonel.
La caridad tiene un importante papel, en relación con las conductas humanas, puesto que nunca jamás nos es lícito reprobar a ninguna persona, por muchas razones que nos asistan para ello. Solo podemos reprobar la conducta de una persona, incluso odiar su conducta pecaminosa, pero nunca a la persona titular de esta conducta, pues ella es sagrada, en cuanto es amada por Dios, aunque esté y viva en pecado y alejada de la divina gracia. Recuerdo, en relación con este tema, el respeto de David al rey Saúl, porque era un ungido del Señor. El rey Saúl perseguía a David para matarlo. Una noche mientras dormía el rey Saúl, David lo tuvo en sus manos, pudo clavarle su lanza y acabar con él, que era su enemigo y le perseguía para matarle, pero lo respetó como persona sagrada que era, al ser un ungido del Señor, aunque su conducta persiguiendo a David fuera reprobable. Todo nuestro prójimo debe de ser para nosotros, ungidos del Señor.
En esto de distinguir entre la persona y su conducta, evidentemente que los santos, que han alcanzado ya un alto grado de perfección y unión con Cristo, siempre que miran, ven en los demás personas amadas por Dios, independiente de cuales quiera que sea la conducta de ellas. Los que no somos santos, tendemos siempre a mirar la conducta ajena, juzgarla, reprobarla, y unificarla con el titular de ella; no distinguimos en donde tendríamos que distinguir.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.