Deseos de no sufrir
por Juan del Carmelo
El deseo de no sufrir está generado en la mente humana, como es lo lógico, por el temor al sufrimiento. Desde todos los tiempos, el hombre frente al sufrimiento, se ha preguntado siempre: ¿Por qué? ¿Qué razón hay para venir a este mundo para sufrir? No existen respuestas inmediatas a estas cuestiones. La Madre Angélica, escribe: “Si buscas en el mundo la respuesta a la cuestión de porque sufrimos, volverás con las manos vacías”. El mundo no puede darte ninguna razón para nuestro sufrimiento. Por ello nos contentamos compadeciéndonos de nosotros mismos, dando puñetazos contra las paredes o desahogándonos con nuestros vecinos. Como colectivo, no llevamos muy bien nuestro sufrimiento. Por otro lado ponemos énfasis en el sufrimiento, pero no tenemos en cuenta los goces espirituales inclusive los materiales que honestamente nos puede proporcionar esta vida. Si todo fuese sufrimiento y nada más que sufrimiento, no se explicaría ese afán que tenemos de quedarnos para siempre aquí abajo.
El ser humano no quiere sufrir, a pesar de los beneficios que se obtienen del sufrimiento, beneficios estos que para muchos son ignorados, pues los encubre el temor al sufrimiento. Pero si es que se quiere alcanzar la felicidad para la que está creado sin sufrir, se olvida del viejo aforismo romano pagano que decía: “Per aspera ad astram”, por el sufrimiento se llega a las estrellas, aforismo este, que posteriormente fue cristianizado diciendo: “Per crucem ad lucem”, por la cruz se llega a la Luz; Esa Luz que nuestros ojos, por ahora, no pueden contemplar, porque a Dios nadie lo ha visto. Solo después de la muerte, cuando resucitemos con Cristo, si con Él hemos muerto, podremos alcanzar la visión de la Luz eterna.
Y para morir con Cristo, hemos de vivir con Él, aceptar los sufrimientos su carga y llevar nuestra cruz, y todo esto es necesario pasarlo, si es que queremos adquirir la vida eterna. Porque, como se puede leer en el Kempis: ¿Si no sufrimos, cómo mereceremos? ¿De dónde, si ninguna adversidad se te ofrece? No queremos sufrir, nos rebelamos frente al sufrimiento y ello es lo lógico, porque no estamos creados para sufrir, sino para ser eternamente felices, para ser plenamente felices en el amor a Dios, y hasta que esto no lo alcancemos, seguiremos sufriendo, porque este es el camino que nos lleva a la eterna felicidad, el de aceptar el sufrimiento y unirlo al que Nuestro Señor, que sin tener necesidad alguna de hacerlo y por amor a nosotros, padeció inmerecidamente, terribles sufrimientos en la cruz.
Si queremos alcanzar la vida eterna no tenemos otra opción, más que la de olvidarnos del deseo de no sufrir y coger el toro del sufrimiento por los cuernos, para sacarle provecho. El Señor, muy claramente nos dejo dicho: “…, si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. (Mt 16,24). No nos engañemos, el Señor, no dijo que recorrer el camino, fuese realizar siempre nuestro santo capricho entre rosas, goces y risas. Pero esto, tampoco quiere decir que el camino del Señor, sea un camino de dolor y sufrimiento. Es un camino de acercamiento a él, mirando su Cruz y uniendo nuestros sufrimientos y contrariedades, a su sufrimiento en la cruz. El sufrimiento humano, tiene el valor de ser una forma de compartir con Cristo sus sufrimientos, porque si queremos resucitar con Cristo, previamente hemos de vivir con Cristo, tomando cada uno su cruz y siguiéndolo, y pensando que si morimos con Él, con Él resucitaremos en la vida eterna. San Pablo escribía, en su epístola a los romanos: “Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros”. (Rom 8,18).
De todo esto se desprende, que el que sufre en unión con Cristo no solo recibe su fuerza, sino que completa más la pasión del Señor. Sufrir con Cristo encierra, una fuerza creadora y corredentora. Desde luego que es lícito desear no sufrir, y es lícito también luchar por no sufrir, pero es más perfecto aceptar el sufrimiento como regalo divino; que es lo que se denomina abrazar la cruz, porque precisamente nuestra victoria está en la Cruz, en la Cruz están las luminarias de la victoria de Jesucristo sobre la muerte. San Pablo escribe diciendo: “La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo!”. (1Co 15,51-57).
Si hay algo que el demonio odia, es la Cruz de Cristo, pues en la cruz fue donde Cristo le venció, nos redimió, salvó y sigue salvando a la humanidad. El demonio sabe muy bien que Cristo le venció en la cruz. Benedicto XVI cuando era cardenal Ratzinger, escribía: “No podemos vivir sin la Cruz, ella es el signo del triunfo de Cristo para nosotros, gracias a ella fuimos redimidos. Una entrega de la Iglesia al mundo que supusiera alejarla de la cruz no conduciría a su renovación, sino a su fin”. Abrazar la cruz, es aceptar gozosamente, lo males que nos sobrevengan por amor a Cristo. Aquellos que santifican el momento y lo ofrecen uniéndolo a la voluntad de Dios, nunca se frustran, nunca rezongan ni se quejan. Superan todos los obstáculos transformándolos en ocasiones de oración y canales de mérito. Las que eran restricciones se transforman así en oportunidades de crecimiento.
Abrazar la cruz, es dar cumplimiento a lo que dijo Nuestro Señor: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11,29).
El comprender la naturaleza del sufrimiento, el aceptarlo y el encauzarlo hacia Dios, no es una tarea fácil, solo en la medida en la que se vaya avanzando en el camino hacia Dios, esto se irá realizando poco a poco, como se realiza todo en el de orden espiritual, pudiendo llegarse al sublime grado de pedirle a Dios sufrimientos. No recuerdo que santo, lloraba cuando todo le salía bien, pues pensaba que Dios no le quería. Y el Santo Cura de Ars, decía: “La mayor cruz es no tener cruz”.
Sufrimiento mayor que el de la Virgen al pie de la cruz, no creo que haya habido mujer alguna en el mundo que lo haya soportado. Sólo hemos de cerrar los ojos, y pensar en el dolor que se expresa en esa talla de la Piedad de Miguel Ángel; la Virgen con su hijo ya muerto y descendido de la cruz, en sus brazos amorosos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.