El infierno como estado del alma
por Juan del Carmelo
Una inteligente y piadosa lectora me ha remitido un correo a propósito de la glosa titulada “Fuego en el infierno”, con unas acertadas consideraciones. Resumidamente diré que la pregunta que tanto ella como yo mismo, nos planteamos, es la cuestión de cómo tenemos que considerar el infierno: ¿Como tradicionalmente se viene considerando como un lugar?, o ¿se trata de un estado al que voluntariamente se ha sometido el alma condenada por no querer aceptar el amor de Dios?
Antes de continuar con este tema, quiero que recordemos que en materia de escatología, las Revelaciones de Nuestro Señor, son escasas, y todo lo que no viole el dogma declarado o no declarado, por estar claramente reseñado en la Biblia, es opinable. Bien es verdad, que existen revelaciones privadas de la Virgen sobre el tema del infierno, en las que ella parece mencionar un lugar más que un estado del alma, pero sin que de sus palabras, se pueda deducir una postura categórica. En un comentario a la glosa “Fuego en el infierno”, un lector a esta glosa, menciona las revelaciones de la Virgen de Fátima a los pastores portugueses, y también tenemos otras varias revelaciones particulares de la Virgen, no solo sobre el infierno sino también sobre el purgatorio.
Digamos, que este tema de si infierno es un lugar o un estado del condenado, toma entidad por unas afirmaciones de Juan Pablo II en una Audiencia suya a peregrinos el día 28 de julio de 1999. Si se desea conocer el texto íntegro del papa, este está recogido en la Web de la Santa sede. El Santo padre después de decirnos que el infierno es la última consecuencia del pecado. Nos dice que: “Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6). El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos”.
Más adelante después de recordarnos que también el Apocalipsis representa plásticamente al infierno como un “lago de fuego” donde serán lanzados los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una “segunda muerte”. Nos dice textualmente que: “Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría”. Estas palabras generaron en la prensa titulares tales como: “El papa ha dicho que el infierno no existe”.
Si meditamos lentamente las palabras de Juan Pablo II nos daremos cuenta de que realmente el pontífice no se apartó un ápice de la doctrina tradicional de la Iglesia que se puede ver el Catecismo de la Iglesia católica, en los parágrafos 1033 al 1037. No asegura tajantemente Juan Pablo II que el infierno no sea un lugar, sino que más importante es el “estado” que el “lugar”. Más importante serán los sufrimientos espirituales del condenado que los materiales, pues al ser el orden espiritual superior al orden material, tanto los goces como los sufrimientos de orden material será inferiores a los del orden espiritual, y entre todos los que le rodearán al condenado, se encuentra el más esencial de ellos la “pena de daño”, que es el verse privado de la Luz de Dios, el saber que jamás llegará a ver el rostro de Dios. Y este sufrimiento, es el más fundamental aunque ahora no podamos estimarlo así, porque no tenemos en cuenta que; todos somos criaturas creadas para un fin, para participar de la gloria de Dios, y ese fin, jamás lo alcanzará el condenado. Como sabemos son dos las clases de sufrimientos que soportará el condenado. El principal será la “Pena de daño” al que antes nos hemos referido como el sufrimiento mayor y la “Pena de sentido”, que hace referencia al fuego eterno que sufrirá en su cuerpo el condenado. En todo caso la naturaleza de este fuego será distinta a la del fuego que nosotros conocemos, entre otras razones porque será un fuego que nunca se consumirá.
Si juzgamos conforme a los criterios y conocimiento que tenemos los humanos, sabemos sin lugar a dudas que toda la materia, lo material necesita un espacio donde ubicarse, y a sensu contrario lo espiritual lo que carece de materia y de la visión de los ojos de nuestra cara, no necesita espacio para ubicarse. Si nuestra mente emite un pensamiento o una idea y no la manifestamos, nadie la conocerá salvo Dios y ella siempre flotará en el espacio y solo será conocida por Dios y por quién el disponga.
En el infierno habrá ángeles caídos y personas reprobadas o condenadas, pero en el caso de los ángeles condenados estos siguen siendo espíritus puros y como tales no necesitan un lugar para ubicarse. En la glosa “Fuego en el infierno”, transcribí con más detalle la entrevista entre el exorcista de la diócesis de Roma P. Mondrone y el demonio. En esta entrevista, l
Pero si la existencia del infierno como lugar, puede no ser necesaria para los demonios por carecer de cuerpo, si tendría que serlo para las almas condenadas desde el momento en que ellas también resucitarán tal como asegura el parágrafo 998 del Catecismo de la Iglesia católica, al decir este que: “¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2). Por lo tanto no es fácil querer eliminar absolutamente el infierno como un lugar, so pena de que Dios para el cual nada hay imposible, elimine la necesaria ubicación de la materia de los cuerpos de los condenados en el espacio.
De las palabras de Juan Pablo II no se deduce tampoco la inexistencia del infierno como lugar, ya que al emplear la frase, ”más que un lugar” y esta debe de entenderse, como que además de ser un lugar, es un estado y esto, el estado es lo más importante, ya que le proporciona al condenado una especial situación de sufrimiento.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.