Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Deseos humanos

por Juan del Carmelo

Nada ocurre en el mundo, ni existe obra de realización humana, que antes no se haya forjado en la mente de una persona, y esta haya transformado su deseo en un acto para su realización, poniendo su voluntad en marcha. Nosotros tenemos tres potencias: memoria, inteligencia y voluntad y las tres intervienen en la formación del acto humano, cuyo antecedente inmediato es el deseo. El deseo de obtener algo, sea un bien material o un bien espiritual, es el que pone en funcionamiento nuestra voluntad de actuación, para que se lleve a cabo la realización de un acto o los actos que sean necesarios ejecutar, para llegar a obtener el bien o lo que se desea.

 

El hombre es el auténtico rey de los deseos. El ser humano es un manojo de deseos, además de los deseos básicos que su instinto natural le determina, como a todo animal de la creación, la mente de hombre es una fábrica de deseos. Desde que nace e inclusive sin tener uso de razón, ya empieza a desear. En el ser humano recién nacido, sus deseos son siempre de carácter instintivo, pero en la medida en que su mente se va desarrollando, también se desarrolla su imaginación y sus pensamientos y estos son siempre la fuente de alimentación de los otros deseos, los no instintivos y más generalizado que llenarán toda su vida. Su actividad estará siempre orientada a conseguir la transformación de sus deseos, sean estos instintivos o elaborados, en realidades tangibles.

 

Dice el aforismo: “Ser es desear”. Podemos asegurar, aunque sea una redundancia, que el principal deseo de todo ser humano, es que se realicen todos sus deseos. El hombre nace vive y muere por sus deseos, por la transformación de todos sus deseos en realidades. Por supuesto que esto no lo logra nadie, nadie ha conseguido jamás ver satisfechos a lo largo de su vida todos sus deseos, entre otras razones porque la generación de deseos en el ser humano no tiene límites. El hombre en este mundo, es un ser insaciable. Un deseo satisfecho generará siempre a continuación el nacimiento de dos o tres deseos más. Esto se ve claramente sobre todo en el orden material, cuando en este orden, la persona humana logra realizar alguno de sus deseos, este deseo realizado siempre le crea una nueva necesidad a esta persona.

 

Dice también el aforismo, que: “Poseer bienes es tener problemas”. En el orden material, solo prescindiendo de deseos y necesidades, puede uno llegar a negarse a sí mismo y seguir a Cristo. No hay otro camino ni atajo posible. El apego humano a los bienes materiales o inmateriales no espirituales, que existen en esta vida, nos atan a este mundo y nos despegan del amor a Dios, que es el único camino sensatamente posible y realizable para todo ser humano.

 

La formación del deseo se realiza en la mente de la persona, la cual pone en marcha los recursos de que  dispone, y que se los suministra la memoria, que es el almacén donde se guardan las percepciones ya obtenidas con anterioridad por medio de los sentidos. La imaginación, la fantasía y las ilusiones, son los productos que la mente elabora con los materiales que tiene en su memoria. Todo lo anterior es la base que le sirve a la mente, primeramente para la elaboración de los pensamientos y después para pasar desde estos a la fase del deseo.

 

Los deseos en atención a su naturaleza, pueden ser generados en la mente humana de cuatro distintas formas: con claras e inmediatas posibilidades de realización, con claras posibilidades de realización en el futuro, con dudosas posibilidades de realización ahora o en el futuro y por último, sin ninguna posibilidad de realización. En este último supuesto, estamos frente a la figura de un sueño o fantasía de la mente, creada por el trabajo de la imaginación. Realmente lo que nos interesa aquí son los tres primeros supuestos. En el primero de ellos, si se ha generado un deseo con la absoluta convicción de que este es plenamente realizable de inmediato y si luego resulta que la realización no se lleva a cabo, nace la figura del la frustración, la cual merece una glosa aparte.

 

  En el supuesto de que el deseo nazca con claras posibilidades de realización en el futuro, el deseo quedará archivado en situación de espera y puede ocurrir que cuando ese futuro llegue, la realización del deseo carezca ya de interés para la persona, en cuya mente se generó. Si por el contrario, resulta que esta persona sigue interesada en la realización de este deseo y este no se realiza por las razones que sean, estaremos también frente a un caso de  frustración. Por último si el deseo generado es de dudosa  posibilidad de realización, si esta no se realiza en general no se crea frustración, pues esta persona ya preveía la posibilidad de que su deseo no se pudiese realizar.

Hay quienes aseguran que el deseo es la fuente del sufrimiento. Pero esta afirmación, no es exactamente cierta, si es que se enuncia con carácter rotundo, pues no todos los deseos son irrealizables, ni la no realización de muchos de ellos, produce sufrimiento, frustración o dolor. Por otro lado, hay que tener presente que los deseos no son todos de la misma categoría. Esencialmente, los hay lícitos e ilícitos, materiales y espirituales y de otras categorías que aquí no son de caso. La diferencia esencial entre los deseos de carácter espiritual en relación a los de carácter material, es que los espirituales siempre conllevan la idea de eternidad, mientras que los materiales, no pueden durar más allá del término de la vida del sujeto que desea, así que más que de deseos de orden material, podríamos hablar de deseos temporales, porque los materiales son siempre temporales.

 

La no obtención de deseos en la mayoría, es una circunstancia que se da en los deseos de orden material, puesto que cuando se trata de deseos de orden espiritual y concretamente aquellos que nacen engendrados por el amor a Dios, podemos asegurar categóricamente, que podrá ser cuestión de tiempo, pero siempre se realizan. Esta última clase de deseos, nacen en la persona, cuando son infundidos por Dios en el corazón del hombre. Y como asegura San Juan de la Cruz: “Cuando Dios infunde un deseo en el corazón del hombre, es señal de que quiere otorgarle esta gracia, porque Dios no hace desear nada que no quiera darnos”. Este será siempre el mejor motor que nos empujará a la realización de nuestros deseos, si es que estos están de acuerdo con la divina voluntad: las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo.

 

Dentro del tema de los deseos de orden espiritual, no podemos pasar de decir que la actividad demoniaca es siempre muy intensa. El enemigo, nos procura muchas veces grandes deseos; de objetivos ausentes y que no se presentarán jamás, para divertir o tratar de desviar nuestro espíritu de los objetos presentes, en los cuales por pequeños que sean, nos podríamos aprovechar mucho. Es decir, dicho en términos más vulgares, cuando el demonio ve que un alma paulatinamente y sin grandes acciones, a través de los pequeños sucesos y contradicciones del día, pasa a paso se está santificando y se va acercando más a Dios, excita el afán de protagonismo, la vanidad y en definitiva el orgullo humano, proponiéndole la ejecución de grandes obras, que más directamente la lleven a ella una mayor gloria en Dios – y decimos “en Dios”, no “de Dios”- ya que el maligno sabe, que lo que propone es irrealizable para esa alma, pero así él, la aparta del camino de perseverancia y humildad que esta alma estaba llevando para acercarse a Dios.

 

Creo que dentro de unos dos meses, podrá salir publicado un libro mío que estoy terminando y que lleva por título precisamente “Los deseos humanos”. Alguno de los pensamientos y párrafos de esta glos están sacados de este libro.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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