El juego y la fuerza de las tres virtudes.
por Juan del Carmelo
Al leer este título, el lector habrá comprendido de inmediato que nos vamos a referir a las tres virtudes cardinales o fundamentales, donde se apoya todo el juego del desarrollo de nuestra vida espiritual. Estas virtudes, es decir la fuerza y el desarrollo que estas virtudes tengan en un alma humana, determinan el nivel de vida interior o espiritual de esa alma encerrada en un cuerpo humano. Y aclaro.
En relación al término de encierro del alma en el cuerpo, quiero contarles una historia: El otro día en una conversación con personas amigas, en los desayunos que muchos días tomamos juntos después de misa, una joven abuela saco la conversación de unos reiterados sueños que ella explicó que tiene, soñando tener reiteradamente la sensación de volar, para ella era una agradable sensación. Para gran sorpresa de los contertulios, todos manifestaron que con más o menos frecuencia también ellos tenían esta sensación, de la cual personalmente yo también he participado. Por supuesto que no soy un experto en interpretaciones de sueños, y supongo que es posible que exista una explicación científica, pero en todo caso yo pensé que muy bien esto podría ser una manifestación del deseo que tienen las almas en las personas que viven en gracia de Dios, de elevarse al Señor, en contraposición del deseo que nuestros cuerpos tienen de apegarse a este mundo y si fuera posible quedarse para siempre en él.
Pero entrando el tema de las tres virtudes, creo que en más de una glosa he puesto de manifiesto el hecho de que ellas tres son inseparables y crecen y decrecen en un alma siempre al unísono, resultaría absurdo, por ejemplo, decir que no se tiene fe pero si mucho amor a Dios, nadie puede amar algo en lo que no se cree que exista, o decir que se tiene una gran esperanza de alcanzar el cielo, si no se cree en la existencia de Dios.
En el alma humana, la vida espiritual, es un algo totalmente dinámico, cabe el estatismo. Aquel que no crece en el desarrollo de su vida espiritual, está decreciendo. Esto es una guerra en la que no hay frentes estabilizados, o se avanza o se retrocede, porque nuestro enemigo el maligno, a nadie le da tregua y a nadie le deja en paz, salvo aquellos casos de almas que ya las considera tan suyas que no las acosa con el ímpetu y la fuerza que emplea con aquellas otras almas que ve que se le van, y lo que es peor, que desde su punto de vista ve que el ejemplo y las ideas de estas almas le están haciendo la “pascua”.
Continuamente, estamos viendo a nuestro alrededor, sobre todo en personas de más edad, el tema de la depresión. Médicos y sicólogos se ocupan denodadamente de estos casos. Son personas que carecen de horizonte, pero si observamos, vemos que esta es una enfermedad que no se da en la juventud. Los jóvenes están pletóricos de proyectos e ilusiones, son optimistas por naturaleza, piensa en su porvenir y lo ven todo de color de rosa. Cuando avanzan los años empiezan a quebrarse sus proyectos e ilusiones de juventud. Rara es la persona que ha llegado más lejos de lo que un día soñó con poder alcanzar. Y cuando ve que el tiempo se le agota, llega la época de las depresiones. Pero se ha tenido la preocupación de crecer en el orden espiritual, las ilusiones mundanas y terrenales de la juventud, han ido poco a poco madurando y transformándose y recogiéndose dentro de la que conocemos como virtud de la Esperanza. Las ilusiones terrenas han sido sustituidas por las ilusiones celestiales.
Mientras hay vida, existe la posibilidad de fomentar la virtud de la Esperanza, os aseguro que ella, siempre nos hará más felices los últimos años de nuestra vida, que la perdida felicidad de la juventud. El fomento de esta virtud como ya hemos dicho, irá unido al fomento de sus dos compañeras y el fomento de las tres solo se consigue con la oración incesante; “… conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18, 1).y con la obtención de la gracia por los canales de suministro, que son los sacramentes, porque en frase del Señor: “… porque al que tiene se le dará y abundara; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitara, y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes”. (Mt 25,29-30).
Todos conocemos el episodio de los discípulos de Emaus. Después de haber abrazado con ardor ilusión y esperanza, la doctrina de Jesús, todo se le vino abajo cuando vieron morir en la forma más infamante existente, clavado en una cruz a su Maestro, y de paso a sus enseñanzas, y lo que era más fundamental, sus esperanzas. Así derrotados y sumidos en la desolación, en la tristeza, y en la desesperanza, caminaban Cleofás y su compañero camino de Emaús. En un recodo del camino se encuentran con un extraño, ellos no reconocieron al Maestro, y así siempre ocurre, cuando el Señor irrumpe en nuestras vidas, al principio no le reconocemos, es necesario recorrer un trecho del camino y que por un signo el se nos haga presente, y cuando esto ocurre, la desesperanza, se nos convierte en triunfal alegría de Esperanza. Es la virtud de la Esperanza, la que nos mantiene vivos, la que nos impulsa a seguir caminando, a saber que cuando todo se hunde a nuestro alrededor, el Señor siempre está a nuestro lado y que Él nunca nos defraudará.
El ejercicio de imaginación pensando y meditando acerca de lo que nos esperará allí arriba, es muy saludable para el fomento de nuestra propia virtud de la Esperanza. En una glosa anterior a esta, rozamos este tema al escribir sobre las cualidades del cuerpo glorioso y apuntábamos el tema de lo que será cielo esencial y el del cielo accidental, tema este, al que tendremos dedicarle una futura glosa.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.