Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Fuego en el infierno

por Juan del Carmelo

De entrada hay que destacar, que el que se auto condene para ir al infierno, su mayor tormento no será el fuego si este existe tal como nosotros lo concebimos, cosa que no creo probable, sino la pena de estar condenados a no ver el rostro de Dios. Otra anotación que quiero hacer antes de seguir escribiendo y que me aticen una serie de comentarios inadecuados, muchas veces escritos por lectores que lo que desean, es poner su guinda al pastel; que en materia escatológica, salvo muy contadas realidades incontestables como pueden ser la existencia del demonio o de los demonios, y la del infierno, la mayoría de las veces lo que se manejan son hipótesis más o menos fundadas.

 

Decíamos que la mayor tragedia del que se condena es la de verse privado para la eternidad, de la visión del rostro de Dios, y esto es así por dos razones básicas. La primera es el hecho de que todos y cada uno de nosotros, hemos sido creados precisamente para la gloria de Dios y en ella está la posibilidad de que saciemos esa ansía de felicidad, ansía esta que ningún ser humano logra saciar en este mundo. La segunda razón, es que al encontrarse el orden espiritual, muy por encima del orden material, tanto los goces como los sufrimientos del orden espiritual están también muy por encima de los goces y los sufrimientos del orden material. Visto desde aquí abajo, y teniendo en cuenta lo materializado que estamos, nosotros nos creemos que el fuego, un fuego que nunca se acaba y no consume, tal como tradicionalmente se suele presentar el fuego que atormenta a los condenados, puede ser lo más terrible que nos puede suceder y sin embargo este teórico fuego sea cual sea la forma en que exista, no será en la forma que nosotros lo concebimos y tampoco será lo más terrible que tenga que soportar un reprobado.

 

Más de uno pensará, que el Señor habló de fuego en los evangelios y así fue. Pero cabe preguntarse hasta que punto empleo el Señor este término en sentido simbológico. Efectivamente, entre el antiguo y el nuevo Testamento la palabra “fuego”, se emplea 492 veces, de ellas 419 en el A.T. y 73 en el N.T. y en muchas de ellas hay un claro simbologísmo, como es el caso del Apocalipsis, en el que el término “fuego” se emplea 25 veces, más de un tercio del total de la 73 veces totales de las cuales 27 corresponden a los cuatro Evangelios, siendo de destacar que en el Evangelio de San Juan, solo se emplea la palabra fuego una vez (Jn 15,6).

 

En el N.T. se emplea 11 veces el término “gehena” y también se habla del fuego de la gehena. La gehena era un lugar situado en el valle o barranco del Hinon al sur de Jerusalén, donde primeramente los antiguos cananeos antes de los judíos, ofrecían sacrificios al dios Moloch, quemando vivos a sus hijos. Más tarde los judíos en este lugar quemaban las basuras de la ciudad de Jerusalén y metafóricamente,  identificaban este lugar como la entrada al mundo del castigo en la vida futura. La tradición judeo- cristiana también empleaba el término “gehena” como símbolo del infierno. La gehena es un lugar en donde el alma y el cuerpo se podrían destruir (Mt 10,28), es el fuego que no se apaga (Mc 9,43)

  

Dominico Mondrone S.I. es un exorcista de la diócesis de Roma, que un día tuvo la idea de que sería bueno entrevistar al demonio, y la Virgen le concedió ese privilegio. Y un día estando en su despacho, escuchó la voz del demonio que se le presentaba de mala gana, pues había recibido la orden de la Virgen de someterse a una entrevista con él. De esta entrevista narrada por el P. Mondrone, me impresionaron muchas cosas, pero viene aquí a cuento destacar aquí, una afirmación del demonio, que pone de manifiesto que lo del fuego no le preocupaba mucho, porque son los tormentos espirituales muy superiores a los materiales. Transcribo del citado libro.

 

Le manifiesta el demonio: “Después de habernos expulsados de su paraíso, se ha vengado destinando a nuestro estado a los seres más nauseabundos, vosotros los hombres, un amasijo de espíritu y de sucia materia. Ha hecho de vosotros un objeto de su amor infinito. Va mendigando de vosotros el amor que nosotros le habíamos rechazado. El amor por vosotros le ha hecho cometer locuras, hasta humillar al Hijo en el vientre de una mujer. Tiene la ambición de ocupar con vosotros los puestos que nosotros hemos dejado vacíos. Pero antes de que logre esto, llenaremos nuestro infierno con vosotros los hombres. La venganza que no podemos realizar sobre Él, la haremos con vosotros“.

 

Le pregunta el P. Mondrone: En el nombre de María, dime de dónde vienes. "Tu pregunta es estúpida”. ¿Por qué estúpida?  "Porque yo no estoy en ningún sitio, no soy un cuerpo, una carroña como tú; soy espíritu”. ¿Y el infierno?”. “El infierno no es un lugar, no es un campo de concentración o un estanque de fuego, como vosotros pretenciosos lo vais describiendo. El infierno soy yo. Somos cada uno de nosotros. Es un estado." ¿Pero entre vosotros, espíritus condenados, os conocéis? “¿Por qué no? Nos conocemos, nos odiamos, como os odiamos a vosotros marmotas, como odiamos a Él, vivimos encerrados cada uno en una soledad eterna, pero estamos de acuerdo en trabajar para daño vuestro". No vivís nada más que para esto. “Nuestra esencia es el mal, es el rechazo de Él, es odiar todo y a todos”. ¡La única miserable satisfacción que os queda! “¡No es ninguna satisfacción!“. ¡No comprendo, explícate! “Vosotros imagináis que odiar para nosotros, es hacer el mal, destruir las obras de Él, sea una satisfacción, una especie de consuelo, una alegría. También esto nos lo ha negado nuestro enemigo. Nosotros hacemos el mal por el mal. Atravesar el diseño de Él, arrancarle almas, especialmente aquellas que son más queridas para Él, no nos procura ninguna satisfacción, incluso Él nos lo hace pesar como si fuera un castigo; pero ejercitar nuestro odio, nuestra naturaleza maligna es una necesidad, aunque obremos a su despecho, para hacer el mal a sus criaturas”.


           Es decir, pone de manifiesto el demonio, que el infierno como lugar es inexistente, que es un estado de un espíritu puro cual el es. En nuestro caso también será el estado de nuestra alma, y tratándose de espíritus estos no precisan una ubicación material. También con referencia al cielo Juan Pablo II en el aula  Pablo VI en el vaticano donde se impartía una catequesis, manifestó:
El cielo existe, dijo, pero no es un lugar físico donde localizar a Dios. "El cielo descrito con tantas imágenes en las Escrituras no es una abstracción entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios".

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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