1932. La muerte de uno de los incendiarios de iglesias en Málaga

Encontré este relato, como tantos que descansan en la hemeroteca, en El Castellano de Toledo del 25 de julio de 1932. Ha pasado más de un año de la llamada QUEMA DE CONVENTO, el 11 de mayo de 1931 [Sobre estas líneas, las autoridades tras el incendio en la parroquia de San Pedro Apóstol de Málaga]. La noticia la toma a su vez el periodico toledano del Correo de Tortosa, donde aparece originariamente publicado. Lleva por título

LA MUERTE DE UNO DE LOS DIRECTORES DE LOS INCENDIOS DE IGLESIAS Y CONVENTOS EN MÁLAGA

El hecho en sí encierra una importancia tan grande, que no hemos reparado en trasladar a las columnas de este diario el suceso que durante algunos días fue el tema de todas las conversaciones en Málaga.

Trátase del joven ferroviario Faura, perteneciente a la sección de los andaluces, el cual había recibido durante su niñez una esmerada educación cristiana, inculcada por sus buenísimos padres y profesores; pero el hombre, llegado al dominio de sus facultades, se rebeló contra los principios básicos de nuestra religión, animado e imbuido por el espíritu revolucionario y ya no tuvo inconveniente en figurar en las avanzadas del terrorismo.

Llegado aquel luctuoso momento en que se desató la fiera humana de corazón y de sentimientos, fue uno de los más activos agentes, ya que figuró en las avanzadas, dirigiendo personalmente la profanación y quema de iglesias y comunidades religiosas, que, como todo el mundo sabe, batió el récord de la más espantosa brutalidad.

Hace pocos meses este joven, de complexión robusta, se sintió repentinamente indispuesto, apareciendo en todo su cuerpo una gran ulceración, que hizo precisa la intervención médica. Fueron llamados tres médicos, cuyos nombres me reservo, ya que no es propicio darlos en estos momentos a la publicidad, para que se hicieran cargo del enfermo. Estos señores habían figurado en las avanzadas, y según mis noticias, siguen sosteniendo idénticas ideas; pero al notar que el paciente de referencia no mejoraba en su dolencia, sino todo lo contrario, desistieron de seguir tratando al enfermo, abandonándolo por no encontrar los medios en la ciencia para combatir aquel extraño mal.

En esta situación tomaron acuerdos sus familiares, compuestos de su cristiana madre y hermana, de solicitar los servicios de un conocido médico, muy católico por cierto, el cual, conocedor hasta los más insignificantes pormenores, se personó en aquel hogar, haciéndose cargo de aquel cuerpo minado por su terrible dolencia.

No tardaron mucho tiempo en conocer los efectos de aquella acertada intervención.  Tan pronto el enfermo se encontró en condiciones e iluminado por la gracia de Cristo, él mismo pidió le confesara un sacerdote, ¡un jesuita!, y se le administraron los Santos Sacramentos, que recibió con un gran fervor y arrepentimiento de todos su errores. Su gran herida empezó a cicatrizar, hasta que se concibieron esperanzas de poderlo salvar de las garras de la muerte. Pero he aquí que los tres mencionados médicos de extrema izquierda se enteran de aquel extraño cambio, y acuden presurosos a casa del enfermo, cuya puerta es franqueada por su hermana; pero al llegar a la cabecera de aquel que les había servido de instrumento hacía un año, había dejado de existir, después de haber reparado sus faltas, suceso que sorprendió a todos, dado que el enfermo había entrado en periodo de franca convalecencia.

Todo cuanto dejamos relatado no es a modo de cuento, sino la sinceridad de este caso, ocurrido en la que fue bella ciudad de Málaga, muy recientemente.

Sobre estas líneas, numerosas personas presencian el incendio de Santo Domingo en la ciudad de Málaga. En 2013 ya colgué toda la información:

Málaga, 11 y 12 de mayo de 1931 - ReL (religionenlibertad.com)