Calumnia y difamación
por Juan del Carmelo
En el orden espiritual al igual que en el orden civil, tanto la calumnia como la difamación constituyen una ofensa a Dios en un caso y en el otro, un delito tipificado en el código penal. Aquí más nos interesa poner de relieve la poca importancia que le damos a estas dos ofensas que se le hacen a Dios, pues si ofendemos a una de sus criaturas, es al final a Él, al que estamos ofendiendo.
En el libro de los Proverbios se puede leer: “Más vale buen nombre que muchas riquezas, y mejor es favor que plata y oro.”(Pr 22,1). Y también en el A. T. podemos encontrar alusiones al bien del la honra, que puede ser robada por la calumnia y la difamación. Así tenemos que en Eclesiástico se nos dice: “Preocúpate de tu nombre, que eso te queda, más que mil grandes tesoros de oro”. (Ecl 41,12). Y el apóstol Santiago en su epístola, también alude al tema de la difamación y de la calumnia cuando nos dice: “No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley y juzga a la Ley; y si juzgas a la Ley, ya no eres un cumplidor de la Ley, sino un juez.”. (Sant 4,11).
Nuestra honra y la honra de los demás es un gran bien, que como todo bien puede ser objeto de robo o de destrucción, porque no solo los bienes materiales pueden robarse o destruirse, sino también los espirituales. Cuando una persona difama o calumnia generalmente lo que trata es de dañar al calumniado o difamado, aunque también son muchas las veces, que solo los que calumnian o difaman, solo se mueven por el afán de dar noticias o hacer ver a los demás que uno está bien informado que los demás. Al final un simple afán de protagonismo que nos induce a ofender a Dios.
La diferencia entre la difamación y la calumnia, es bien conocida por todos. La calumnia es una doble ofensa a Dios, pues se trata de una difamación o detracción de la honra de otro utilizando la mentira, pero aunque sea verdad lo que se desparrama, a nadie le es lícito quitarle la buena fama a otro, aunque ese otro no se merezca tener la fama de que goza. Nuestro afán de notoriedad nos lleva a lo que se denomina la crítica; criticar para muchos y sobre todo para muchas, es una obsesión. Se nos habla de las virtudes o del elevado estatus económico-social de alguien, y sea por envidia u otro vicio, inmediatamente tratamos de hundir a la persona que sea, contando y dándole aíre a las miserias que de esta persona conocemos, o a los procedimientos que esta haya empleado para obtener lo que tiene. Y a esto lo denominamos crítica constructiva, y nos justificamos al hacerla diciéndonos, que es para prevenir a los demás, de los métodos que a nuestro juicio el difamado ha empleado en adquirir su fortuna y el estatus social que esta le ha proporcionado.
Desgraciadamente estamos siendo testigos de continuas posibles calumnias y desde luego reales difamaciones, sobre todo sobre personas consideradas famosas en el orden social. En revistas, publicaciones y programas de la radio y de la televisión, podemos oír o contemplar el espectáculo, donde unos profesionales, ellos y ellas, se dedican a despellejar a sus víctimas, que la sientan frente al conjunto de “despellejadores”, dirigido por un llamado moderador, que más parece ser un animador del lamentable espectáculo que nos ofrecen, en el cual el “despellejado”, un famoso o famosillo a dos velas, se presta a este juego, suponemos que por haber mediado un suculento pago por su intervención en el programa. Los profesionales de estos programas y noticias se justifican diciendo que al tratarse de personas de notoriedad pública, sus vidas íntimas, por no decir sus miserias, pueden airearse a los cuatro vientos. Quizás lo lamentable y la responsabilidad de todos estos espectáculos, no se encuentre mayoritariamente entre los “despellejadores” y los que se prestan a ser despellejados por dinero, sino en el público que alimenta y da vida a estos espectáculos, que más parecen nuevos circos romanos, en que la víctimas, no son despedazadas en sus carnes pero si en su honra, y las nuevas fieras, son los que llam0 “despellejadores”.
Pero la difamación y la calumnia, no solo afectan o puede afectar a las personas sino también a las instituciones y sociedades. Si se desparrama un “bulo”, como vulgarmente se dice, sobre una determinada sociedad o producto que fabrica esa sociedad, estamos robándole a esta sociedad su buen nombre y hacer, lo cual repercute en su gestión y cuentas de resultados. La difamación y la calumnia, se han convertido hoy en día en un arma de propaganda en el aspecto comercial y sin ningún reparo unas empresas acusan a su competidora de falsas propiedades dañinas de los productos que esta vende. Es esta, una nueva faceta muy extendida de la difamación y de la calumnia. Desgraciadamente se ha perdido el sentido de estas dos clases de ofensas al Señor, y en mayor o menor cuantía todos somos culpables, porque si nos dijesen: El que esté libre de crítica porque nunca haya criticado a nadie, que tire la primera piedra. Creo que el criticado se quedaría solo.
La conducta que ha de observar un cristiano católico, la resume muy escuetamente San Josemaría Escrivá en su libro Camino, que en uno de sus puntos, concretamente en el 443, dice: “Habla bien de todo el mundo, y si no puedes cállate”. En términos similares se manifestaba Luis de Blois “Blosio”, cuando escribía: “En el hablar has de ser muy recatado, honesto, irreprensible y muy comedido…, en el día del juicio han de dar cuenta los hombres de toda palabra ociosa que hablaren Huye también de ser duro y mordaz en tus palabras. Abomina el vicio de la murmuración y la maledicencia”. Tengamos siempre muy en cuenta las `palabras de Nuestro Señor cuando dijo: "Raza de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado”. (Mt 12,34-37).
Pero no ha de parar aquí la conducta que se ha de observar sujetando debidamente nuestra lengua, ya que existen ocasiones en las que conociendo la realidad de lo que otro está diciendo, aunque sea sin ánimo ofensivo, se ha de salir al paso de la calumnia o de la difamación que se está efectuando sobre el honor o la honra de un tercero. San Bernardo decía: “Si es necesario que se murmure, prefiero sea contra mí, que no contra Dios”.
Y si resulta que somos nosotros mismos la víctima de la difamación o de la calumnia tenemos que acordarnos del consejo de Nuestro Señor que nos dijo: "¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas. “Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames”. (Lc 6,27-30).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.