El hombre que sabía pedir
Vivía en el plácido territorio agnóstico. Pero el suelo se hundió bajo sus pies con la misma rapidez con la que murió su padre. Aunque no fue su primer cadáver. Primero, un abuelo; luego, otro; la entrañable Anselma, infartada en la Maternidad, qué ironía; el hijo cianótico; una abuela; un amigo obrero; y otro. Un amigo empresario. Y otro.
Y su padre.
El derrumbe se detuvo ante la barrera obstinada del alcohol. Sin embargo, cedió. Y conoció casi todas las angustias y muchos miedos. Volvió asustado y frágil a la Casa del Padre. La noche oscura del alma y la profunda melancolía. Y la luz deslumbrante. Cegado se lanzó a apostolados imposibles. Cedió. El alcohol. La luz se insinuó está vez en voz baja. Devoró lecturas espirituales que entiende ahora. Un poco. Oscureció de nuevo. Los ecos de un triunfo. La caída, más dura será la caída. La ruina. Más muertes: amigos, conocidos. Empezó a sentir que había enterrado a muchos. El abismo, siempre ahí, de la depresión.
Y se fue conformando a golpes con la Voluntad del Padre.
Intentó la fuga. Pero ¿a dónde iría? Globos del demonio con forma angélica. El diablo se le vistió de luz: obsesión demoníaca. Años... Y cuando no pudo más, la luz, el rayo cayó por tercera vez. Y le fue dado ver toda la suciedad de la habitación de su alma, con pelos y señales. "Una gracia enorme", le dijeron. Curiosamente, no se aterrorizó ante el espectáculo: lo vio NORMAL. Humano. Y supo que la Misericordia del buen Dios está a años luz del pecado de los hombres. Sorpresa. Aprendió a pedir porque no quería darle a Jesús el disgusto de no verse en el Cielo, el latigazo de no abrazarse. No, eso no.
De modo que, se dijo, haz lo que sea pero que yo vaya al Cielo y toda mi familia también. Y el Señor se apiadó de él y le envío no uno, dos cánceres. Y él explotaba de alegría. ¡Sufrir con Cristo! ¡Dios mío, qué regalo! Luego le pidió un corazón humilde. Y Dios rápidamente le envió humillaciones, dolorosas, ordinarias, sin pena ni gloria ni queja posible. ¿Quién era él para quejarse?
Y ya no pidió nada y se dejó mecer en la Santísima Voluntad del Padre. ¿Quién era él para pedir? Bueno, pidió ser un poquito víctima del Amor, solo un poco. Y el Señor lo escuchó y le agravó uno de los cánceres y le envió otro par de humillaciones y unas caídas miserables, porque notó que crecía en aquel hijo suyo, tan amado, una nueva raíz del Gran Pecado.
Y así está el hombre que sabe pedir. No se hace ilusiones. Sabe que la Cruz siempre se lleva mal: Jesús cayó tres veces bajo el peso de la suya. Y Teresita y Bernardita sufrieron lo que no puede decirse. Por eso De Lubac dijo: "Cuando se sufre de veras, se sufre mal".
Pero el hombre que sabe pedir, nada pide. Se ciñe al Padrenuestro y agradece la flor en el asfalto y pasear por las tardes... Mientras pueda.
Paz y Bien, hermanos.