«Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria» Lc 21, 27
REFLEXIÓN DOMINGO I DE ADVIENTO
«Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria»
Lc 21, 27
Queridos hermanos:
Feliz nuevo año litúrgico feliz Adviento que anuncia que la llegada del Mesías. El domingo pasado la Palabra nos decía: “mi reino no es de este mundo”. Hermanos, este mundo pasa, al igual que nosotros, por eso en la primera lectura tomada del profeta Jeremías el Señor nos invita a volver a la casa de Israel y a la casa de Judá. Vendrá el Mesías, Jesucristo, “que hará justicia y derecho en la tierra”, y salvará a Judá y a Jerusalén. Él es nuestra justicia, el Señor, por eso ánimo hermanos y pedid al Señor que este año esté lleno de bendiciones, es decir, que podamos amar y podamos tener misericordia con los demás hermanos.
Por eso respondemos con el Salmo 24: “A ti, Señor, levanto mi alma”, es decir, levanto el ser que tengo dentro de mí. El Señor nos conoce, conoce nuestro barro y nuestra vida, “el Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores”, nos enseña el camino a nosotros, que es escrutar las escrituras y ponerlas en práctica. “Hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”.
La segunda palabra que nos da la Iglesia es de San Pablo a los Tesalonicenses. Dice San Pablo: “Hermanos, que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos”, para que cuando Jesús sea nuestro Señor vuelva nuestra túnica como la de los santos, por eso hermanos la santidad es caminar con el amor de Dios, siendo humildes.
El Evangelio de San Lucas dice que en aquel tiempo Jesús se dirigió a discípulos: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje”. Bien hermanos, eso es lo que estamos atravesando en estos días: un tiempo de oleajes donde parece que se hunde todo y ¿qué es lo que permanece? “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. El Señor, hermanos, nos invita a experimentar la liberación de nuestros conflictos y de nuestros problemas; y ¿cómo nos libera? introduciéndose en el corazón del hombre, “tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”. Estemos atentos, hermanos, el afán del dinero destruye nuestro ser, igual que la prepotencia, el orgullo, la soberbia, el querer triunfar en esta vida. Jesús nos invita a no afanarnos en las cosas de este mundo, lo que nos ofrece el Señor es la paz y, en el corazón, la alegría inmensa. “Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”. Despertemos, hermanos, de nuestras preocupaciones, de nuestro orgullo, de nuestra soberbia, despertemos de nuestra dormición que nos tiene atados a los ídolos de este mundo. Ánimo hermanos, les invito en este tiempo de adviento que comienza a despojarnos de este hombre viejo. En estas tres primeras semanas contemplaremos a Jesucristo que viene lleno de poder y esplendoroso, porque ha vencido la muerte y todo aquello que nos mata, y eso es lo que nos quiere dar a nosotros, que experimentemos la alegría y la paz. Que el Señor, que es rico en misericordia, os llene de alegría y de paz para que cuando venga, habite en nuestro corazón, en nuestra familia y nos libere de nuestros conflictos. Que el Señor que os ama a todos nos dé las gracias y nos cuide.
¡Feliz Tiempo de Adviento!
+ Con mi bendición.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao