Descansa en paz, Miguel

Artículo publicado por la revista digital SIEMPRE, editada por la Santa Capilla de San Andrés de Jaén.

La muerte está tras las hojas del calendario. Tras el reloj de pared. Tras la puerta más ignota. Pero como nos dice el santo de Asís la hermana muerte tiene muy buena memoria, siempre llega puntual  a su cita con cualquiera de nosotros, porque todos somos mortales. Ahora, con esta epístola, despido a nuestro vicario don Miguel Vallejos Palomo, amigo, compañero en las tareas ministeriales, y desmesurado lector de lo que he ido escribiendo hasta el día de la fecha de su defunción. Descanse en paz este buen cura.

Porque si algo define a don Miguel, es haber sido cura de pies a cabeza, cura sencillo, abierto, cordial, millonario en amigos, con un corazón lleno de fino humor, y con la sonrisa siempre a flor de piel. Natural del pueblo de Porcuna, donde vino al mundo el 13 de febrero de 1934. Hizo sus estudios sacerdotales en el Seminario de Jaén, siendo ordenado presbítero 29 de junio de 1957, por el obispo don Félix Romero Mengíbar (1954-1970). Todos los compañeros de su curso tenían y tienen, los que aún viven, una conciencia sacerdotal formidable, se juntaban en reuniones periódicas que acababan en fraternal comida y vivían el sello sacerdotal en todas las partes donde han pastoreado por mandato de la Iglesia.

Sus primeras andanzas como cura, las tuvo don Miguel, en la localidad de Alcalá la Real, donde dejó huellas palpables: uno de sus monaguillos hoy es sacerdote venerable. Cuando conocí a don Miguel prestaba sus desvelos de pastor en Cambil, parroquia a la que se entregó en cuerpo y alma, restaurando el maravilloso retablo que campea en el altar mayor. Allí nació la gran amistad de don Miguel con el cronista don Vicente Oya Rodríguez, cambileño de cuna y hermano nuestro de la Santa Capilla.

Llegó don Miguel a Jaén, donde ejerció la docencia en un instituto hasta su jubilación, y sucedió como vicario de  nuestra casa a don Juan Heredia Jaén. En los años que ha estado en San Andrés, don Miguel ha sido el servidor fiel y prudente evangélico, que ha sabido ejercer perfectamente su misión, dentro de la visión y función que nuestros estatutos piden a los vicarios de la Santa Capilla.

Los tiempos con nosotros han sido felices para don Miguel, pues él tenía los ojos puestos en el servicio pastoral a una institución como la nuestra por donde han desfilado, y lo he dejado por escrito en más de una ocasión, beneméritos curas que con disponibilidad, prudencia y sensatez nunca han buscado los oropeles de los cargos, ni el ascenso meteórico en el escalafón, ni los enredos entre clero y laicos, sino cumplir la voluntad de nuestro fundador don Gutierre, otro cura que parece, desde el cielo, enviar a San Andrés vicarios llenos de espíritu eclesial y amor a Cristo, único Pastor de nuestras almas. Descanse en paz, don Miguel, a quien echaremos mucho de menos por ese trato afable, pastoral, cordial y amistoso, que siempre le caracterizó. Esperamos que su vida sencilla levante alguna nueva vocación sacerdotal entre los miembros de la gran familia de nuestra corporación mariana bajo el manto de la Inmaculada Concepción de María, a quien don Miguel amó, rezó, cantó, celebró desde sus tiempos en el Seminario Diocesano de la Inmaculada y San Eufrasio, hasta el día de su defunción cuando estuvo unas horas siendo velado en la Capilla Mayor, templo donde fue ordenado sacerdote de la diócesis del Santo Reino de Jaén en aquel lejano día de San Pedro de 1957.

Tomás de la Torre Lendínez

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